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Full text of "Coleccion Obras Greco Latinas 1"

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BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 36 


CORNELIO TÁCITO 


AGRÍCOLA 

GERMANIA 

• 

DIÁLOGO SOBRE LOS 
ORADORES 


INTRODUCCIONES, TRADUCCIÓN Y NOTAS DE 

]. M. REQUEJO 



EDITORIAL GREDOS 



Asesor para la sección latina: Sebastián Mariner Bigorra. 


Según las normas de la B. C. G., esta obra ha sido revisada 
por José Luis Moralejo álvarez. 


O EDITORIAL CREDOS, S. A. 

Sánchez Pacheco, 81, Madrid. España, 1981. 


Depósito Legal: M. 5707-1981. 

ISBN 84-249-0067-7. 

Impreso en España. Printed in Spain. 

Gráficas Cóndor, S. A., Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1981,—5229, 


INTRODUCCIÓN GENERAL 


Tácito es poco conocido, por desgracia, para los no 
especialistas. Sin embargo, en una obra tan de divu- 
gación como es la Historia de la Literatura Latina de 
Alfred Gudeman 1 , las palabras con que comienza el 
examen de este autor son: «La manifestación litera¬ 
ria más sobresaliente de todo el período y una de las 
glorias de la literatura universal, es el más grande 
de los historiadores romanos...». Si alguien piensa que 
se trata de un juicio algo entusiasta, somos muchos 
los que estamos de acuerdo con él, y así podrían de¬ 
mostrarlo los innumerables trabajos, artículos de re¬ 
vista, etc., que vienen apareciendo a lo largo de muchos 
años en diversos países. 

Ante esta situación de desconocimiento, paradó¬ 
jica, como se acaba de ver, y dada la finalidad de esta 
Colección, nos ha parecido más oportuno presentar a 
nuestro autor del modo más general y sencillo posible 
por «sencillo» entendemos «no erudito». Con ello, e 
lector tendrá mayores posibilidades de comprensión, 
por un lado, y de incentivo, por otro, para adentrarse 
en el estudio de cualquier aspecto de Tácito o de todo 
él. El complemento necesario para este logro será una 
amplia bibliografía; seleccionada debidamente, por ser, 

i A. Gudeman, Historia de la literatura latina, 3.* ed., Bar¬ 
celona, 1942. 



8 


TÁCITO. «OBRAS MENORES 


INTRODUCCIÓN GENERAL 


9 


ya hemos aludió a ello, excesiva para los fines que tiene 
este trabajo. 

Sirvan de justificación a esta postura las palabras 
de un estudioso como el italiano Paratore, uno de los 
que han dedicado más años de su vida a nuestro his¬ 
toriador: «Un autor que anuncia un estudio sobre Tᬠ
cito suscita el temor de una enésima variación sobre 
la lengua, el estilo y el arte del que, entre los grandes 
prosistas latinos, es considerado por muchos como el 
máximo exponente» 2 . 

Vida y época 

Las fechas del nacimiento y de la muerte de Tácito 
son muy discutidas. Antes de entrar en cualquier cues¬ 
tión al respecto, creemos conveniente que el lector se 
sitúe de una manera cronológicamente confortable. 

Agripina, sobrina y segunda esposa de Claudio, hizo 
asesinar a éste. En lugar de Británico, el heredero 
legítimo, hijo de su primer matrimonio con Mesalina, 
subió al poder Domicio Nerón, hijo de Agripina y de 
Domicio Ahenobarbo, proclamado Emperador por los 
pretorianos con ayuda de Séneca y Burro, prefecto de 
la guardia pretoriana. Nerón, tras algún intento fallido, 
logró matar a su madre, repudió a su esposa y se casó 
con Popea Sabina. Se sublevó el gobernador de la 
Galia Julio Víndex; fracasó. Las legiones hispanas pro¬ 
clamaron Emperador a su jefe Sulpicio Galba. Nerón 
huyó de Roma, y con él se extinguió la dinastía Julio- 
Claudia, que podría tener su punto de partida en Cé¬ 
sar y que terminó el 68 d. C. 

Galba fue derribado por Otón, apoyado por los 
pretorianos, pero las legiones del Rin proclamaron Em- 


2 E. Paratore, Tácito, 2* ed., Roma, 1962, pág. 1. 


perador a Vitelio, quien derrotó a Otón en Bedriaco; 
incapaz de gobernar el Imperio, las legiones de Orien¬ 
te (Ex oriente lux, según el proverbio) apoyaron a su 
general, Tito Flavio Vespasiano, quien se instaló defi¬ 
nitivamente en el poder el año 69, llamado «de los 
tres Emperadores», e inauguró la dinastía Flavia. Ves¬ 
pasiano fue un buen político en el exterior: su hijo 
tomó Jerusalén y Petilio Cerial dominó la sublevación 
de Civil y los batavos. En el interior, logró apoyo moral 
y legal del Senado, saneó la economía y realizó cam¬ 
bios en el ejército conducentes a evitar nuevos levan¬ 
tamientos. A su muerte, año 79, continuó su labor su 
hijo Tito Flavio Vespasiano: tuvo que remediar los 
males producidos por la erupción del Vesubio y de un 
incendio en Roma; murió, muy joven, el 81. Su her¬ 
mano menor. Tito Flavio Domiciano (81-96), gobernó 
más autoritariamente y esto le granjeó muchas anti¬ 
patías, que se traducen en parcialidad a la hora de 
enjuiciar su labor; lo veremos más adelante con cierto 
detenimiento, por tratarse de un período clave para 
comprender la ideología de Tácito. 

A la caída de Domiciano, el Senado cambió el ca¬ 
rácter hereditario de la soberanía y patrocinó el nom¬ 
bramiento de uno de sus miembros más importantes: 
Nerva. Nerva fue un buen gobernante; pero, cuando fue 
elegido, su edad ya era avanzada; comienza con él la 
etapa llamada de los Emperadores adoptivos; muere 
al cabo de dos años, con la situación política ya un 
tanto revuelta; pero tres meses antes adopta un hijo 
y lo nombra sucesor suyo. Trajano es este hijo; gene¬ 
ral de las legiones en el Bajo Rin, es el primer Empe¬ 
rador nacido en una provincia. Con el mecanismo de 
la adopción se evitan los manejos de los pretorianos, 
las presiones de los ejércitos fronterizos y el peligro 
de guerra civil. Apoyándose al tiempo en el Senado y 
en el ejército, llevó a cabo una brillante gestión admi- 



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TÁCITO. «OBRAS MENORES» 


INTRODUCCIÓN GENERAL 


11 


nistrativa, amén de su gran campaña militar contra 
los dacios y la extensión del Imperio por el Oriente. 
Muere el 117, a los sesenta y cuatro años de edad y 
diecinueve de gobierno. Su sucesor fue su sobrino, 
originario igualmente de Hispania y adoptado en testa¬ 
mento por su tío. Adriano protegió la enseñanza y la 
economía y aseguró las fronteras. Los últimos años de 
su vida no fueron tan afortunados; murió hacia el 138. 
Antes había adoptado y elegido como sucesor a Anto- 
nino Pío. 

Los problemas en torno a la biografía de Tácito 
surgen, entre otras razones, porque él mismo da pocas 
noticias en torno a su vida. Como dice Syme, cuando 
menciona su propio ingreso en la clase de los sena¬ 
dores, lo hace por motivos de relevancia histórica, para 
aparecer imparcial ante los acontecimientos que va 
a narrar; vemos en Hist. I 1: «no voy a negar que mi 
carrera política comenzó con Vespasiano; Tito la im¬ 
pulsó y Domiciano la hizo prosperar aún más, pero 
quien ha hecho profesión de lealtad incorruptible debe 
hablar sin amor ni odio». 

Tácito nació entre el 54 y el 57 d. C. Syme 3 precisa 
entre el 56 y el 57, basándose fundamentalmente en 
las edades legales requeridas para el desempeño de 
magistraturas, y también confrontándolo con datos 
cronológicos de algunos de sus coetáneos, transmitidos 
por otros autores o colegidos de algunas alusiones del 
propio Tácito. Otros piensan que sería seis o siete años 
mayor que su amigo Plinio el Joven («casi de la misma 
edad», dice Plinio); al parecer, Plinio tenía dieciocho 
años cuando murió su tío bajo el fuego del Vesubio 
(año 79), y si Plinio nació el 62 ó 61, Tácito lo haría 
el 54 ó 55, teniendo en cuenta que ya era un abogado 
conocido cuando Plinio aún era adolescente. El único 


3 R. Syme, Tacitus, I, Oxford, 1958, págs. 63 y sigs. 


dato cierto es que el primer acontecimiento de su vida 
tuvo lugar bajo Nerón. 

Lugar de nacimiento. —Sin entrar en tan¬ 
tos detalles como da Paratore, recorramos las diversas 
hipótesis a medida que se van alejando de Roma; 

1» La propia Roma, basándose en un pasaje de 
los Anales, en el que parece insultar a Sejano tachán¬ 
dolo de no romano. La deducción no es verosímil; po¬ 
dría haber razones de orgullo y retóricas; ya Plinio 
(Ep. IX 23) nos cuenta una anécdota acaecida en. el 
circo, según la cual se preguntó a Tácito si era itálico 
o provincial; está claro que su acento no debía de 
sonar muy local. 

2 » si era itálico o no, ya es más problemático, tm 
la Historia Augusta se dice, sobre el Emperador Tᬠ
cito 4 (pretendido descendiente del escritor), que era 
natural de Temí, pero esta obra no puede inspiramos 
mucha confianza, sobre todo en este período. Syme 5 
pone un poco en duda la existencia de una gens Cor¬ 
nelia antiqua. , 

3* La hipótesis gálica es la más aceptada. Plinio 
el Viejo nos habla de un Comelio Tácito, eques ro¬ 
mano, procurador de la Galia Bélgica. Esto no ex¬ 
cluye, naturalmente, que el padre de Tácito pudiera 
ser romano. Insistiendo en el tema, se ha visto que el 
cognomen de Tácito se hallaba más extendido en la 
Galia Cisalpina y en la Narbonense; podríamos apostar 
mejor por la última, si tenemos en cuenta el dato de 
que su futuro suegro era de Frejus. Según Syme 6 , no 
sería, en ningún caso, de Hispania, pues el cognomen 
no aparece en esta provincia en ningún sitio. 

4 para esta segunda hipótesis, véase J. L. Moralhjo, Ana¬ 
les I, Madrid, 1979, pág. 31. 

s Syme, Tacitus, II, Oxford, 1958, págs. 611 y sigs. 

6 Ibid., pág. 622.. 



12 


TÁCITO. «OBRAS MENORES» 


INTRODUCCIÓN GENERAL 


13 


Tuvo por maestros a Marco Apro y Julio Secundo, 
así como a Quintiliano; y fue muy amigo de Plinio 
el Joven. 

Tácito comenzó su carrera política con una 
magistratura subalterna, el vigintivirato, que desde 
Augusto era la antesala para la cuestura; probable¬ 
mente tal hecho sucedió antes de casarse, cosa que 
hizo el 78. Era muy joven, pero su matrimonio le su¬ 
puso un gran apoyo; por un lado, su suegro era un 
ex cónsul y había sido nombrado recientemente gober¬ 
nador de Britania; por otro, la ley Papia Popea per¬ 
mitía adelantar en un año la edad legal mínima exi¬ 
gida para el desempeño de las magistraturas por cada 
hijo vivo habido en matrimonio. Fue cuestor bajo Ves- 
pasiano, según algunos, y otros piensan que alcanzó 
tal cargo el 81 o el 82; recuérdese que Vespasiano 
murió el 79. Dos o tres años más tarde, Tito le con¬ 
firió el tribunado de la plebe o la edilidad. Está co¬ 
múnmente aceptado que en el 88 fue pretor y quinde- 
címviro; en tal año se celebraban los Juegos Seculares 
bajo Domiciano (véase An. XI 11, 1-3). Pasó fuera de 
Roma al menos la mitad de los ocho años transcurri¬ 
dos entre su pretura y la muerte de Domiciano, por¬ 
que el 93, cuando fallece su suegro, era el cuarto de 
su ausencia, como dice en el Agrícola. Pero su condi¬ 
ción no era la de un exiliado, como se ha querido ver 
por su manifiesta animosidad. No vamos a entrar en 
las diversas conjeturas sobre su actividad por aquel 
entonces; reseñemos que incluso, como advierte Syme, 
«la sugerencia de un cargo en Britania no es total¬ 
mente desechable» (véase Agr. 42, 1), y que la opinión 
más extendida es que ejerció las funciones de legatus 
Angustí pro praetore en alguna provincia, quizá en la 
Galia Bélgica, lo que explicaría algunos datos que apa¬ 
recen en la Germania. 


Tácito volvió a Roma en la última época de Domi- 
ano años de persecuciones; su cualidad de senador 
te hace ser testimonio y cómplice (¿obligado?) de actos 
e más tarde atacará duramente. Domiciano es ase¬ 
sinado al parecer, por sus mismos parientes. Con 
Nerva sobreviene «la felicidad de los tiempos». Según 
Svme 7 nuestro personaje alcanzaría el consulado en 
la segunda mitad del 97. Siendo cónsul suffectus, pro¬ 
nunció una laudado funebris en honor de su antecesor 
en el cargo, Virginio Rufo. Plinio el Joven destaca ya 
en este discurso las condiciones oratorias del que era 
un abogado famoso. La laudado es harto significativa, 
puesto que Rufo había rechazado el poder que le ofre¬ 
cían las legiones de Germania tras la muerte de Nerón. 

Es posible que fuera procónsul de la provincia de 
Asia con Trajano, hacia el 112. No hay muchos más 
datos relevantes de su vida. Un pasaje del libro segun¬ 
do de los Anales 8 hace suponer que no pudo ser escrito 
antes de julio del 117, con lo que debemos dejar trans¬ 
currir varios años, en los que compuso los dieciocho 
libros en que se desarrollaba esta obra. Por consi¬ 
guiente, parece muy temprana la fecha del 120 seña¬ 
lada por algunos para su muerte. Lo verosímil es que 
falleciera transcurridos los primeros años de Adriano. 


Ideología 

Los tiempos que le correspondió vivir a Tácito fue¬ 
ron bastante movidos. En realidad —con el paréntesis 
de Augusto— lo eran desde los Gracos. Hay unas pa¬ 
labras de Cicerón en una de sus cartas a Ático; «por 
lo que a nosotros se refiere, nos encontramos en una 


i Syme, op. cit., I, pág. 70. 

* Véase Moralejo, op. cit., págs. 9-10. 



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TÁCITO. «OBRAS MENORES» 


INTRODUCCIÓN GENERAL 


15 


situación política lamentable, quebradiza y cambian¬ 
te» 9 . Lo mismo podía haber dicho Tácito, aunque con 
una cierta diferencia cuantitativa. Sólo Vespasiano, 
con su buen hacer, y Domiciano, con su autoritarismo, 
consiguieron una situación algo estable, pero esto su¬ 
ponía una actuación personal. El fracaso de las insti¬ 
tuciones era evidente, y esto nos induce a reflexionar 
sobre la engañosa apariencia del régimen benefactor 
de Augusto; el pacto entre el Príncipe y el Senado no 
podía mantenerse más que por virtud de mano dura 
y por el cansancio existente en el 31 a. C., debido a las 
continuas guerras y desórdenes; cuando estos dos pre¬ 
supuestos desaparecieron, retornaron las turbulencias 
del período preaugústeo. 

Augusto no borra del mapa político y social las 
instituciones republicanas tan tajantemente como se 
pretende; el Senado se resistía a perder sus privile¬ 
gios; mejor diríamos, la clase senatorial, que no se 
mantenía en su rango por razones de sangre únicamen¬ 
te, sino que ya desde antes del siglo iii veía engrosar 
sus filas con plebeyos de alta capacidad económica. 
Pues bien, la pugna clase senatorial-Príncipe continúa; 
a pesar de la decadencia de aquélla, el Príncipe tiene 
que apoyarse en otras, como la de los caballeros y 
otros ciudadanos que van adquiriendo influencia po¬ 
lítica. Añádanse a éste, surgido en la época precedente, 
otros factores nuevos; por una parte, la mayor presión 
de las fuerzas militares, debido a que el Imperio ne¬ 
cesitaba mantener un gran contingente; por otra, la 
creciente influencia de las provincias en la resolución 
de los problemas de la metrópoli. 

Así las cosas, pudieran encontrarse algunas contra¬ 
dicciones en esta breve exposición, tal vez porque el 
mismo Tácito esté incurso en ellas; las circunstancias. 


» Cicerón, Cartas a Atico I 17, 8. 


su ritmo vertiginosamente cambiante lo desconciertan, 
le llevan a un claro desengaño y, en consecuencia, a 
un gran pes imi smo, muy bien reflejado en los Anales . 
En algo nos recuerda a la personalidad de Cicerón y 
sus vaivenes; los de Cicerón más bruscos, porque su 
época los dio más bruscos. En este punto la coinciden¬ 
cia es bastante notable, como también en el método 
para descubrir su pensamiento: a través de sus obras; 
para Paratore 10 , la correcta interpretación de las His¬ 
torias es la clave para el estudio del pensamiento polí¬ 
tico de Tácito, lo que le lleva, según él, a ser el mejor 
intérprete de la historia de su tiempo y el profeta del 
porvenir; pero Tácito, al igual que Livio y Salustio, no 
quiere descubrirnos claramente su ideología. 

Según Syme n , «es, a primera vista, hostil a la Mo¬ 
narquía, no sólo hacia los Césares, sino hacia el Prin¬ 
cipado, por su falsedad desde su nacimiento y por sus 
continuos contrastes entre promesas y resultados. Pero 
si profundizamos un poco, podemos descubrir su con¬ 
vencimiento de que para lograr la paz y la estabilidad, 
la ley impuesta por un hombre solo no puede ser 
evitada; esta constatación le deja muy triste; hace 
decir a Eprio Marcelo (Hist. IV 8) que «conocía los 
tiempos pasados y los presentes; que admiraba el pa¬ 
sado y se conformaba con el presente; deseaba bue¬ 
nos Emperadores, pero era capaz de soportar a cual¬ 
quiera». 

Volver al sistema republicano significaba más com¬ 
petencia para acceder al consulado y al gobierno de las 
provincias, control del Senado sobre las finanz as, el 
ejército y la política imperial; en resumen, lo que 
Augusto había abolido y que tal vez no permitían las 
nuevas circunstancias históricas. En esta agonía se 


i® Paratore, op. cit., págs. 247 y sigs. 
u Syme, op. cit., II, pág. 547. 



16 TÁCITO. «OBRAS MENORES» 

debate Tácito, como se debaten y seguirán debatién¬ 
dose muchos humanos. Ciertamente es enemigo y crí¬ 
tico del Principado, aunque su lenguaje, como el que 
se mueve en el terreno político, tienda a ser muy ambi¬ 
guo. Tendrá que decidirse por un régimen imperial, 
al fracasar la armonía entre los tres componentes fun¬ 
damentales: democracia, oligarquía, monarquía; este 
fracaso influye en ese su carácter de poeta trágico, 
como se le llama ; pero para él también el ré gim e n im¬ 
perial fracasa; al menos, se menoscaba la libertad y 
se cometen arbitrariedades, con lo que más que hacia 
lo trágico, deriva hacia lo tenebroso, cuya manifesta¬ 
ción la encontramos en sus célebres claroscuros lin¬ 
güísticos, tanto de forma como de contenido. Podría¬ 
mos encontrar un ejemplo paralelo en nuestro Goya. 

Aparte de estas causas generales, hay dos factores 
concretos que, igualmente, dejaron sentir su influen¬ 
cia: 1) Su actitud ante la gestión de Tiberio y la de 
Domiciano, personajes muy discutidos (sobre todo el 
primero), tratados en la actualidad con más compren¬ 
sión, pero que produjeron en Tácito una odiosa im¬ 
presión y lo dejaron marcado. 2) La tradición cultural 
le había llegado a través de la poesía de Horacio, Vir¬ 
gilio y Propercio: para él, aquélla era una Edad de 
Oro literaria y de ahí infería que también había sido 
una Edad de Oro político-social; lo que no veía eran 
las continuas guerras y asesinatos que pesaron en el 
ánimo de estos tres poetas, y de otros muchos ciuda¬ 
danos, a la hora de aceptar un régimen hacia el que, 
en un principio, no sentirían un gran entusiasmo ideo¬ 
lógico. 

Tácito, por tanto, se engaña; sigue con sus ilusio¬ 
nes en torno al antiguo régimen, actitud normal en un 
«hombre nuevo». Lo jpie no sabemos, a veces, es si 
este antiguo régimen hay que identificarlo con el de 
Augusto o con la República, porque no parece tener 


INTRODUCCIÓN GENERAL 17 

buena opinión acerca del primero; en este caso, la 
opinión de Syme 12 respecto a que Nerva y Trajano re¬ 
presentarían una vuelta a Augusto tal vez no sea muy 
acertada. 

«Hombre nuevo», despreciaba actitudes como la 
descrita por Plinio (Ep. I 17), por la que un caballero 
romano sirve al Gobierno y, al tiempo, levanta esta¬ 
tuas de héroes republicanos o de víctimas del despo¬ 
tismo imperial. Han cambiado los tiempos desde que 
Catón ponía coto a las pretensiones de acceder a la 
aristocracia; ahora, ser noble no basta, por ejemplo, 
para ser cónsul; debe ser luchador, tenaz... un «hom¬ 
bre nuevo»; la antítesis «lujuria e inercia» frente a 
«integridad y energía» tiene un paralelo en la de los 
nobles frente a los homines noui, quienes, sin antece¬ 
dentes f ami liares que los impulsen, tienen que ser 
forzosamente buenos militares, oradores y estudiosos 
del Derecho. Ahora bien, ante la corrupción y la de¬ 
cadencia en Roma, el homo nouus es ahora un pro¬ 
vincial; Hispania y la Galia Narbonense producen per¬ 
sonalidades eminentes; la primera, en el terreno de 
la política (Trajano y Adriano) y en el de la literatura 
(Séneca, Lucano y Marcial), aunque esta situación ya 
comienza a darse con los itálicos, pero no romanos, 
Catulo, Horacio y Virgilio. Este desdén por el árbol 
genealógico halla una contradicción en sus palabras 
sobre Tiberio en los Anales, aunque en dicho pasaje 
existe la intención de contraponer a Tiberio con sus 
gloriosos predecesores. 

Otro punto de partida para la reconstrucción de su 
pensamiento político es el problema de la sucesión al 
Principado, mediante la adopción del más digno por 
el Príncipe y la ratificación del Senado. El sistema tiene 
sus fracasos: relativo el de Nerón, porque, al fin y al 


« Syme, op. cit., I, pág. 11, 


36,-2 




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TÁCITO. «OBRAS MENORES» 


INTRODUCCIÓN GENERAL 


19 


cabo, pertenecía a la domus imperial; contundente, el 
de Galba; las luchas palaciegas a lo largo de estos 
procesos constituyen otro de los elementos que influ¬ 
yen en su visión pesimista de los Anales. 

Los tiempos de Domiciano son definitivos en la 
vida de Tácito. Como remedio ante el ambiente coac¬ 
tivo, propone mantener la dignidad en cualquier caso; 
el ciudadano encontrará un consuelo en el obsequium, 
el deber hacia la comunidad; remedio no muy convin¬ 
cente, pero válido, si el Emperador es un déspota. Un 
insurgente se presentará como un defensor de los 
derechos del Senado y del pueblo, como un campeón 
de la libertad; si vence, es constitucionalizado y legi¬ 
timado; luego ejerce una autoridad delegada. De ahí 
ese middle path, en Tácito, entre libertad sin licencia, 
disciplina sin esclavitud, como vemos en Hist. I 16: 
«has de mandar a hombres que no pueden soportar 
una esclavitud total ni una libertad completa». 

Parece que no puede abandonar completamente la 
esperanza. El ciudadano debe caminar libre de ambi¬ 
ción y de peligros, libre de la absurda contumacia y 
de la obediencia vergonzosa; esto es lo que puede pro¬ 
porcionar un final honroso, o bien distinguir a los 
hombres en su éxito. Extraña nos resulta la defensa 
de estas actitudes, frente a su crítica en otros pasajes, 
como en Agrícola 42: «... sin ningún provecho para la 
comunidad». ¿Hay realmente paradoja, o se trata de 
un claro pesimismo? Lo veremos al estudiar el Agrícola. 

Ideario como historiador 

En la obra de Zuccarelli 13 se presenta al hombre 
como artífice de la historia, contraponiendo esta idea 

u u. Zuccarelli, Psicología e semántica di Tácito, Brescia, 
1967. 


de Tácito a la de Heródoto; se basa para lanzar esta 
afirmación en el juego que puede dar en latín la pala¬ 
bra auctor. Aun tratándose de una obra muy elabo¬ 
rada, conviene advertir que este tipo de enfoque, de¬ 
duciendo ideas a partir de la semántica de palabras 
aisladas, tiene sus peligros: no me voy a detener en 
ellos, pero sí voy a señalar la contradicción resultante 
de una ligera ojeada que se dé a las conclusiones del 
citado libro: este hombre auctor debe ser, idealmente, 
un uir modestia praeditus, algo así como «un hombre 
dotado de mesura»; pues bien, Zuccarelli concluye 
que, ante la realidad histórica, tal mesura periclita y, 
a la postre, desaparece. 

Según Paratore 14 , el fondo ideológico está en la 
dualidad Fortuna/Fatum. El Fatum es algo inexplica¬ 
ble, pero no misterioso. Constituye la auténtica volun¬ 
tad del poder divino que regula la historia de los hom¬ 
bres; en la Germania se nos habla de «urgentibus 
imperii fatis» (33, 2). El destino humano queda fijado 
desde el nacimiento. Un balanceo entre este providen- 
cialismo y, a veces, un señalado causalismo lo explica 
Paratore por la dualidad de Tácito como artista (he¬ 
lenismo colorista) y pensador (causalismo pesimista). 
La fortuna de Agrícola y de Vespasiano la vemos tan 
enorme que aparece indudablemente providencial. 

La Fors dominaría, con espíritu maligno, las vici¬ 
situdes humanas, a veces bajo el aspecto de ira divina. 
Paratore cita un pasaje de la Germania que se opone 
a lo anterior (33, 1). Pero Syme pretende demostrar 
que la benignitas deum, presente en Tito Livio, en Tᬠ
cito es una expresión convencional; cita, a tal fin, un 
pasaje de los Anales (XII 43): «por la gran bondad 
de los dioses y del invierno»; vemos asimismo en 
Hist. I 3: «los dioses no piensan en nuestra seguridad. 


14 Paratore, op. cit., págs. 93, 404 y sigs. 



20 


TÁCITO. «OBRAS MENORES» 


sino en su venganza». En definitiva, la religión ya no 
se podía explotar tan fácilmente como en épocas pa¬ 
sadas; la introducción y asentamiento de las filosofías 
griegas y orientales son decisivas en este aspecto, a 
filosofía sustituye a la religión. 

Nos parece conveniente recordar ahora el articulo 
de Víctor José Herrero 15 acerca de lo que piensa _Tá- 
cito sobre el vulgo; según este profesor, siente por 
éfun claro desprecio; sin aspirar a muchas matizacio- 
nes, ya al final del citado artículo se dice: «Emplea, 
pues, la palabra no tanto en su valor cuantitativo 
como cualitativo»; pero la_ contrapos ición- .entre- el 
vulgo y su espíritu aristocrático ya no la vemos tan 
clara; pensamos que Tácito desprecia a la masa .como 
elemento anulador de la virtud y acción individuales; 
si es un aristócrata, lo es del comportamiento perso¬ 
nal; sería, con ello, un «clase media», en el sentido de 
qué se revuelve violentamente hacia arriba y hacia 
abajo, hacia la derecha y hacia la izquierda. 

Pasando a un plano más objetivo, veamos cuál es, 
para él, la finalidad de. una. obra histórica. Enun pa¬ 
saje de los Anales propone que la historia debe alabar 
la virtud y condenan para siempre la injusticia (An. 
III 65). No tenemos muchos más datos, aparte éste. 
LÓ”cierto es que se han visto más intenciones morali¬ 
zantes que las que el propio Tácito pretende; otros 
estudiosos, en cambio, tal vez se han quedado cortos . 
Lo que sí hay, como hemos visto, es una defensa de 
la libertad y dignidad humanas. Tratando de comple¬ 
tar ideas ya apuntadas, podemos detenemos en el 
hecho de que la Revolución en Roma tuvo dos fases 
bien distintas: una primera, brusca y rápida, durante 

u V. J. Herrero Llórente, «Tácito y el vulgo», Rey. de Est. 
Ctds. 5 (1960), 407 y sigs. Véase también Moralejo, op. cit., pág. 19. 

u Véase Moralejo, op. cit., pégs. 20-22. 


INTRODUCCIÓN GENERAL 


21 


e cayó el régimen republicano, reflejada en auto¬ 
res como Salustio. Una segunda, con paulatina pérdida 
de la libertad y de los principios aristocráticos. Tácito 
asiste a la desaparición de su ideal de República por 
Ia a cción de Factores como la clientela, el fauor, la 
ierocta la simulatio... Nosotros opinamos que su reac¬ 
ción es’ de rabia y desprecio, pero también se le achaca 
el que ante las convulsiones sociales de su tiempo, 
siguiera el ejemplo de Tucídides y, encerrado en su 
torre de marfil, viviera preocupado únicamente por la 
duitas Romanorum y su destino. De todos modos, ya 
nos advierte Paratore que no puede hacerse de Tácito 
un pesimista monócromo. viendo reflejado su carácter 
sólo en los Anales; según el autor italiano, era un his¬ 
toriador desde su primera producción literaria; no le 
parece muy válido el triple aspecto de retórico, bió¬ 
grafo-panegirista e historiador. Así, vemos cómo el 
«ahora renace, al fin, la vida» del Agrícola resuena al 
comienzo de las Historias. 


Aspectos literarios 

No es cosa de insistir en su valor como historia¬ 
dor, su estilo y el puesto que pueda ocupar en la 
historia de la literatura. Para evitar subjetivismos, 
pensamos como mejor solución el que cada cual lea 
por su cuenta las obras, aun en español. Lo contrario 
parece estar en desacuerdo con un trabajo de divul¬ 
gación como es éste. Veamos, de todos modos, algunos 
caracteres generales: Paratore lo compara con Salustio 
y asegura que éste le parece más artista y Tácito más 
historiador; ambos indagan las causas, pero Tácito 
mantiene predilección por utilizar argumentos de la 
historia contemporánea, como Tucídides; Tácito com¬ 
pendiaría y abarcaría, por tanto, a los otros dos histo- 



20 


TÁCITO. «OBRAS MENORES» 


INTRODUCCIÓN GENERAL 


21 


sino en su venganza». En definitiva, la religión ya no 
se podía explotar tan fácilmente como en épocas pa¬ 
sadas; la introducción y asentamiento de las filosofías 
griegas y orientales son decisivas en este aspecto; la 
filosofía sustituye a la religión. 

Nos parece conveniente recordar ahora el artículo 
de Víctor José Herrero 15 acerca de lo que piensa Tᬠ
cito sobre el vulgo; según este profesor, siente por 
él un claro desprecio; sin aspirar a muchas matizacio- 
nes, ya al final del citado artículo se dice: «Emplea, 
pues, la palabra no tanto en su valor cuantitativo 
como cualitativo»; pero la .contraposición- üDtE£—el 
vulgo y su espíritu aristocrático ya no la vemos tan 
clara; pensamos que Tácito desprecia a la masa como 
elemento anulador de la virtud y acción individuales; 
si es un aristócrata, lo es del comportamiento perso¬ 
nal; sería, con ello, un «clase media», en el sentido de 
que se revuelve violentamente hacia arriba y hacia 
abajo, hacia la derecha y hacia la izquierda. 

Pasando a un plano más objetivo, veamos cuál es, 
para él, la finalidad de una obra histórica. En un pa¬ 
saje de los Anales propone que la historia debe alabar 
la virtud y condenar para siempre la injusticia (An. 
III 65). No tenemos muchos más datos, aparte éste. 
Lo cierto es que se han visto más intenciones morali¬ 
zantes que las que el propio Tácito pretende; otros 
estudiosos, en cambio, tal vez se han quedado cortos 16 . 
Lo que sí hay, como hemos visto, es una defensa de 
la libertad y dignidad humanas. Tratando de comple¬ 
tar ideas ya apuntadas, podemos detenernos en el 
hecho de que la Revolución en Roma tuvo dos fases 
bien distintas: una primera, brusca y rápida, durante 


« V. J. Herrero Llórente, «Tácito y el vulgo», Rev. de Est. 
Clás. 5 (1960), 407 y sigs. Véase también Moralejo, op. cit., pág. 19. 
i* Véase Moralejo, op. cit., págs. 20-22. 


la que cayó el régimen republicano, reflejada en auto¬ 
res como Salustio. Una segunda, con paulatina pérdida 
de la libertad y de los principios aristocráticos. Tácito 
asiste a la desaparición de su ideal de República por 
la acción de factores como la clientela, el fauor, la 
-ferocia, la simulatio... Nosotros opinamos que su reac¬ 
ción es de rabia y desprecio, pero también se le achaca 
el que, ante las convulsiones sociales de su tiempo, 
siguiera el ejemplo de Tucídides y, encerrado en su 
torre de marfil, viviera preocupado únicamente por la 
ciuitas Romanorum y su destino. De todos modos, ya 
nos advierte Paratore que no puede hacerse de Tácito 
un pesimista monócromo, viendo reflejado su carácter 
sólo en los Anales; según el autor italiano, era un his¬ 
toriador desde su primera producción literaria; no le 
parece muy válido el triple aspecto de retórico, bió¬ 
grafo-panegirista e historiador. Así, vemos cómo el 
«ahora renace, al fin, la vida» del Agrícola resuena al 
comienzo de las Historias. 


Aspectos literarios 

No es cosa de insistir en su valor como historia¬ 
dor, su estilo y el puesto que pueda ocupar en la 
historia de la literatura. Para evitar subjetivismos, 
pensamos como mejor solución el que cada cual lea 
por su cuenta las obras, aun en español. Lo contrario 
parece estar en desacuerdo con un trabajo de divul¬ 
gación como es éste. Veamos, de todos modos, algunos 
caracteres generales: Paratore lo compara con Salustio 
y asegura que éste le parece más artista y Tácito más 
historiador; ambos indagsfn las causas, pero Tácito 
mantiene predilección por utilizar argumentos de la 
historia contemporánea, como Tucídides; Tácito com¬ 
pendiaría y abarcaría, por tanto, a los otros dos histo- 



22 


TÁCITO. «OBRAS MENORES 


INTRODUCCIÓN GENERAL 


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riadores, porque combina el brillo poético con un cierto 
rigor histórico: el discurso de Galba a Pisón ( Hist . I 
15-16) es un diagnóstico del régimen imperial; Otón 
habla de forma certera (Hist. I 83-84) sobre la disci¬ 
plina militar. Asimismo, los excursos son más «histó¬ 
ricos» que en Salustio, pero, además, las digresiones, 
aun las más breves, tienen una sutil ligazón con el tema 
precedente. 

Se le ha caliñcado de poeta trágico (sentimiento)- 
dramático (forma); en él encontramos amplias escenas, 
descripciones ricas en colorido, escorzos... Sus análi¬ 
sis psicológicos, el retorcimiento de sus frases, los 
claroscuros, su gusto por la antítesis, son aspectos 
muy estudiados por multitud de especialistas. Pero 
Tácito no es un todo unitario: desde la presentación 
de amplios escenarios naturales en las Historias evo¬ 
luciona hacia un repliegue (tenebroso, en última ins¬ 
tancia) sobre sí mismo y sobre la localización de los 
acontecimientos que narra: los interiores de la domus 
imperial en los Anales. 

Presencia de Tácito en España 

Unicamente vamos a examinar su inñujo en el 
campo de la literatura y la constancia de sus obras 
en nuestro país. En el primer campo es normal que 
señalemos, al tiempo, su influjo ideológico, pero aden¬ 
tramos en este último no lo estimamos procedente, si 
pensamos que lo oportuno debe ser dar irnos datos 
con los que cada cual debe seguir una opinión y unos 
caminos que estime oportunos. Insistir sobre la vigen¬ 
cia del pensamiento de Tácito, como la de cualquier 
autor clásico, lo consideramos banal hasta para un 
universitario ajeno a nuestras actividades. Cualquiera 
que abra, por ejemplo, los Anales se encontrará ya, en 


los dos primeros capítulos, con noticias y reflexiones 
muy adecuadas a la historia de nuestra patria en esta 
segunda mitad de siglo; la historia se repite o, como 
suele decir Torrente Ballester, lo que se repite son las 
circunstancias que pueden hacer evolucionar aquélla 
en un sentido o en otro, y Tácito vivió en una época 
muy propicia para que lo que pudiera escribirse sobre 
ella perdurase sin grandes alteraciones. 

Su posible maquiavelismo (que habría ido en aumen¬ 
to conforme avanzaba su obra), su influjo en nuestro 
Siglo de Oro son asuntos bien conocidos. Ultimamente, 
esta cuestión se ha descuidado un tanto, por razones 
que afectan a los estudios clásicos en general y por las 
señaladas en nuestra Introducción a Tácito, en par¬ 
ticular. Con todo, no quiero dejar de aludir a que, por 
las fechas en que escribía esto, encontré, en un pe¬ 
riódico madrileño, que el doctor Tierno Galván hizo un 
trabajo sobre la influencia de Tácito en los escritores 
políticos de nuestro Siglo de Oro; trabajo que parece 
remontarse a 1948. Quede constancia de ello, aunque 
nada más sea como anécdota que ilustra las afirma¬ 
ciones anteriores 17 . 

Son manejados todavía los aforismos y comenta¬ 
rios a las obras de Tácito, especialmente a los Anales, 
compuestos desde el Renacimiento en el extranjero y, 
algo después, aquí; así, las obras de Alamos Barrien- 
tos, Setanti, Lancina..., que veremos más adelante. 

Centrándonos en la literatura política, nos encon¬ 
tramos con que Antonio Pérez, secretario de Felipe II, 
dice textualmente: «esta doctrina la saqué de Tácito»; 


n Moraleio, op. cit., habla de esta cuestión en las págs. 31- 
33, y en la 38 cita la bibliografía fundamental de que dispone¬ 
mos a la que se añade: M. R. Lid* de Malkiel, Iíi tradición 
clásica en España, Barcelona, 1975. Para Tácito, véanse las pᬠ
ginas 374 y 394. Fuera de España, puede verse Hanslik, en 
Lustrum 17 (1973-74), 201-215. 



24 


TÁCITO. «OBRAS MENORES» 


INTRODUCCIÓN GENERAL 


25 


si bien la afirmación resulta tajante para los detalles 
de todos sus escritos, parece que algo taciteo hay, 
ideológicamente hablando, en su Norte de Príncipes. 
Lo que ocurre con Pérez y con otros autores es que 
interpretan a Tácito según su criterio, a veces no muy 
acertado, y, en ocasiones, según sus conveniencias, no 
siempre muy honestas. 

Eugenio de Narbona escribió Doctrina política civil 
escrita en aforismos, que envió a Felipe IV, o id me¬ 
nos, la destinó para aconsejar a este rey. 

Rivadeneyra: Tratado de la Religión y virtudes que 
debe tener el Príncipe Cristiano para gobernar y con¬ 
servar sus estados, contra los que Nicolás de Maquia- 
velo y los políticos de este tiempo enseñan (Madrid, 
1595), se declara enemigo a ultranza del autor latino, 
pero algunos pensamientos y citas delatan la fascina¬ 
ción que sobre él ejerció. 

Semejante conducta muestra Quevedo. Por el con¬ 
trario, Gracián se muestra literariamente tacitista en 
su Agudeza y arte del ingenio, e ideológicamente taci¬ 
tista en su Criticón, en el Político y en el Oráculo 
Manual, aunque en estas dos últimas obras lo cris¬ 
tianiza. 

Influencia hay también en Luis de Mur y su Tiberio 
ilustrado, insistiendo en el manoseado resentimiento 
de aquel Emperador, y en Saavedra Fajardo y su Idea 
de un Príncipe Cristiano. 

José Antonio Maravall opina que Tácito es a la 
política lo que Aristóteles a la filosofía; en su Teoría 
española del Estado en el siglo XVII se pretende en¬ 
contrar la influencia de Tácito en sus ideas sobre el 
origen divino del poder, la legitimidad de la sucesión 
hereditaria, la conveniencia de utilizar ministros para 
la gestión administrativa y las esencias de los procesos 
revolucionarios; opinamos que los dos primeros pun¬ 
tos son harto discutibles. 


En el campo de la historiografía contamos con los 
casos de Mariana, Coloma y Antonio de Solís, así como 
con el de Hurtado de Mendoza, que, en su Guerra de 
Qranada, imita también a Salustio. Antonio Pérez imita 
el estilo de las Historias, y Francisco de Moneada lo 
sigue sólo en la introducción de Expedición de Cata¬ 
lanes y Aragoneses contra griegos y turcos. Francisco 
Manuel de Meló, incluso, distribuye en cinco libros —el 
número de los conservados de las Historias — su His¬ 
toria de los movimientos, separación y guerra de Ca¬ 
taluña. 

Marañón constituye un capítulo aparte. Es un segui¬ 
dor apasionado suyo, aunque quizá por senderos equi¬ 
vocados por lo que a interpretación ideológica se re¬ 
fiere; famosos son sus estudios sobre Tiberio, Antonio 
Pérez y el Conde Duque. 

Algunos especialistas (recordamos en este momen¬ 
to a Manuel Alvar) han estudiado la influencia de los 
Anales en la Roma abrasada de Lope de Vega. 

Códices que se encuentran en España 
o que tienen aquí su origen. — Los primeros 
vestigios se hallan en las bibliotecas del Príncipe de 
Viana y del Infante Pedro, condestable de Portugal. 
Un Cornelius Tacitus figura, sin más, en el inventario 
de la biblioteca de Pere Miquel Carbonell, autor de las 
Cróniques d’Espanya. 

En la Biblioteca Nacional de Madrid tenemos varios 
manuscritos: el 8.401 es del siglo xv, copiado del Me- 
diceus II; contiene los Anales y las Historias; bien 
conservado y con notas al margen. El 8.748 contiene 
texto sólo al margen de cada hoja; el resto está en 
blanco, quizá para anotaciones y glosas; tal vez sea 
del siglo xvii ; el texto corresponde al libro primero 
de los Anales. El 10.037 está escrito con letra del si¬ 
glo xv; pertenecía al cardenal Zelada; procede de To¬ 
ledo; contiene, entre otras obras, la Germania. 



26 


TACITO, «obras menores» 


INTRODUCCIÓN GENERAL 


27 


En 1896 se descubrió, en la biblioteca del Cabildo 
de Toledo, el llamado Codex Toletanus; contiene la 
Germania y el Agrícola; copiado por Antonio Grilo 
en la segunda mitad del siglo xv, fue descubierto por 
R. Wünchs. 

En la Real Biblioteca de El Escorial hay uno de 
1412, inventariado por Ambrosio Morales, y otro que 
parece proceder del Conde Duque de Olivares y que 
fue a parar allí tras el incendio de 1671. 

En cambio, el Hispanas o Couarrubiae (del juris¬ 
consulto español Antonio de Covarrubias), cuyo texto 
ha sido el básico para el establecimiento del texto de 
las Historias, se encuentra en la Biblioteca Nacional 
de París. 

Finalmente, en el Real Seminario de San Carlos de 
Zaragoza se encuentran el Codex 9.439, que contiene 
las Historias (sic ) del libro XI al XXI, y el incunable 
8.644, que contiene la Germania. 

Glosas y comentarios. 

Antoni Augustini Veteres Scriptores, B. Nacional, Ms. 7.901; 
contiene 12 citas de Tácito. 

Censura sobre los Anales y Historias de C. C. Tácito para 
consultar si será bien imprimir en español su traducción. Es 
oscura su paternidad. 

Noticia del Conde Duque de Olivares y su hijo sacada de 
las notas políticas a Tácito de Cristóbal Forsner, B. Nacional, 
Ms. 10.378; letra del siglo xvm. 

Tácito: Aforismos sacados de sus obras para gobierno de 
las monarquías, B. Nacional, Ms. E. 180, 1.162; contiene 502 afo¬ 
rismos de Alamos de Barrientos. Hay otra obra del mismo 
autor, con título semejante, aunque al final matiza para con¬ 
servación y aumento de las monarquías, B. Nacional, Ms. X, 
196, 8.639; otras dos colecciones de aforismos se hallan en 
Ms. 17.772 y E. 5.948. 


fraducciones anteriores 

De las Obras Menores conocemos, en español, las 
de: 

Tácito, Obras Completas, Madrid, 1957. Publicada en Aguilar, 
probablemente con fines de divulgación exclusivamente, bajo 
la dirección de Vicente Blanco García, profesor de la Universi¬ 
dad de Zaragoza. Antonio Ruiz de Elvira se encargó de la 
Germania y el Agrícola. 

Tácito, Diálogo de los Oradores - Agrícola - Germania, tra¬ 
ducción nueva de Manuel Marín PeRa, Biblioteca Clásica Her¬ 
nando, Madrid, 1950. Lo de traducción «nueva» se refiere a que 
existían traducciones anteriores en la misma colección, según 
veremos. Nos parece una magnífica traducción, debida a un 
también magnífico profesor de Instituto. Solamente hemos ob¬ 
servado algún error muy aislado y, tal vez, un lenguaje no muy 
en boga en la actualidad. 

De las extranjeras, sólo conocemos: 

Tacitus, I: Agrícola, traducido por M. Hutton y revisado 
por R. M. Ogilvie; Germania, traducida por M. Hutton y re¬ 
visada por E. H. Warmincton; Dialogas, traducido por W. Pe- 
terson y revisado por M. Winterbottom: en la Loeb Class . I.ibr. 

En la colección de la Asociación «Guillaume Budé» 18 , el 
Agrícola está traducido por E. de Saint Denis, con buena in¬ 
troducción, aunque discutible en alguna de las tesis que sos¬ 
tiene; el Diálogo, por Henri Bornboque, sobre texto establecido 
por Goelzer, con una introducción excesivamente breve; la 
Germania, por Jaoques Perret, que ha hecho la mejor intro¬ 
ducción de las tres obras aparecidas en esta colección. Buenas 
traducciones las tres, siendo la mejor, a nuestro juicio, la co¬ 
rrespondiente a la Germania. 


> 8 E. de Saint Denis, Vie d'Agrícola, París, 1972. J. PkrRET, 
La Germania, París, 1967. H. Bornboque, Le Dialogue des Ora- 
teurs, París, 1960. 



28 


TÁCITO. «OBRAS MENORES» 


INTRODUCCIÓN GENERAL 


29 


En España la primera traducción —no completa— 
de Tácito al castellano, con texto latino, se debe a 
Carlos Coloma, publicada en 1629 w . Mor de Fuentes 
y Diego Clemencín publican en 1798 una obra en la 
que incluyen el Agrícola, la Germania y la Conjura¬ 
ción de Catilina. En 1846 se publica el Diálogo. En 
1919 saca Calpe la Germania y el Diálogo. De 1926 
data la primera edición de las Obras Menores de la 
Colección «Bemat Metge», con versión al catalán. De 
1944 es una traducción de la Germania para usos esco¬ 
lares, debida a L. García Vicente, del Instituto «Zo- 
rilla» de Valladolid. 

Hemos utilizado, para la presente traducción de la 
Germania, la edición crítica de Furneaux-Anderson, en 
Clásicos Oxford, reimpresión (con correcciones) de 
1962. También para la del Diálogo, aunque aquí hemos 
confrontado el texto con el de Koestermann, de la 
Biblioteca Teubneriana, 1970. Para la del Agrícola sólo 
nos hemos servido de esta segunda obra. En el Diálogo 
37, 8: ut secura f uelint, lección de Furneaux-Ander¬ 
son, la hemos dejado y adoptado la de Koestermann: 
ut securi < ipsi spectare aliena pericula > uelint. 

Otras ediciones y traducciones de las «Obras Menores » 

J. G. C. Anderson, Cornelii Taciti, De origine et sita Germa- 
norum, Oxford, 1970 (coment.). 

V. Blanco GarcIa, Tácito, Vita Agricolae, trad., Madrid, Agui- 
lar, 1946. 

V. Bongi, Tácito, Germania, Florencia, Le Monnier, 1946 (texto 
crít. y com.). 


19 Al cuidado de Fr. Leandro db San Martín; comprende 
sólo los Anales y las Historias. Véase F. Sanmartí Boncomfte, 
Tácito en España, Barcelona, 1951, pág. 85. 


A c castagnino. De uita lulii Agricolae, De origine et sita 
Germanorum, Buenos Aires, Coni, 1948. 

p Collin, Tacite, Vie d'Agricola, 3.* ed., lieja, Dessain, 1964. 

A Cordier, Dialogue des Orateurs, Vie d’Agricola, la Germanie, 
París, Cías. Gamier, 1949 (texto y traducción). 

X Forni, Taciti De uita lulii Agricolae Librum, ed., comenta- 
riolo instru. et illustrauit, Roma, 1962. 

G Forni-F. Galli, Tácito, De origine et situ Germanorum, Roma, 

1964. 

XX Goelzer, Le Dialogue des Orateurs, París, Hachette, 1910 
(comentado). 

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1946 (ed. y com.). 

A. Gudeman, Tacitus, Dialogus, 1914; Agrícola, 1902; Germania, 
1916, Leipzig. 

M. Lenchantin de Gubernatis, De uita lulii Agricolae, De ori¬ 
gine et situ Germanorum, Dialogus de oratoribus, Corpus 
Scriptorum latinorum Parauianum, Turín, Pararía, 1949. 

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berg, 1963 (con vocabulario y notas). 

O. Leggewie, Tacitus, Dialogus de oratoribus, Münster, 1963 (in¬ 
troducción y texto latino). 

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con notas). 

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1961 (con com.). 

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Pararía, 1956. 



30 


TÁCITO. «OBRAS MENORES» 


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y coment.). 


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Para la época en que vivió nuestro autor, puede 

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TÁCITO. «OBRAS MENORES» 


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Rev. de Est. Clás. 1 (1950), 36-42. 

Puede completarse hasta fecha más reciente en: 

R. Hanslik, «Tacitus 1939-1972», Lustrum 16 (1975), 204-272. 


Bibliografía amplia, aunque ya atrasada, apare¬ 
ce en: 



INTRODUCCIÓN 


Fecha de composición 

La Vida de Julio Agrícola fue publicada, evidente¬ 
mente, tras la muerte de Domiciano. Su contenido no 
permitía otra cosa. Así se nos dice al comienzo del 
capítulo 3: «ahora renace la vida». Según el mismo 
capítulo, parece que está vivo Nerva; se le llama César, 
y a Trajano, Nerva Trajano. Es decir, Nerva vivía 
aún, puesto que no se le llama «divino», título reser¬ 
vado a los emperadores muertos, y Trajano simple¬ 
mente habría sido adoptado por Nerva, de ahí que 
llevase antepuesto el nombre de éste. De acuerdo con 
todo ello, podríamos fechar la obra entre octubre del 
97 y enero del 98, año de la muerte de Nerva; pero se 
ha demostrado que este argumento de los títulos nos 
es fiable: en el capítulo 44 se llama a Trajano «Prin¬ 
ceps», es decir, Emperador. Gudeman 1 afirma que el 
grueso de la obra ya estaría escrita, menos los capí¬ 
tulos 3 y 4 y parte del 44. Syme 2 apunta la vaga posi¬ 
bilidad de que se compusiera antes y se publicara des¬ 
pués. Hutton 3 , en su Introducción al Agrícola, dice 
que se comenzaría al final del otoño del 97 y se ter- 


1 En la Introducción a su edición del Agrícola, Boston, 1948. 

2 Tacitus, Oxford University Press, 1958, pág. 19. 

i Loeb Classical Library, Londres, 1970. 



44 


AGRÍCOLA 


INTRODUCCIÓN 


45 


minaría y publicaría al comienzo del verano del 98, 
pocos meses antes que la Germania. 

Fuentes 

Tácito cita a autores como Fabio Rústico y Tito 
Livio (cap. 10). Para datos más técnicos, geográficos y 
etnológicos, pudo utilizar tanto autores griegos como 
romanos, pero para los sucesos inmediatamente ante¬ 
riores tendría referencias directas de su tiempo. Según 
Marín Peña, en su Introducción a esta obra 4 , «es pro¬ 
bable, dado el carácter poco científico de sus referen¬ 
cias, que diera prelación a los romanos, peor informa¬ 
dos en ese aspecto». Creemos que esta opinión hay 
que atenuarla un poco, en el sentido, por ejemplo, de 
que Tácito pudo consultar, por un lado, archivos ro¬ 
manos (y ahí sí habría quizá inexactitudes), pero, por 
otro, pudo hablar directamente con oficiales de gene¬ 
rales como el mismo Agrícola, y éstos sí que serían 
testimonios fidedignos. Además no es cierto que sus 
referencias sean poco científicas (para su época, claro), 
como veremos más adelante, y como el mismo Marín 
reconoce respecto a algunos pimíos. De todos modos, 
la actitud que adoptaban los autores clásicos a la hora 
de escribir una obra de carácter histórico era muy dis¬ 
tinta a la de nuestra época y, por tanto, no puede 
examinarse su labor con un enfoque actual. Supone¬ 
mos que es innecesario insistir en este punto. 

Tema y contenido 

Tras un breve comienzo de aire justificativo (tres 
capítulos), comienza a hablar directamente de su sue- 

4 Tácito, Vida de Julio Agrícola, Madrid, C. S. I. C., 1958. 


gro Agrícola: su origen y educación (4), carrera mili¬ 
tar y política anterior a su nombramiento como gober¬ 
nador en Britania, citado ya en el 9; noticias elemen¬ 
tales sobre Britania y actuación de la Administración 
romana hasta el nombramiento de Agrícola como go¬ 
bernador (del 10 al 17), sus primeras actuaciones (18 
y 19) y sus siete campañas (del 20 al 38); vicisitudes 
políticas posteriores, con intercalación de diversas re¬ 
flexiones (del 39 al 42); muerte y elogio fúnebre (del 
43 al 46). 


Carácter e intención de la obra 

Se han sustentado varias teorías. En este punto 
hay obligación de citar la extraordinaria introducción 
que el profesor Marín Peña hace a esta obra. Pero este 
libro tiene finalidad diferente que la obra de este pro¬ 
fesor y, de otro lado, no he logrado hallar estudios 
realmente importantes sobre este problema, aparte los 
reseñados y expuestos por Marín. Hagamos, por tanto, 
un breve resumen: 

1) Algunos han pensado que se trataba de una 
laudado funebris real. A esto hay que objetar que 
Agrí enla había muerto cinco años antes y que gran 
parte del contenido no responde a tal propósito. 

2) Sería una laudado funebris destinada a la lec¬ 
tura, o «de salón». Hipótesis sostenida por E. de Saint- 
Denis en su introducción al Agrícola 5 . Según él, esta 
diversidad de contenido, las numerosas y cuidadas di¬ 
gresiones, tendrían su justificación precisamente en 
una lectura posterior. Hay otro factor y es lo que este 
autor francés llama «le mélange des genres litteraires», 
que estaría de moda por aquel tiempo. En realidad. 


s Tacite, Vie d’Agrícola, París, Les Belles Lettres, 1972. 



46 


AGRICOLA 


INTRODUCCIÓN 


47 


las razones que aduce pueden servir para defender su 
tesis, pero al tiempo no impiden sostener otra distinta, 
por ejemplo la biográfica. El capítulo primero no de¬ 
muestra nada: se habla de mencionar los hechos de 
hombres ilustres repetidas veces; este es uno de los 
apoyos de Saint-Denis. Nosotros creemos que todo ello 
es sólo un justificante de no haber publicado —o es¬ 
crito— antes la obra; que no es una alusión a la his¬ 
toria del género, sino una comparación de los tiempos 
de Domiciano con los anteriores: «me ha hecho fal¬ 
ta...»; antes, en cambio, era algo no rmal . 

3) Obra de carácter político. Esta hipótesis es 3 ra 
más complicada. Evidentemente, carga política tenía 
que tener. Primero, porque Agrícola fue un político; 
Tácito, también. Por otro lado, las circunstancias, de 
transición de unos comportamientos políticos a otros 
con gran rapidez, sensibilizaban más los ánimos en 
este sentido. En definitiva, todos los escritos de Tácito 
tienen, entre otras, intencionalidad política. Así lo vi¬ 
mos en la introducción a su obra. Ahora bien, qué 
intencionalidad política concreta tenga ha sido muy 
debatido: 

A) Supondría una protesta contra la pasada tira¬ 
nía y una manifestación de alegría por la libertad re¬ 
cuperada. Algo de eso podría haber; ya hemos visto la 
constante lucha interior que sostiene nuestro autor 
entre libertad y orden; si se pueden conjugar ambos 
principios, el elogio era obligado hacia Nerva y Tra- 
jano, frente a la mera opresión del régimen anterior, 
lo que le hace exclamar aquello de «ahora renace, por 
fin, la vida», aunque la caída de la República parecía 
demostrar que libertad e Imperio eran incompatibles; 
se intentaba un compromiso entre el Príncipe y el Se¬ 
nado para lograr una situación de libertad sin liberti¬ 
naje, de orden sin despotismo; como esto no se logró, 
Tácito resalta en el comportamiento de su suegro un 


obsequium, una actitud de deferencia hacia la jerar¬ 
quía política. En todo caso, hay que decir que las po¬ 
sibles alusiones a esta intencionalidad se dan en de¬ 
masiado pocos pasajes como para justificar esta tesis, 
y esto mismo podría predicarse respecto a las otras 
posiciones políticas, como la que vemos a continua¬ 
ción, y que es consecuencia de la anterior. 

B) Es apuntada por Marín Peña, citando a Fur- 
neaux. Nuestro autor habría pretendido quitarse de en¬ 
cima la posible acusación de colaboracionismo con el 
régimen anterior en una época de especial exaltación 
vengativa y, de paso, anota ciertos propósitos utilitarios. 
Lo primero que se nos ocurre es que no es necesario 
detenerse mucho en aquella Roma; baste decir que esto 
lo decía Fumeaux en 1922, y luego échese una breví¬ 
sima ojeada a algún país cercano en 1979. 

C) Porque esta última ojeada, en definitiva, es la 
que expone Paratore 6 . Según él, se aprovecha del ca¬ 
dáver de Agrícola para insertarse en la reacción contra 
Domiciano muerto; lo mismo que hizo Tácito bajo 
Domiciano con Agrícola vivo e influyente; su suegro 
sería así «el último mártir de la libertad»; sería un 
gesto similar al de Marco Antonio sobre el cadáver de 
César. Pero hay más: Tácito sufrió un revés para sus 
aspiraciones políticas al volver a Roma tras la muerte 
de Agrícola, y eso le tenía que estimular; por eso dice 
(cap. 43) que visitó a Agrícola mucha gente, que sería 
recordado..., y realmente Agrícola es poco conocido; 
Suetonio ni lo menciona. Esto explicaría contradiccio¬ 
nes como el que Tácito fuera pretor bajo Domiciano y 
que lo atacase; Paratore piensa que heredaría el odio 
de la familia de Agrícola contra Domiciano a causa de 
no haberlo honrado debidamente por su triunfo en 
Britania, y por su posterior relegación. El estudioso 


6 Tácito, Edizioni dell’Ateceo, 2." ed„ Roma, 1962. 



48 


AGRÍCOLA 


INTRODUCCIÓN 


49 


italiano considera el Agrícola como la c ulmina ción de 
la libelística antiimperial; Tácito utilizaría muy hábil* 
mente los rumores: posible envenenamiento, el relevo 
de Agrícola, las coacciones para que no acepte el go¬ 
bierno de Siria... Pero la política exterior de Domicia- 
no sí habría sido acertada en muchos aspectos. Según 
Paratore, esta técnica de utilización de los rumores a 
la propia conveniencia culminaría con el examen de la 
personalidad de Tiberio. 

Como los ejemplos los tenemos actualmente muy a 
mano, es fácil objetar a Paratore que podría haberse 
visto influido por las circunstancias políticas que le 
tocó vivir, y su visión, así condicionada, sería poco 
científica. Lo cierto, puede insistirse, es que el Agrícola 
es mucho más que un escrito de propaganda política. 

4) Biografía de tono encomiástico: a esta opinión 
nos adscribimos, y tal vez lo haga todo el que tome, 
al menos, estas dos precauciones: a) leer la obra, aun 
por encima; b) leer otras biografías de la antigüedad 
clásica; las diversas digresiones no nos descubren más 
que algo archisabido, que Tácito, escritor de gran per¬ 
sonalidad, es también muy complejo, como resultado 
de utilizar abundantes materiales y de una elaboración 
igualmente compleja. 

Vida de Agrícola 

Nació en Fréjus (Forum Iulii), en la provincia de 
la Galia Narbonense, el 13 de junio del afio 40. El 
rtomen nos sugiere la adquisición por su familia de la 
ciudadanía romana. Su padre, Julio Grecino, fue hom¬ 
bre culto y entendido en temas agrícolas, y de ahí el 
cognomen; lo cita Columela (I 1, 14) y Séneca resalta 
su integridad (De Beneficiis II 21, 15); murió por orden 
de Calígula el mismo año en que nació Agrícola. 


Estudió en Marsella y comenzó su carrera en Bri- 
tania, provincia que sería decisiva para él. Ahora con¬ 
viene preguntarse: si se le ha llamado, con justicia, 
«el hombre de Britania», ¿por qué se objetan a la tesis 
biográfica las numerosas noticias y acontecimientos en 
torno a estas islas? 

Britania hasta la llegada de Agrícola. 

Campañas de éste 

Tras las primeras expediciones, a cargo de César, 
Claudio invadió Britania para conseguir una mayor 
seguridad en las Galias. 

Ostorio Escápula combatió al jefe Carataco en 
Gales y adelantó las fronteras. Didio Galo consolidó 
con fuertes lo conquistado, muy extenso ya y sin civi¬ 
lizar; fue, por tanto, una labor muy positiva la suya, a 
pesar de las reticencias de Tácito. Con todo, se necesi¬ 
taba someter por la fuerza a Gales, y eso fue lo que 
encargó Nerón a Veranio, quien murió en seguida, pero 
su sucesor, Paulino, era también un especialista en la 
guerra de montaña. 

Así se encontró la situación Agrícola cuando llegó, 
por primera vez. Aparte de Gales, objetivo esencial era 
la conquista de Anglesey, centro de resistencia y mo¬ 
rada del druidismo; a esto hay que añadir la revuelta 
de Boudicca el 60 ó 61; según Syme, la causa de tal re¬ 
vuelta es posible que no fueran las levas; Dión Casio 
y Séneca señalan la de los tributos. 

El matrimonio fue, para Agrícola, un trampolín. Su 
suegro, Domicio Decidió, había sido un político influ¬ 
yente bajo Claudio. Agrícola fue cuestor el 64, tribuno 
de la plebe en el 66 y pretor en el 68. 

En el 70 fue enviado al frente de la vigésima legión 
acantonada en Wroxeter, cuando Cerial había sido nom- 


36.-4 



50 


AGRÍCOLA 


INTRODUCCIÓN 


51 


brado gobernador. Poco había cambiado Britania en 
ausencia de Agrícola; los límites estaban en el Trent y 
el Severn y en Chester al NO.; en cambio, se había 
provincializado más; avanzar era problemático, por la 
poca disciplina y moral de las legiones; a esto se aña¬ 
dían las disputas entre el general Roscio Celio y el 
gobernador Trebelio. En el 71, el ejército se l anza a 
la conquista; durante los tres años de Cerial se dejaron 
pequeñas guarniciones frente a Gales y siguió el avance 
hacia el N.; Cerial levantó una plaza fuerte en York e 
Intentó llegar a Carlisle; sometió a los brigantes; pero 
sus campañas eran más bien exploratorias, no de con¬ 
solidación. Por el contrario, su sucesor, Julio Frontino, 
continuó las campañas contra Gales. 

El año 74 nuestro personaje es nombrado goberna¬ 
dor de Aquitania; en el 77, cónsul suffectus («suplen¬ 
te»), y en el 78, gobernador de Britania y Pontifex Mᬠ
ximos. 

Sus siete años de campaña podrían resumirse así: 
78: contra los ordovices y Anglesey; 79: avance haría 
el N., afirmando las acciones de Cerial; partiendo de 
Chester y York, recorre las costas y somete a los bri¬ 
gantes; 80: avanza con mal tiempo hasta el Tay, en 
dos columnas que convergerían en el Forth; 81: esta¬ 
blecimiento de una cadena de fuertes en la zona Forth- 
Clyde; 82 conquista del SO. de Escocia; 83: conquista 
de los Lowlands y construcción de una vía y serie de 
fuertes a lo largo del corredor natural de Strathmore; 
84: reanuda la lucha, provoca a los indígenas, batalla 
del Mons Graupius, quizá cerca de Keith, que era el 
paso natural hacia Moray Plain; expedición a Mainland. 

No se completó la ocupación de Bri tani a, porque 
para ello se necesitaban fuerzas muy superiores a las 
que tenía Agrícola; en el 87 se procede a la retirada 
desde Strathmore. Entonces, ¿para qué la conquista? 
En todo caso, la razón de la retirada parece estar en 


no extender demasiado los límites del Imperio y poder 
atender mejor a zonas más conflictivas, como Ger- 
mania. Ahí queda la frase de las Hist. I 2, 1: «some¬ 
tida, al fin, Britania, pero al instante perdida». 

En el 93 muere Agrícola. Su labor en Britania fue 
m uy meritoria. Consiguió salvar muchos elementos in¬ 
dígenas y supo combinarlos con componentes de la 
civilización romana. Como general, combinó todos los 
aspectos tácticos. En aquella época se necesitaban al 
frente de las provincias hombres de confianza, pues las 
fortunas provinciales eran enormes. Tácito muestra su 
desprecio por los políticos, o por ciertos políticos, que 
vivían a costa de hombres eficaces, como su suegro. 


Aspectos científicos de la obra 

Según Marín Peña, «adolece de numerosos e im¬ 
portantes errores»; se le achaca también su escasez de 
topónimos... Con estas acusaciones, los que se oponen 
a que la obra es una biografía incurren en una cla¬ 
rísima contradicción. 

Ya hemos visto lo que una obra de este tipo era 
para un hombre de la época de Tácito; ni tenía por 
qué dejar al lector sin datos sobre su biografiado ni 
tenía por qué abrumarlo ofreciéndole demasiados; los 
que son más pertinentes, los siete años de campaña, 
están confirmados arqueológicamente en algunos casos 
y no desmentidos en otros. En cuanto a otro tipo de 
datos, si bien algunos son erróneos, debemos fijamos 
en los siguientes: la forma de Britania no es descabe¬ 
llada para los conocimientos de su tiempo; que la línea 
Forth-Clyde forma un istmo que daría una base al 
triángulo de Escocia, lo vemos en Ptolomeo; también 
hay una certera alusión al encuentro del Gulf Stream 



52 


AGRÍCOLA 


con el Mar del Norte; si la brevedad de las noches es 
exagerada, hay cierta base real. 

Historia del texto 

El manuscrito Vaticanus 3.429 data de la segunda 
mitad del siglo xv; Julio Pomponio Leto hizo esta copia 
para su uso personal; tiene notas marginales e inter¬ 
lineales del propio Leto. 

El manuscrito Vaticanus 4.498 data también de la 
segunda mitad del siglo xv; contiene, a más del Agríco¬ 
la, obras de Frontino y de Plinio el Joven; más imper¬ 
fecto que el anterior. 

El manuscrito Toletanus, descubierto en 1896, con¬ 
tenía, entre otras obras, el Agrícola y la Germania; 
copiado por Miguel Angel Grilo en la segunda mitad 
del siglo xv. 

El Aesinas fue hallado en Iesi (antiguamente Aesis) 
y designado con la letra E, inicial del italiano Esino. 
Contiene también varias obras. La parte correspon¬ 
diente al Agrícola se compone de ocho páginas que 
proceden de otro códice más antiguo (el Hersfelden- 
sis) y de otras seis, que son de distinta mano. Este 
último manuscrito fue dividido de forma que el Agríco¬ 
la fue a parar a Stefano Guamieri, quien tendría que 
completar la obra copiando lo que faltaba de otro 
manuscrito. El interés del Aesinas está en que se su¬ 
pone que es el arquetipo de los otros códices; pro¬ 
bablemente el Toletanus es copia directa y los dos 
Vaticani son copias indirectas, a través de sendos hi- 
parquetipos desaparecidos. 


AGRÍCOLA 


Transmitir a la posteridad los hechos y conductas 1 
de los hombres ilustres, frecuente antaño, ni siquiera 
una época tan despreocupada por lo suyo como es 
la nuestra lo ha descuidado, cuantas veces alguna gran¬ 
de y notoria virtud venció y se sobrepuso a un vicio 
común a pueblos pequeños y grandes: el aborreci¬ 
miento y la ignorancia de lo recto 1 . 

Entre nuestros antepasados, en cambio, de igual 2 
modo que existía la facilidad y el campo libre para 
logros memorables, así también los más afamados por 
su ingenio se veían impulsados a dar a conocer tales 
méritos, sin buscar influencia o medro; su único incen¬ 
tivo era la conciencia de su buena acción. Pensaron 3 
muchos que escribir su autobiografía significaba con¬ 
fianza en su recto proceder y no arrogancia, y ello no 
les supuso a Rutilio o a Escauro 2 ningún motivo de 
sospecha o crítica. ¡Hasta tal punto los valores huma¬ 
nos se estiman mejor que nunca en los momentos 
en que surgen con mayor facilidad! 

Pero, ahora, para relatar la vida de un hombre ya a 
desaparecido me ha sido precisa una licencia que no 

1 Tácito buscaría con esta obra dar a conocer y dejar bien 
claro el recto proceder de su suegro. 

2 Rutilio Rufo, cónsul en 105 a. C., discípulo del filósofo 
Panecio, escribió, además de su autobiografía, una historia ro¬ 
mana en griego; elogiado por Cicerón y Séneca. Marco Emilio 
Escauro, cónsul en 115 a. C., del partido aristocrático, citado 
por Cicerón, Valerio Máximo, Plinio el Viejo, Salustio (no elo¬ 
giándolo, precisamente) y el propio Tácito en los Anales. 



54 


TÁCITO 


AGRÍCOLA 


55 


hubiera necesitado si pretendiera acusarlo: ¡tan crue¬ 
les y hostiles a las virtudes humanas están los tiempos! 

2 Hemos leído 3 que, cuando Aruleno Rústico escribió 
el panegírico de Peto Trásea 4 y Herennio Seneción el 
de Prisco Helvidio 5 , incurrieron en delito capital y se 
persiguió con crueldad a estos autores, a sus personas 
y a sus libros, pues se encomendó a los triúnviros 6 el 
quemar en el comicio 7 8 y en el foro las manifestacio- 

2 nes de aquellos ingenios preclaros. Creían, sin duda, 
que con aquel fuego se destruía la voz del pueblo ro¬ 
mano, la libertad del Senado y la conciencia del género 
humano, sobre todo tras la expulsión de los filósofos 
y el destierro de todas las artes nobles, para que nada 
honesto les hiciera frente en parte alguna. 

3 Dimos, preciso es reconocerlo, grandes muestras 
de sumisión y, mientras que las épocas pasadas vie¬ 
ron qué había en el límite extremo de la libertad, a 
nosotros nos sucede lo mismo con la esclavitud, tras 
habérsenos arrebatado, gracias a los espías®, hasta el 
trato del hablar y del escuchar. La memoria misma hu¬ 
biéramos perdido, juntamente con la voz, si en nuestro 
poder estuviera el olvidar tanto como el callar. 


3 En el Diario Oficial del Senado. 

4 Sobre estos personajes puede consultarse, en esta misma 
colección, los Anales XVI 21-35; también Subtonio, Dom. 10 
y Ner. 37. 

5 Herennio Seneción, amigo de Plinio el Joven, denunciado 
por el delator Meció Caro y ejecutado por escribir la biografía 
de Helvidio. Prisco Helvidio, yerno de Trásea, desterrado a la 
muerte de éste, fue condenado a muerte por Vespasiano. 

6 Encargados de ejecutar las sentencias capitales. 

7 Era la plaza, situada al N. del foro, en que se realizaban 
las ejecuciones capitales; en otro tiempo se reunían allí los 
comicios curiados. 

8 Los delatores comunicaban a Vespasiano cualquier tipo 

de crítica adversa. 


Ahora renace, por fin, la vida. Aunque, con los pri- 3 
meros albores de esta venturosa época, Nerva César 
haya conseguido aunar situaciones otrora incompati- 
bles, el Principado y la libertad, y Nerva Trajano 9 
aumenta por días la dicha de los tiempos, y la segu¬ 
ridad pública no se ha quedado en esperanzas y anhe¬ 
los, sino que ha logrado una firme confianza en la con¬ 
secución de aquéllos, sin embargo, por la naturaleza 
de las debilidades humanas, los remedios son más len¬ 
tos que los propios males. Tal como nuestros cuerpos 
crecen lentamente y se extinguen con rapidez, de igual 
modo es más fácil reprimir los ingenios que tratar de 
recuperarlos. Cierto es también que la dulzura de la 
inactividad se va infiltrando y se acaba por amar la 
desidia que antes resultaba odiosa. 

¿Qué decir, por otra parte, de los muchos que mu- 2 
rieron (algunos por causas fortuitas, los de mayores 
inquietudes por la crueldad del Príncipe) a lo largo de 
quince años, lo que supone un amplio período de la 
vida humana? Pocos somos los supervivientes, no ya a 
otros, sino, por decirlo así, a nosotros mismos, tras 
habérsenos arrancado tantos años de entre los mejores 
de nuestra vida, durante los que hemos llegado, silen¬ 
ciosamente, los jóvenes a la vejez y los viejos casi al 
término de su existencia. 

Con todo, y aun con palabra tosca y ruda, no me 3 
pesará la tarea de recordar la pasada esclavitud y testi¬ 
moniar la felicidad presente. Entre tanto, este libro, 
destinado a honrar a mi suegro Agrícola, podrá ser ala¬ 
bado o, al menos, excusado en aras de la profesión de 
amor filial que en él hago. 


9 Debido a su adopción por Nerva, llevaba el nombre de 
éste desde octubre del 97. Sobre esto, véase la Introducción 
a esta obra, acerca de la fecha de su composición. 



56 


TÁCITO 


AGRICOLA 


57 


4 Gneo Julio Agrícola, natural de la antigua e ilustre 
colonia de Fréjus 10 , tuvo por abuelos a dos procura¬ 
dores 11 imperiales, lo que significa la dignidad ecues¬ 
tre. Su padre fue Julio Grecino 12 , de rango senatorial, 
conocido por su afición a la elocuencia y la filosofía; 
cabalmente por estas cualidades se ganó la ira de Gayo 
César 13 : se le mandó acusar a Marco Silano y, al ne¬ 
garse, fue ejecutado. 

2 Su madre fue Julia Procila, de una castidad poco 
común. Criado en su amoroso regazo, pasó la niñez y 
la adolescencia en el cultivo de todas las nobles artes. 
Aparte de su natural bueno y puro, alejábalo de las 
seducciones del pecado el tener, desde su más tierna 
infancia, por lugar de residencia y guía para sus es¬ 
tudios a Marsella, que es una afortunada combinación 

3 de elegancia griega y sobriedad provinciana. Tengo en 
la memoria que, según él mismo solía contar, se habría 
lanzado en su primera juventud al estudio de la filo¬ 
sofía con un afán mayor de lo que se le permite a un 
romano y a un senador, si la prudencia de su madre 
no hubiera refrenado su ánimo impetuoso y ardiente. 
Evidentemente su talante elevado e idealista apetecía 
la cara brillante de una gloria grande y excelsa con 
más vehemencia que cautela. Después, la reflexión y 
la edad suavizaron su conducta y (algo que es muy di¬ 
fícil) consiguió retener de la filosofía la mesura 14 . 


><• Forum Iulii fue fundada por César el 46 a. C. 

11 Los procuradores imperiales eran oficiales encargados en 
las provincias de funciones financieras. 

12 Autor de un tratado de viticultura, de donde quizá pro¬ 
venga el sobrenombre de «Agrícola». 

13 Calí gula. Silano fue el padre de su primera mujer. 

14 Uno de los conceptos fundamentales de los romanos y, 
tal vez, de toda la humanidad. Uno de los ideales más comu¬ 
nes en Tácito es el uir modestia praeditus. 


Aprendió los primeros rudimentos de la vida mili- 5 
tar en Britania y se ganó la aprobación de Suetonio 
Paulino, jefe competente y sensato, quien lo eligió para 
formar parte de su Cuartel General. No actuó Agrícola 
licenciosamente, siguiendo la conducta de los jóvenes 
que convierten la milicia en disipación, ni valiéndose 
de su cargo de tribuno inexperto para obtener placeres 
y permisos. Procuraba conocer la provincia y que el 
ejército lo conociera a él, aprender de los que tenían 
experiencia, frecuentar la compañía de los mejores; no 
apetecía nada por afanes de presunción; nada rehuía 
por temor y, al propio tiempo, actuaba con cautela y 
vigilancia. 

Ciertamente, Britania en ninguna otra ocasión se 2 
encontró en una situación más convulsa y crítica: ve¬ 
teranos pasados a cuchillo, colonias incendiadas, ejér¬ 
citos copados 15 . Se luchaba entonces por la supervi¬ 
vencia, aunque después se hiciera por la victoria. Si 3 
bien todo se hacía siguiendo directrices ajenas y, de 
hecho, el plan general de operaciones y la gloria de 
haber recuperado la provincia recayeron en el jefe, los 
acontecimientos proporcionaron al joven técnica, expe¬ 
riencia y estímulos, y en su ánimo penetró el deseo 
de la gloria militar, malquisto en un momento en que 
la opinión para con los hombres que intentaban des¬ 
collar era muy desfavorable, y una buena fama origi¬ 
naba un riesgo no menor que una mala. 

Tras marchar a Roma para tratar de conseguir al- 6 
guna magistratura, se casó con Domicia Decidiana, 
de ilustre cuna 16 , y este matrimonio le supuso un 
título y un apoyo para aspirar a empresas mayores. 


is Dos plurales enfáticos que aluden, respectivamente, al in¬ 
cendio de Colchester y al desastre de la IX legión, mandada 
por Petilio Cerial (Anales XIV 32). 

15 Su padre, Domicio Decidió, fue cuestor y pretor. 



58 


TÁCITO 


AGRÍCOLA 


59 


Vivieron en admirable concordia, rivalizando en recí¬ 
procas muestras de cariño, si bien en una buena es¬ 
posa la alabanza es tanto mayor cuanto lo es la culpa 
en la mala. 

2 El sorteo para la cuestura le deparó la provincia 
de Asia 17 y al procónsul Salvio Ticiano, por ninguno 
de los cuales se dejó corromper, y eso que la provin¬ 
cia era rica y como caída del cielo para los desapren¬ 
sivos, y el procónsul, por su parte, inclinado a todo 
tipo de codicia, daría toda clase de facilidades para 
una mutua ocultación del delito. Allí una hija vino a 
aumentar la familia, lo que le supuso una ayuda u al 
tiempo que un consuelo, pues acababa de perder a su 
hijo, muerto prematuramente. 

3 El intervalo entre la cuestura y el tribunado de la 
plebe, y también el año mismo del tribunado, transcu¬ 
rrieron con paz y tranquilidad, conocedor, como era, 
de los tiempos de Nerón, en los que la inercia pasó 

4 por sabiduría. La misma pauta de silencio observó en 
la pretura al no habérsele encargado ninguna función 
jurídica. Llevó los juegos 19 y las formalidades del 
cargo buscando el término medio entre la moderación 
y la abundancia, situándose tan lejos del despilfarro 
como cerca de la fama. 

3 Elegido, entonces, por Galba para inventariar los 
tesoros de los templos, consiguió con su catalogación 


17 La cuestura era el grado inferior de la carrera de las 
magistraturas romanas. Agrícola desempeñó este cargo en Asia 
Menor. 

i* La Ley Papia Popea permitía ganar un año por cada hijo 
vivo, respecto a la edad legal exigida para el desempeño de las 
magistraturas. 

19 Cometido de los ediles, lo fue de los pretores a partir 
del 22 a. C. 


tan min uciosa que la nación no tuviera que soportar 
otros sacrilegios de nadie que no fueran los de Nerón 20 . 

El año siguiente 21 afligió con una grave herida su 7 
ánimo y su familia. La flota de Otón, mientras sin con¬ 
trol ni rumbo devasta la zona de Ventimiglia (región 
de Liguria) como si fuera un país enemigo, mató a la 
madre de Agrícola en sus propias tierras y saqueó, 
aparte de las tierras, gran parte de sus bienes, que 
habían sido la causa de su asesinato. Al dirigirse a 2 
cumplir con sus deberes filiales fue sorprendido por 
la noticia de que Vespasiano había asumido el poder, 
y al instante se pasó a su bando. 

Muciano 22 dirigía los primeros pasos del nuevo ré¬ 
gimen y los asuntos de Roma, pues Domiciano era 
aún muy joven y sólo utilizaba la condición paterna 
para abusar de ella. Muciano, tras enviar a Agrícola 3 
a efectuar la leva 23 y comportarse éste con integridad 
y coraje, lo colocó al frente de la legión vigésima, que 
había tardado mucho en prestar acatamiento y en la 
que, según se comentaba, su predecesor actuaba sedi¬ 
ciosamente. La verdad es que hasta a los legados con¬ 
sulares les venía demasiado grande y les resultaba pe¬ 
ligrosa; el legado del pretor se veía impotente para 
dominar la situación, no se sabe si por su falta de 
carácter o por exceso de él en los soldados. En estas 
condiciones, nombrado su sucesor y encargado, al tiem¬ 
po, de restablecer la disciplina, usando de un tacto 
poco frecuente, prefirió dar la impresión de que había 
encontrado buenos soldados y no de que los había 
hecho buenos él. 


70 Tales sacrilegios son aludidos por Tácito en An. XV 45, 
y Suero Ni o, Ner. 32. 

21 El 69; véase TÁc., Hist. I 87. 

22 Gobernó Roma hasta la llegada de Vespasiano; TÁc., 
Hist. IV 11. 

23 En Italia, el año 70. 



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TÁCITO 


AGRÍCOLA 


61 


8 Por aquel entonces gobernaba la Britania Vetio 
Bolano, con más suavidad de lo que procedía en una 
provincia tan indómita. Agrícola supo reprimir su pro¬ 
pia energía y ardor para no extralimitarse, siendo 
hombre experto en acomodarse a las circunstancias y 
hábil en conjugar lo práctico con lo honesto. 

2 Al poco tiempo Britania quedó bajo el mando del 
consular Petilio Cerial 24 . Las virtudes de Agrícola ha¬ 
llaron ocasión para mostrarse: en los primeros mo¬ 
mentos compartía con Cerial sólo penalidades y peli¬ 
gros; luego, también la gloria. Con frecuencia lo ponía 
al frente de una parte del ejército para comprobar su 
actitud, y en alguna ocasión, según el resultado, le dio 
el mando de mayores contingentes. 

3 Agrícola no se gloriaba de estos hechos para refe¬ 
rirlos a su propia fama; asignaba 6us logros a su jefe, 
del que partían las iniciativas, como que él era sólo 
un ejecutor. De este modo, con su disciplina al obe¬ 
decer y su pudor en la vanagloria, se mantenía alejado 
de la envidia, sin perder por ello la fama que le co¬ 
rrespondía. 

9 Al terminar su mandato en la legión, el divino Ves- 
pasiano lo introdujo en el grupo de los patricios a . Pos¬ 
teriormente lo nombró gobernador de la provincia de 
Aquitania 26 , puesto importante, fundamentalmente por 
el cargo en sí y por la esperanza de un consulado 
al que Vespasiano le tenía destinado. 

2 Mucha gente cree que a los genios militares les 
falta sagacidad, porque la jurisdicción castrense, ex- 


24 Pariente de Vespasiano y extraordinario general, comba¬ 
tió en Britania y fue enviado a Germania para sofocar la su¬ 
blevación de Civil (TAc., Hist. IV 68). 

25 Esta condición fue accesible a los provinciales desde 
Claudio. 

26 Provincia atlántica desde el NO. de los Pirineos hasta el 
Loira; su capital fue Burdigala (Burdeos). 


ditiva, algo tosca y actuando ordinariamente de for¬ 
ma sumarial, no practica las astucias del foro. Agrícola, 
de prudencia innata, obraba con eficacia y justicia, 
aun entre civiles. Sabía repartir bien los momentos de 3 
trabajo y de distracción. Cuando las audiencias judi¬ 
ciales lo requerían, se mostraba grave, preocupado, se¬ 
vero y, con mayor frecuencia, misericordioso. Cuando 
había terminado con sus deberes, deponía la máscara 
de autoridad; abandonaba el aire serio, la arrogancia 
y la avaricia. Ni su afabilidad le quitó prestigio ni, 
cosa bastante rara, su severidad las simpatías. 

Insistir en la honradez y en la integridad de un 4 
hombre tan extraordinario sería ofender al conjunto 
de sus virtudes. Ni siquiera se valió de la ostentación 
de sus cualidades o de la astucia para obtener la fama, 
a la que incluso los buenos rinden pleitesía con fre¬ 
cuencia. Lejos de rivalizar con sus colegas, lejos de 
mantener litigios con los procuradores imperiales, es¬ 
timaba insignificante vencer y vergonzoso ser vencido. 

Desempeñó esta legación menos de tres años 27 y, 5 
al cabo, se le reclamó con vistas al consulado. Le acom¬ 
pañaba la creencia general de que se le daba la pro¬ 
vincia de Britania, no porque él lo anduviera propa¬ 
lando, sino porque parecía capaz de desempeñar el 
cargo. No siempre se equivoca la opinión pública; en 
ocasiones incluso sabe elegir. 

Siendo él ya cónsul y yo todavía joven a , me con- ó 
cedió la mano de su hija, de espléndido porvenir, y 
tras su consulado se celebró el matrimonio. Inmedia¬ 
tamente asumió el mando de Britania y se le añadió 
la dignidad sacerdotal del pontificado. 


22 Del 74 al 77. 

28 Veintidós años. 



62 


TÁCITO 


AGRÍCOLA 


63 


10 Voy a describir la situación y los pueblos de Bri- 
tania, relatados ya por muchos escritores 29 , no para 
establecer un parangón entre las respectivas erudicio¬ 
nes y talentos, sino porque fue entonces cuando aqué¬ 
lla quedó totalmente sometida por vez primera. De este 
modo, lo que trataron mis predecesores sustituyendo 
con su elocuencia la falta de datos fidedignos, yo lo 
basaré en la autenticidad de los hechos. 

2 Britania, la mayor de las islas conocidas por los 
romanos, por lo que atañe a su extensión y posición 
está orientada a Germania por el E. y a Hispania por 
el O. M ; su parte S. es hasta visible desde la Galia; su 
parte N., sin ninguna tierra enfrente, se halla batida 

3 por un mar enorme y abierto. Los escritores más ex¬ 
presivos, Livio de entre los antiguos, Fabio Rústico 
de entre los modernos, atribuyeron al conjunto de 
Britania la forma de una escudilla oblonga o de un 
hacha de dos filos 31 . Tal es su aspecto más acá de 
Caledonia 32 , por lo que se cree que el resto es igual. 
Pero si traspasamos aquella zona, puede apreciarse un 
inmenso espacio de tierra que, al llegar al punto más 
saliente de la costa, va disminuyendo en forma de cuña. 

4 Rodeando por vez primera entonces una flota ro¬ 
mana la orilla de este mar remoto, pudo demostrar 
que Britania era una isla y, de paso, descubrió y con- 


29 Livio, Fabio Rústico, César, Piteas, Posidonio, Estrabón, 
Plinio el Viejo y Pomponio Mela. 

30 También César, Estrabón y Plinio el Viejo creían que los 
Pirineos iban de N. a S. y que la costa cantábrica estaba orien¬ 
tada de NO. a SE., al O. de Britania. 

31 La traducción del término correspondiente a escudilla es 
algo compleja; en todo caso, se ve que las dos posibles figuras 
son diferentes; más bien se creía que Britania era de forma 
triangular. 

32 Escocia, que se extiende desde el istmo formado por el 
Clyde y el Forth. 


quistó unas islas desconocidas 33 en aquel tiempo, a las 
que llaman Oreadas. Incluso Tule 34 fue avistada, a lo 
lejos, pues las órdenes no permitían pasar de allí y el 
invierno apremiaba. Pero cuentan que aquel mar en 5 
f pima y fatigoso para el remo no se encrespa ni con 
el viento como es normal, a mi entender porque las 
tierras y los montes, causa y origen de las tempesta¬ 
des, son escasos, y una masa profunda de un mar inin¬ 
terrumpido se pone en movimiento con mayor dificul¬ 
tad. Investigar la naturaleza de este Océano y sus 6 
mareas no corresponde a un trabajo de este tipo y 
ya lo han tratado otros muchos. Unicamente podría 
añadirse que en ninguna otra parte extiende más el 
mar sus dominios, que hay muchas corrientes en todas 
direcciones y que los flujos y reflujos no acaban en 
las costas, sino que las aguas penetran en el interior 
y lo rodean, invadiendo las colinas y montañas como 
si se movieran en su propio medio 35 . 

Por lo demás, como suele ocurrir con los países 11 
bárbaros, no se conoce con exactitud quiénes habita¬ 
ron Britania en un principio, si eran indígenas o inmi¬ 
grados. Su aspecto físico varía, y de ahí las diversas 
hipótesis. La cabellera rubia de los que habitan Cale- 2 
donia y sus grandes miembros certifican su origen 
germano. Los rostros atezados de los sílures 36 , su pelo 
de ordinario ondulado y el hecho de estar Hispania 
enfrente hace creer que antiguos iberos pasaron el 
mar y ocuparon aquella zona. Los próximos a los galos 
guardan semejanza con éstos, bien porque perdure la 
influencia del origen, bien porque en tierras situadas 


33 Ya habían hablado de ellas Plinio y Mela. 

34 Debe de tratarse de Mainland, la más grande de las islas 
Shetland. 

33 Tácito parece describir aquí las rías de la costa O. de 
Escocia. 

35 Habitantes del S. de Gales y Monmouthshire actuales. 



64 


TÁCITO 


AGRÍCOLA 


65 


unas frente a otras la posición geográfica y el clima 

3 inf luyen en el aspecto corporal. De todos modos, en 
una estimación general, es verosímil que los galos ocu¬ 
paran la vecina isla; se pueden reconocer sus ritos y 
sus inclinaciones supersticiosas 37 ; la lengua no es muy 
diferente 38 ; la misma osadía para buscar los peligros 
y el mismo miedo para escapar de ellos cuando se les 

4 presentan 39 . Los britanos, con todo, muestran más fie¬ 
reza, porque no los ha enervado aún una paz prolon¬ 
gada. De hecho, sabemos que también los galos sobre¬ 
salieron en las guerras; después, la apatía penetró en 
ellos de la mano de la tranquilidad y perdieron el va¬ 
lor y la libertad a un tiempo 40 . Lo mismo les sucedió 
a los britanos antaño vencidos 41 ; los demás permanecen 
igual a como fueron antes los galos. 

12 Su fuerza está en la infantería. Algunas tribus com¬ 
baten también en carros 42 ; el noble es el auriga; los 
clientes van delante combatiendo. En otro tiempo obe¬ 
decían a reyes; ahora se ven arrastrados por las am- 

2 biciones partidistas de cabecillas. Nada nos resulta 
más útil frente a naciones potentes que el que no 
velen por sus intereses comunes; es muy rara la unión 
de dos o tres tribus para rechazar un peligro común. 
Luchan cada cual por su cuenta y terminan por ser 
vencidos todos. 

3 El cielo se ve oscurecido por continuas lluvias y 
nieblas, pero no se dan los fríos rigurosos. La duración 
de los días es mayor que en nuestras latitudes. La 


37 El druidismo. 

38 Tácito no distingue entre el gaélico y el britónico. 

39 Comparar con César, B. G. III 19, 6. 

« Tácito resume a César, B. G. VI 24; compárese también 
este pasaje con Germania 28, 1. 

♦i Por Claudio. 

43 Sobre las maniobras de carros, véase César, B. G. IV 24: 
según algunos autores latinos, estarían provistos de hoces. 


noche es clara y corta en la extremidad de Britania, 
de modo que apenas puedes distinguir, en un breve 
crepúsculo, el fin y el comienzo del día 43 . Aseguran 4 
que, si las nubes no lo impiden, se ve el resplandor 
del sol durante la noche y que éste ni se esconde ni 
sale, sino que cruza el horizonte sin más. Desde luego, 
la parte extrema y plana de la tierra, con sombras a 
ras de suelo, no llega a proyectar la oscuridad y la 
noche discurre por debajo del cielo y de los astros 44 . 

El suelo es rico, excepto en olivos, vid y demás pro- s 
ductos que se dan habitualmente en tierras más tem¬ 
pladas. Maduran tarde, crecen con rapidez; la causa 
es la gran humedad del terreno y del ambiente. Pro- 6 
duce Britania oro, plata y otros metales 45 , que cons¬ 
tituyen un premio para las victorias. El Océano da 
perlas, aunque algo oscuras y descoloridas; algunos 
piensan que se debe a la poca habilidad de los pescado¬ 
res, pues en el Mar Rojo se arrancan vivas y palpitan¬ 
tes de las rocas, mientras que en Britania se recogen a 
medida que el oleaje las lanza a la costa. Por mi parte, 
me inclino a creer mejor que falta calidad a las perlas 
que a nosotros codicia. 

Los britanos obedecen dócilmente a las levas, los 13 
impuestos y demás cargas que impone una ocupación, 
si no reciben malos tratos; no soportan éstos, pues en 
su sumisión admiten la obediencia, no llegan a la es¬ 
clavitud. 


43 Afirmación válida, en todo caso, para las noches de ve¬ 
rano; el autor recuerda más fácilmente los días de campaña. 

44 Según Plinio el Viejo, la tierra era un disco de bordes 
aplanados y proyectaba una sombra poco espesa, que no alcan¬ 
zaba el cielo ni los astros. Pero tal vez este pasaje no implique 
que Tácito no crea que la tierra es una esfera; compárese con 
Germania 45, 1. 

45 Estaño, plomo, hierro y cobre. 


36.-5 



66 


TÁCITO 


AGRÍCOLA 


67 


El primero de los romanos que penetró en Britania 
con un ejército fue el divino Julio ¥s , quien, aunque 
puso en fuga a sus habitantes en una batalla victo¬ 
riosa y se adueñó de la costa, da la impresión de que 
señaló este territorio a sus sucesores, pero no les trans- 

2 mitió su conquista. Hubo después guerras civiles, las 
armas de los príncipes se volvieron contra la República 
y se produjo un largo olvido de Britania, incluso en 
época de paz. El divino Augusto llamaba a esto polí¬ 
tica; Tiberio lo consideraba una orden 47 . Gayo César 
proyectó, con toda seguridad, invadir Britania, pero su 
carácter era voluble y propenso al arrepentimiento y 
sus grandes planes contra Germania se habían frus- 

3 trado 4 ®. El divino Claudio fue el promotor de repetir 
la empresa, haciendo pasar legiones y tropas auxilia¬ 
res, y dispuso la participación de Vespasiano, lo que 
para éste constituyó el comienzo de su gloria futura; 
fueron sojuzgados pueblos enteros, capturados reyes, 
y los hados mostraron a Vespasiano como su elegido. 

14 El primer consular 49 que gobernó Britania fue Aulo 
Plaucio y después Ostorio Escápula 50 , excelentes sol¬ 
dados ambos. La parte más cercana de Britania fue 
reducida poco a poco a la condición de provincia y se 
le añadió una colonia de veteranos 51 . Algunas ciuda¬ 
des fueron entregadas al rey Cogidumno, que perma¬ 
neció muy leal 52 hasta nuestros tiempos, siguiendo un 
antiguo sistema muy empleado por la política exterior 


4* En el 54 a. C. 

« Se encontraba en el testamento de Augusto. 

48 Tácito habla de este asunto en Hist. IV 15, y Germ. 37. 
4* Es decir, de los gobernadores de clase consular, 
so Del 44 al 47 y del 47 al 52, respectivamente. 

5i En Colchester; cf. An. XII 32. 

5t Fue llamado «legado de Augusto en Britania», titulo ex¬ 
cepcional en personajes no romanos. 


romana, que consiste en emplear a reyes como instru¬ 
mento de esclavitud. 

Didio Galo conservó lo conquistado por sus ante- 2 
cesores y se limitó a situar algunos fuertes más ade¬ 
lantados para ganar fama de haber hecho prosperar 
su gestión. A Didio sucedió Veranio, quien murió antes 
jg terminar el año. Después Suetonio Paulino consi- 3 
guió buenos resultados en su mandato de dos años, 
sometiendo algunas tribus y reforzando las guarnicio¬ 
nes. Apoyándose en esto y exponiendo su retaguardia 
a una sorpresa, atacó la isla de Mona 53 , que suminis¬ 
traba ayuda a los rebeldes. 

En efecto, alejado el miedo con la ausencia del le- 1* 
gado, los britanos comentaban entre ellos los males de 
su esclavitud; comparaban sus respectivas humillacio¬ 
nes y se irritaban al comentarlas: de nada les servía 
la paciencia sino para recibir órdenes más duras, dado 
que las soportaban dócilmente. En otro tiempo habían 2 
tenido un rey de cada vez; ahora se les imponían de 
dos en dos; de ellos, el legado se ensañaba en sus 
personas y el procurador en sus bienes. Tan desastrosa 
era para los súbditos la discordia entre los gobernan¬ 
tes como la concordia de sus esbirros. Los centurio¬ 
nes del uno y los siervos del otro 54 unían la violencia 
a las injurias; nada podía sustraerse a su avidez y ca¬ 
pricho. En la batalla, el más valeroso es quien se lleva 3 
el botín, pero ahora gente floja y cobarde les arreba¬ 
taba las casas, robaba sus hijos, les imponía levas, 
como si únicamente por su patria no supieran morir. 
¿Qué contingentes habían pasado a la isla si se com¬ 
paraban con sus propias fuerzas? En tal situación, las 


53 Anglesey; cf. An. XIV 29, donde se narra la resistencia 
de los druidas. 

54 Los centuriones del gobernador y los libertos del procu¬ 
rador, llamados desdeñosamente esclavos. 



68 


TÁCITO 


AGRÍCOLA 


69 


naciones germanas se habían sacudido el yugo M , y eso 
que estaban protegidas por un río, no por un Océano. 

4 Los móviles de la guerra eran para ellos su patria, 
padres y esposas; para los romanos, la codicia y los 
placeres. Terminarían por retirarse como se retiró el 
divino Julio 56 con tal de que emulasen el valor de sus 
mayores. Y no se echaran a temblar por el resultado 
de una o dos batallas: más ímpetu hay en los ampa¬ 
rados por la fortuna, pero más tesón en los abando- 

5 nados por ella. Hasta los dioses se compadecían de los 
britanos, pues mantenían al jefe romano alejado y re¬ 
legado al ejército en otra isla. Por su parte, ya se ha¬ 
bían sentado a deliberar, cosa muy difícil hasta en¬ 
tonces. Para terminar, en planes como aquéllos era 
más peligroso dejarse sorprender que adoptar resolu¬ 
ciones audaces. 

16 Animándose entre sí con estos argumentos y otros 
semejantes, emprendieron todos juntos la guerra al 
mando de Boudicca 57 , mujer de sangre real, pues no 
hay discriminación entre los sexos 58 para desempeñar 
funciones de poder. Tras perseguir a los soldados des¬ 
perdigados por los fuertes y asaltar guarniciones 59 , 
llegaron a invadir la colonia, por considerarla el foco 
de su esclavitud: la ira y la victoria no omitieron 
nin guna especie de crueldad connatural a los bárbaros. 

2 Si Paulino, informado de la rebelión de la provin¬ 
cia, no hubiera acudido con presteza, Britania se ha¬ 
bría perdido. La redujo a la antigua obediencia gracias 


55 Alusión a la revuelta de los germanos en el 9 d. C. 

56 Más que irónico dicho por los britanos, sería simple¬ 
mente un apelativo sancionado por el uso, como puede dedu¬ 
cirse leyendo al mismo Tácito. 

57 Mujer de Prasutago, rey de los Ícenos; en celta significa 
«victoria»; véase An. XIV 31 y sigs., y Dión Casio, LXII 1 y sigs. 

58 Véase An. XIV 35. 

59 Otra versión en An. XIV 33. 


a la suerte de una sola batalla 60 , pero hubo muchos 
que retuvieron las armas, porque les intranquilizaba 
¡a mala conciencia de su defección y, ya particular¬ 
mente, el temor al legado, no fuera que, aunque exce¬ 
lente por lo demás, actuara con intransigencia contra 
los rendidos y con excesiva dureza, al vengar cada 

afrenta haciédolas todas suyas. 

En consecuencia, fue enviado Petronio Turpiliano 61 , 3 
en la idea de que sería más asequible y, ajeno a los 
delitos de los enemigos, más suave con los arrepenti¬ 
dos. Restablecida la situación anterior, no se atrevió a 
más y entregó la provincia a Trebelio Máximo 42 . Tre- 
belio, más apático y sin ninguna experiencia militar, 
mantuvo la situación de la provincia con una gestión 
más benevolente. Aprendieron también los bárbaros a 
condescender con los vicios seductores y el intervalo 
de las guerras civiles proporcionó una buena excusa 
para la negligencia. Pero la indisciplina provocó moti¬ 
nes, porque el soldado, acostumbrado a las campañas, 
degeneraba con la inacción. Trebelio, tras evitar la ira 4 
de los soldados, indecorosa y vilmente, con la huida 
y los escondrijos, recuperó el mando, aunque en pre¬ 
cario, y, como si se diera rienda suelta a la indisci¬ 
plina del ejército a cambio de la salvación del jefe, 
la rebelión transcurrió sin derramamiento de sangre. 

Tampoco Vetio Bolano (persistían las guerras civi¬ 
les) 63 trató a Britania con energía: la misma apatía 
para con los enemigos, idéntica insubordinación en 
los campamentos; sólo que Bolano, inocente y sin 
cometer delito que lo hiciera odioso, a falta de auto¬ 
ridad se había ganado el afecto de todos. 


60 Véase, para todo esto, An. XIV 38 y sigs. 

61 Ejecutado por Galba el 68. 

62 Del 63 al 69. 

63 El 69, año de «los cuatro emperadores». 



70 


TÁCITO 


17 Pero cuando Vespasiano recobró Britania junto con 
el resto del imperio romano, hubo grandes jefes 64 , ex¬ 
celentes ejércitos, y las esperanzas de los enemigos 
quedaron reducidas a la nada. Petilio Cerial sembró 
pronto el terror al atacar a la tribu de los brigantes «, 
considerada la más populosa de toda la provincia. Se 
produjeron combates, en ocasiones no incruentos; se 
apoderó de gran parte del país de los brigantes me¬ 
diante conquistas definitivas o con simples incursio- 

2 nes. Cerial, desde luego, habría arrinconado la gestión 
y la fama de cualquiera que debiera sustituirlo. Pero 
le sucedió, y supo mantener la línea anterior, Julio 
Frontino, hombre grande en la medida de lo permiti¬ 
do; sometió con las armas a la potente y belicosa na¬ 
ción de los sílures, tras superar, además del valor de 
los enemigos, las dificultades del terreno. 

18 Con esta situación en Britania y estas alternativas 
en la guerra se encontró Agrícola, al realizar la tra¬ 
vesía 66 mediado ya el verano, cuando, como si se hu¬ 
bieran interrumpido las operaciones, los soldados tor¬ 
naban a su inacción y los enemigos al acecho de su 
oportunidad. 

No mucho antes de su llegada, la tribu de los ordo- 
vices 67 había aniquilado casi en su totalidad a una uni¬ 
dad de caballería que operaba en su territorio, y ésta 

2 fue la chispa que sublevó a la provincia. Los partida¬ 
rios de la guerra aprobaban este ejemplo y trataban 
de descubrir las intenciones del nuevo legado. Agrícola, 
aunque había pasado la buena estación, los efectivos 
se hallaban diseminados por la provincia y se había 

m Cerial y Frontino. 

65 Confederación de tribus que comprendía el territorio entre 
el Trent y el Humber por el S., y una línea situada al S. del 
istmo Tyne-Sohvay por el N. Eran muy belicosos. 

66 En el 77 o 78. Se refiere al cruce del Canal. 

67 Vivían en el centro y N. de Gales. 


AGRÍCOLA 


71 


extendido entre los soldados la idea de que aquel año 
descansarían, todo lo cual retrasaba y obstaculizaba 
e l inicio de una guerra, y, por otro lado, a muchos les 
parecía más oportuno vigilar los puntos sospechosos, 
decidió afrontar el riesgo a pesar de todo y, reunidos 
los destacamentos de las legiones y una pequeña fuerza 
auxiliar, viendo que los ordovices no se atrevían a des¬ 
cender al llano, él en persona se colocó al frente del 
ejército para que, a la vista de un peligro igual, el 
ánimo de todos fuera el mismo, y dirigió el ejército 
monte arriba. Aniquilada casi toda la tribu, sabiendo 3 
que debe sacarse partido a la fama y que, conforme 
fueran los primeros resultados, los demás se verían 
dominados por el terror, planeó restablecer el domi¬ 
nio en la isla de Mona, a cuya ocupación, según he 
indicado, debió renunciar Paulino por la rebelión de 
toda la provincia. Pero, al tratarse de una decisión 4 
repentina, no disponía de naves; la inteligencia y la te¬ 
nacidad del jefe salvaron las dificultades. Tras hacer 
que dejasen la impedimenta, envió a gente selecta de 
las tropas auxiliares que conocían los pasos vadeables 
y sabían nadar con la habilidad de aquellos pueblos, 
conduciendo sus caballos y portando las armas al 
mismo tiempo; la operación se llevó a cabo tan de 
repente que los enemigos, que esperaban una flota, 
unas naves, en fin, una maniobra naval, quedaron ano¬ 
nadados, creyendo que nada difícil ni insuperable ha¬ 
bría para los que guerreaban de aquel modo. 

Con la solicitud de paz y la rendición de la isla, s 
Agrícola cobró fama de hombre ilustre y grande, pues 
al comenzar su gestión en la provincia había elegido 
la fatiga y el peligro, mientras que otros pasaban ese 
tiempo entre jactancias e intrigas cortesanas. Tampo- 6 
co se aprovechó Agrícola del feliz resultado de los 
acontecimientos para su vanagloria, ni llamaba cam¬ 
paña o victoria al hecho de mantener a los vencidos 



72 


TÁCITO 


AGRICOLA 


73 


en su situación anterior; ni siquiera divulgó sus ha¬ 
zañas colocando laureles 68 en sus documentos oficia- 
les; aumentó su fama disimulándola, dejando entrever 
cuánta esperanza de gestas futuras había en quien ca¬ 
llaba las presentes, aun siendo tan importantes. 

19 Por lo demás, conocedor de los sentimientos de la 
provincia y sabedor, por experiencia ajena, de lo poco 
útiles que son las armas si van seguidas de injusticias, 
decidió suprimir las potenciales causas de la guerra. 

a Empezando por él y por los suyos, como primera 
providencia, puso límites a su propia casa, algo que 
para muchos es no menos difícil que gobernar nnq 
provincia. Ningún asunto público se encomendó a li¬ 
bertos y esclavos. No elegía a centuriones o soldados 
por simpatía personal, recomendación o ruegos, sino 
que consideraba dignos de la máxima confianza a los 

3 mejores. Sabía todo; no todo lo exigía. Perdonaba las 
faltéis leves, castigaba con severidad las graves; pero 
no siempre exigía castigo y se conformaba las más de 
las veces con el arrepentimiento. Prefería poner al 
frente de los cargos de la a dmini stración a hombres 
que no delinquieran, mejor que castigarlos por haber 
delinquido. 

4 Trataba de suavizar las exacciones de trigo y de 
tributos con la equidad en las cargas, suprimiendo lo 
que, ideado para lucrarse, se toleraba más penosamen¬ 
te que el propio tributo. En efecto, se los obligaba, 
entre burlas, incluso a comprar trigo y a pagarlo. Se 
les señalaban para entregarlo caminos apartados y 
regiones alejadas, de modo que aun las ciudades que 
tenían en sus proximidades cuarteles de invierno, lo 
transportaban a lugares remotos e inaccesibles, hasta 


conseguir que lo que estaba al alcance de todos resul¬ 
tase lucrativo para unos pocos 69 . 

Reprimiendo prontamente estos abusos, durante su 20 
primer año rodeó de una aureola de prestigio una paz 
que había sido más temible que la guerra por la incuria 
o la tiranía de sus predecesores. Pero cuando llegó el 2 
buen tiempo, reunido el ejército, intervenía continua¬ 
mente en las marchas, elogiaba la disciplina y reducía 
a los que se habían separado de ella. Elegía personal¬ 
mente el lugar para los campamentos, exploraba los 
estuarios y los bosques 70 . Entretanto, no daba tregua 
a los enemigos, sino que saqueaba sus territorios con 
súbitas incursiones y, cuando los había aterrorizado lo 
suficiente, les señalaba las ventajas de la paz al perdo¬ 
narlos de nuevo. Con esta táctica, muchas tribus que 3 
hasta entonces nos habían tratado en un plano de 
igualdad, entregaron rehenes, depusieron su ira y que¬ 
daron rodeadas de guarniciones y fuertes 71 con tanta 
estrategia y cuidado que nunca fue hostigada alguna 
zona de Britania que hubiera sido conquistada recien¬ 
temente. 

Se empleó el invierno siguiente para la realización 21 
de planes muy convenientes. Como aquellos hombres 
dispersos y toscos, y por ello propensos a las luchas, 

& El sentido de este pasaje, según Marín Peña, es el siguien¬ 
te: cuando el grano escasea, los provinciales han de comprar 
en los graneros imperiales el que necesitan para pagar sus 
prestaciones al gobernador y al ejército, y, para ello, han de 
permanecer ante los graneros cerrados y pagar el grano adqui¬ 
rido a un precio arbitrario; donde el grano abunda, los lugares 
de entrega están muy lejos y el oneroso transporte se redime en 
metálico. Este tipo de abusos, denunciado por Cicerón en las 
«Verrinas» con relación a los sicilianos, podría haber sido una 
de las causas de la rebelión de Boudicca. 

70 Agrícola partió de la región de los ordovices y recorrió 
la costa NO. de la zona de Chester, que tiene muchos estuarios. 

71 Descubiertos en el distrito de Carlisle. (Texto problemᬠ
tico.) 


68 Símbolo de la victoria. 



74 


TÁCITO 


AGRÍCOLA 


75 


estuvieran acostumbrados a pasar el descanso y eL 
ocio entre placeres, los animaba en privado, ayudaba 
a sus comunidades a construir templos, mercados y 
casas, elogiando a los diligentes, criticando a los indo¬ 
lentes; de este modo, el estímulo a su amor propio 
sustituía a la coacción. 

2 Además, iniciaba a los hijos de los jefes en las artes 
liberales; prefería el talento natural de los britanos a 
las técnicas aprendidas de los galos, con lo que quienes 
poco antes rechazaban las lengua romana se apasio¬ 
naban por su elocuencia. Después empezó a gustarles 
nuestra vestimenta y el uso de la toga se extendió. 
Poco a poco se desviaron hacia los encantos de los 
vicios, los paseos, los baños 72 y las exquisiteces de los 
banquetes. Ellos, ingenuos, llamaban civilización a lo 
que constituía un factor de su esclavitud. 

22 El tercer año de la campaña nos descubrió nuevos 
pueblos, tras ser devastadas las tribus hasta el Tánao 
(tal es el nombre de un estuario 73 ). Los enemigos, ate¬ 
rrorizados con tales expediciones, no se atrevieron a 
hostigar a un ejército muy castigado ya por duros tem- 

2 porales. Hubo ocasión incluso para emplazar fortines. 
Los entendidos hacían notar que ningún otro jefe había 
elegido los lugares estratégicos con mayor habilidad. 
Ningún fuerte de los establecidos por Agrícola había 
sido expugnado por ataque enemigo o abandonado por 
capitulación o fuga, pues frente a un asedio prolongado 
estaban protegidos con víveres suficientes para un afio. 

3 Pasaba así el invierno sin sobresaltos. Eran frecuentes 
las salidas y cada uno era protección para sí mismo. 
Los enemigos se hallaban presos de rabia y desespera- 


72 Los principales en Aguae Sulis (Bath). 

73 Según Saint-Denis, sería en el Tyne y no podría ser ni el 
Clyde ni el Tweed, porque esa zona no se recorrió hasta el año 
siguiente. 


ción, porque, acostumbrados a compensar con las cam¬ 
pañas invernales los daños sufridos durante el verano, 
se veían superados lo mismo en verano que en in¬ 
vierno. 

Agrícola no se arrogó, codicioso, los éxitos ajenos. 4 
Cualquier centurión o prefecto 74 tenía siempre en él 
a un testigo insobornable de sus hechos. Algunos lo 
consideraban muy duro en sus reprimendas; era tan 
amable con los buenos como desabrido con los malos. 
Pero de su ira no dejaba nada en su interior, así que 
no había motivos para temer su silencio. Consideraba 
más honrado enojarse abiertamente que odiar en se¬ 
creto. , _ 

El cuarto verano se invirtió en asegurar el territo- z* 
no recorrido y, si el valor del ejército y la gloria del 
nombre romano lo hubieran permitido, se habría en¬ 
contrado un límite a nuestra expansión en la misma 
Britania 75 , pues el Clyde y el Forth, cuando son em¬ 
pujados tierra adentro por las corrientes de los dos 
mares opuestos, quedan separados por un espacio de 
tierra muy estrecho. Estaba bien dotada de guarnicio¬ 
nes esta zona; dominábamos casi toda la costa vecina 
y los enemigos quedaban tan alejados que parecían 
estar confinados en otra isla. 

En el quinto año de operaciones, pasó Agrícola en 2* 
la primera nave 76 y, tras numerosos combates favora¬ 
bles, sometió a pueblos desconocidos hasta ese mo¬ 
mento. Colocó guarniciones en la zona de Britania que 


74 El centurión mandaba a los legionarios; el prefecto, a la 
tropa auxiliar. 

75 Es decir, sin Caledonia. 

7* Pasaje ambiguo. Resumiendo, sería la primera nave que 
pasó cuando se lo permitió la climatología del año, o bien la 
primera nave que realizó aquella travesía; nos parece más ve¬ 
rosímil la primera interpretación. 



76 


TÁCITO 


AGRÍCOLA 


77 


mira a Hibernia 77 más que por temor, con la esperan^ 
za de que Hibernia, situada estratégicamente entre. 
Britania e Hispania 78 , y también respecto al mar de 1®; 
Galia, podía ponemos en contacto, con ventajas mu¬ 
tuas, con esta parte tan importante del imperio. 

2 Su territorio, si se compara con Britania, es más 
pequeño, pero supera a las islas de nuestro mar 79 . El 
terreno y el clima, el carácter y costumbres de sus 
habitantes, no difieren mucho de los de Britania. Los 
accesos y los puertos son conocidos a través del co- 

3 mercio y los comerciantes. Agrícola había acogido a 
uno de sus reyes, expulsado a raíz de una revuelta in¬ 
terna, y lo retenía, bajo una apariencia de amistad, 
para cuando llegara la ocasión. Le oí decir muchas 
veces que se podía vencer y ocupar Hibernia con una 
sola legión y un contingente no excesivo de tropas 
auxiliares, y que tal medida sería de gran utilidad 
frente a Britania, si sus habitantes veían armas roma¬ 
nas por todas partes y la libertad les era arrebatada 
como de la vista. 

25 Por lo demás, en el verano que daba paso al sexto 
año de su mandato, operó en tomo a los pueblos si¬ 
tuados más allá del Forth; temiendo una revuelta ge¬ 
neral de las tribus de aquella zona y que, por tanto, 
los caminos estuvieran hostigados por el ejército ene¬ 
migo, exploró los puertos con una flota 80 . Agrícola fue 
el primero en incluirla en el plan general de opera¬ 
ciones; avanzaba ofreciendo un gran espectáculo, im¬ 
pulsando la guerra por tierra y por mar simultánea¬ 
mente; con frecuencia se hallaban en los mismos 
campamentos el infante y el jinete junto con el soldado 

77 Irlanda. 

78 Recuérdese el error geográfico de la nota 30. 

7* Sicilia, Cerdeña y Córcega. 

80 La flota Británica tenía su base principal en Boulogne 
y secundarias en Britania. 


de marina, compartiendo sus víveres y su alegría, exa¬ 
gerando sus respectivas acciones y aventuras y compa- 
^ndo, con la típica jactancia de los soldados, las pro¬ 
fundidades de las selvas y de los montes unos, los 
peligros de las tempestades y el oleaje otros; de un 
lado, la victoria en tierra sobre el enemigo; de otro, 
el dominio logrado sobre el Océano. 

Se sabía también por los prisioneros que la apari- 2 
ción de la flota dejaba consternados a los britanos, 
como si, abierto el secreto de su mar, se cerrase para 
los vencidos su último refugio. Los pueblos que habi- 3 
taban la Caledonia emprendieron la acción bélica con 
grandes preparativos, exagerados por la fama (como es 
normal cuando algo no se conoce) y su ofensiva contra 
los fortines había infundido temor por ser ellos los que 
tomaron la iniciativa. Los cobardes, bajo la apariencia 
de prudentes, aconsejaban que debían regresar al lado 
de acá del Forth y que era mejor retroceder que ser 
expulsados, cuando entretanto Agrícola se entera de 
que el enemigo atacaría en varias columnas y, para 4 
no verse cercado por un adversario superior en nú¬ 
mero y con mejor conocimiento del terreno, avanzó 
con su ejército dividido también en tres cuerpos. 

Cuando el enemigo se enteró de esto, cambió re- 26 
pentinamente sus planes y atacaron por la noche con 
todos sus efectivos a la novena legión, por conside¬ 
rarla más débil 81 . Mataron a los centinelas e irrum¬ 
pieron en medio del sueño y del tumulto; ya se luchaba 
en el campamento mismo, cuando Agrícola, informado 
por unos exploradores del itinerario de los enemigos, 
y pisándoles los talones, manda que los jinetes e in¬ 
fantes más veloces salten sobre la retaguardia de los 
combatientes y que todos a una prorrumpan en gri¬ 
teríos. Por otra parte, comenzaron a refulgir las en- 


8 i La misma, derrotada en la revuelta de Boudicca. 





78 


TÁCITO 


AGRÍCOLA 


79 


2 señas con los primeros resplandores del día. Los bri- 
tanos quedaron atemorizados por el doble ataque; los 
de la novena legión recobraron la moral y, seguros de 
su salvación, luchaban por la gloria; efectuaron in¬ 
cluso una salida, con lo que se produjo un combate 
feroz justo en el estrechamiento de las puertas, hasta 

3 que se rechazó al enemigo, rivalizando los dos ejér¬ 
citos, los unos para hacer ver que llevaban auxilio, los 
otros para dejar claro que no los necesitaban. Si los 
pantanos y los bosques no hubieran protegido a los 
fugitivos, aquélla hubiera sido la victoria definitiva. 

27 Los soldados, conscientes de su acción y envalen¬ 
tonados por la fama adquirida, gritaban que nada había 
inalcanzable por su valor, que se debía penetrar en Ca- 
ledonia y encontrar de una vez el confín extremo de 
Britania con una serie ininterrumpida de combates. 
Todos los cautos y prudentes poco antes, ahora eran 
audaces y fanfarrones tras el éxito. Es ésta una condi¬ 
ción injustísima de las guerras: los buenos resulta¬ 
dos todos los reclaman para sí; los malos, se los impu¬ 
tan a uno solo. 

2 Pero los britanos opinaban que no habían sido ven¬ 
cidos por coraje, sino por la sorpresa y por la astucia 
del jefe enemigo, con lo cual no depusieron ni un ápice 
su orgullosa actitud. Muy al contrario, armaron a sus 
jóvenes, llevaron a lugares seguros a sus mujeres y 
niños y ratificaron con asambleas y sacrificios la coa¬ 
lición de las tribus. Con los ánimos así enardecidos, 
ambos ejércitos se separaron. 

28 Durante el mismo verano 82 una cohorte de úsipos 83 , 
reclutada en Germania y trasladada a Britania osó co¬ 
meter una fechoría grande y memorable. Muerto un 


62 Esta digresión ha supuesto un problema para algunos a 
la hora de enjuiciar la obra. Véase la Introducción. 

83 Pueblo citado por Tácito en Germ. 32, y César, B. G. IV 4. 


centurión y ciertos soldados que, incluidos en los ma¬ 
nípulos para enseñar la instrucción, actuaban como 
modelo y guía de los demás, subieron a tres naves 
libúmicas 84 llevando a la fuerza a sus timoneles; uno 
de ellos consiguió volver remando, los otros dos se 
hicieron sospechosos y fueron asesinados. Aún no se 
había divulgado la noticia y ya navegaban junto a la 
costa como algo milagroso. Después, cuando desembar- 2 
carón en busca de agua y provisiones, como trabasen 
combate con numerosos britanos que defendían sus 
bienes, saliendo vencedores las más de las veces, derro¬ 
tados otras, llegaron a tal extremo de indigencia que 
se comieron a los más débiles para terminar entrando 
todos a sorteo. Así rodearon Britania 85 ; perdieron las 
naves por su desconocimiento de la navegación. Toma¬ 
dos por piratas, fueron capturados primero por los 
suevos, después por los frisios. Hubo algunos que, ven¬ 
didos como mercancías y yendo a parar a nuestra 
orilla M tras sucesivos intercambios de mercaderes, se 
hicieron famosos con el relato de sus aventuras. 

Al comienzo de la campaña siguiente hubo de so- 2> 
portar Agrícola una desgracia familiar: perdió un hijo 
nacido el año anterior. No sobrellevó este infortunio 
con alardes de serenidad como la mayoría de los gran¬ 
des hombres, ni, por el contrario, entre lamentaciones 
y manifestaciones de tristeza, como las mujeres. En su 
aflicción, la guerra se encontraba entre los posibles re¬ 
medios. Así pues, enviada por delante la flota para que 2 
con un pillaje indiscriminado provocase un terror gran¬ 
de e indefinido, con el ejército equipado a la ligera, al 
que había añadido los britanos más valientes y proba- 


M Navios ligeros de guerra. (Texto problemático.) 

85 Quizá este periplo decidió a Agrícola a intentar la cir- 
cumnavegación de Britania. 

88 La orilla O. del Rin. 



80 


TÁCITO 


AGRÍCOLA 


81 


dos durante la prolongada paz, llega al pie del monte 
Graupio 87 , ocupado ya por el enemigo. 

3 Los britanos no se hallaban quebrantados por el 
resultado de la batalla anterior. Esperando la revan¬ 
cha o la esclavitud y, convencidos por fin de que debía 
rechazarse el peligro común con la unión, habían con¬ 
citado las fuerzas de todas las tribus mediante emba- 

4 jadas y pactos. Veíanse ya más de treinta mil hombres 
armados y aún acudía toda la juventud y a quienes su 
vejez los mantenía fuertes y vigorosos, varones escla¬ 
recidos en la guerra, llevando cada uno sus propios 
distintivos, cuando un jefe llamado Calgaco, que so¬ 
bresalía entre los demás por su valor y linaje, se dice 
que habló de esta manera ante la multitud congregada 
que pedía combatir: 

91 «Cada vez que contemplo los motivos de esta gue¬ 
rra 88 y nuestra crítica situación, tengo la firme con¬ 
vicción de que el día de hoy y vuestra unión serán el 
comienzo de la liberación de toda Britania. En efecto, 
os habéis reunido todos los que estáis exentos de la 
esclavitud; no queda ya terreno para retroceder ni 
mar seguro mientras tengamos la amenaza de la flota 
romana. En tales circunstancias, el combate y las armas, 
que son honor para los valientes, resultan asimismo la 
defensa más eficaz para los cobardes. 

2 »Los que lucharon antes que nosotros contra los 
romanos con suerte diversa tenían la esperanza de so¬ 
corro en nuestras manos, porque, siendo los más no¬ 
bles de toda Britania y habitando por ello lugares re¬ 
servados, no vemos las costas de los esclavos 89 y 
tenemos hasta los ojos sin profanar por el contagio 

87 Los Grampianos; atraviesan Escocia del NE. al SO. 
s* Este capítulo está evidentemente inspirado en la arenga 
que dirige Catilina a sus partidarios antes de la batalla de 
Pistoya (cf. Sall., Cat. 58). 
w Las costas de la Galia. 


de la opresión. A nosotros, los últimos habitantes de 3 
la tierra y de la libertad, nos ha defendido hasta el 
presente el mismo alejamiento y el hallamos a cubierto 
de la fama. Ahora el confín de Britania está abierto y 
todo lo desconocido se piensa que es magnífico. Pero 
tras nosotros no existe raza humana, sino olas y rocas 
y, más hostiles que éstas, los romanos, cuya soberbia 
en vano se evita con la obediencia y el sometimiento. 
Saqueadores del mundo, cuando les faltan tierras para 4 
su sistemático pillaje, dirigen sus ojos escrutadores 
al mar. Si el enemigo es rico, se muestran codiciosos; 
si es pobre, despóticos; ni el Oriente ni el Occidente 
han conseguido saciarlos; son los únicos que codician 
con igual ansia las riquezas y la pobreza. A robar, ase¬ 
sinar y asaltar llaman con falso nombre imperio, y paz 
al sembrar la desolación. 

»La naturaleza ha dispuesto que lo más querido 31 
para cada uno sean sus hijos y familiares; las levas 
nos los arrebatan para servir en otras tierras. Aun en 
el caso de que vuestras esposas y hermanas hayan 
escapado a la lujuria del enemigo, están siendo man¬ 
chadas por unos falsos amigos o huéspedes. Los bienes 
y las fortunas están siendo arrumados por los tribu¬ 
tos; la cosecha anual, por los aprovisionamientos; vues¬ 
tros mismos cuerpos y manos, entre golpes e insultos, 
para hacer viables los bosques y los pantanos. 

•Los esclavos, nacidos para la esclavitud, son pues- 2 
tos a la venta una sola vez y, además, sus amos los 
alimentan. Britania compra y sustenta diariamente su 
propia servidumbre. Y así como entre la familia 90 el 
esclavo recién llegado es motivo de burla para sus 
compañeros, así en esta ya antigua esclavitud de todo 
el orbe, a nosotros, nuevos y despreciables, se nos 


w Tomado familia en el sentido latino, es decir, la inte¬ 
grada por famuli. 


36.-6 



82 


TÁCITO 


AGRÍCOLA 


83 


busca para destruimos, pues no tenemos campos, ni 
minas, ni puertos, para cuya explotación fuéramos re- 

3 servados 91 . Además, el valor y el orgullo de los vasallos 
desagradan a sus dominadores, y el asentamiento en 
un lugar apartado es tanto más sospechoso cuanto más 
seguro. Pues bien, desvanecida la esperanza de perdón, 
cobrad ánimo tanto los que apreciáis la propia salva- 

4 ción como los que miráis antes por la gloria. Los bri- 
gantes, a las órdenes de una mujer 92 , fueron capaces 
de quemar una colonia, de tomar un campamento y, 
si su buena estrella no los hubiera vuelto negligentes, 
incluso de sacudirse el yugo definitivamente. Nosotros, 
con las fuerzas intactas, indómitos y dispuestos a con¬ 
quistar la libertad, no a merecer el arrepentimiento, 
mostremos ya de entrada en el primer choque qué 
hombres ha reservado Caledonia para defenderse. 

32 «¿Creéis que los romanos conservan en la guerra 
un coraje parejo a su desenfreno en la paz? Famosos 
gracias a nuestras desavenencias y discordias, convier¬ 
ten los defectos de los enemigos en gloria para su 
ejército. Ejército al que, reclutado entre pueblos muy 
diversos, las circunstancias favorables lo mantienen 
unido y al que, por tanto, las adversas lo disolverán, 
a no ser que penséis que los galos, los germanos y 
(vergüenza me da decirlo) muchos de los britanos, 
aunque presten su sangre a la tiranía extranjera, frente 
a la que, en cambio, han sido por más tiempo enemigos 
que esclavos, estén unidos a ella por lazos de fidelidad 
y adhesión. 


91 Escocia sólo tenía entonces pastos y montañas. 

92 Lo que se dice a continuación pertenece, en realidad, 
al levantamiento de Boudica; lo mismo que las sevicias su¬ 
fridas por aquella reina y sus hijas citadas en la expresión 
«están siendo manchadas...», del comienzo de este mismo capí¬ 
tulo; desde luego los bligantes también tuvieron una reina, 
Cartimandua (cf. An. XII 36 y sigs.). 


»E1 miedo y el terror son débiles vínculos de amis- 3 
tad: cuando se consigue alejarlos, empiezan a odiar 
quienes han dejado de temer. Todos los estímulos para 
la victoria están a nuestro favor: ninguna esposa puede 
enardecer aquí a los romanos; tampoco están sus pa¬ 
dres para reprocharles la fuga. Muchos, o no tienen 
patria o es distinta de Roma. Escasos en número, te¬ 
merosos por su desorientación, mirando en tomo suyo 
el cielo mismo, el mar y los bosques, todo descono¬ 
cido para ellos, los dioses los pusieron en nuestras 
manos como encerrados y encadenados. No os asuste 3 
su vano aspecto y el brillo del oro y de la plata 93 , que 
ni protege ni hiere. En las propias líneas de los ene¬ 
migos encontraremos ayuda: los britanos reconocerán 
su causa 94 , los galos recordarán su libertad anterior, 
los demás germanos los abandonarán como hace poco 
lo hicieron los úsipos, y ya no hay más motivos de te¬ 
mor; fuertes vacíos, colonias de ancianos 95 , municipios 
echados a perder y en desavenencia, entre los que obe¬ 
decen mal y los que mandan injustamente. 

»Aquí hay un jefe y un ejército; allí, tributos, mi- 4 
ñas 96 y demás castigos propios de esclavos. Si vamos 
a sufrirlos para siempre o vengarlos al punto, se va a 
decidir en esta llanura. Así que, cuando entréis en 
combate pensad en vuestros antepasados y descen¬ 
dientes.» 

Acogieron esta arenga con entusiasmo y, como es 33 
costumbre entre los bárbaros, con rugidos, cánticos y 
gritos destemplados. Ya se veían avanzar con los ful¬ 
gores que despedían las armas de los que se adelan- 


92 De las enseñas. 

99 Que formaban en el ejército romano como tropas auxi¬ 
liares; Calgaco ya ha aludido a ello. 

S5 Situación exagerada a propósito, natural en una arenga. 
Por la misma razón llama ancianos a los soldados veteranos. 
*6 Es decir, trabajo en las minas. 



84 


TÁCITO 


AGRÍCOLA 


85 


taban con más audacia. Estaban formando la línea de 
batalla, cuando Agrícola, pensando que, si bien el sol¬ 
dado se hallaba animado y apenas podía ser contenido 
en las trincheras, debía infundirle un ardor mayor 

2 aún, les habló» 7 así: «Han pasado seis años, camara¬ 
das, desde que doblegasteis Britania con vuestro valor 
y bajo los auspicios del pueblo romano y con mi leal¬ 
tad y esfuerzo. En tantas expediciones y combates, ya 
precisáramos de valentía frente a los enemigos, o bien 
tenacidad y capacidad de sufrimiento casi frente a la 
misma naturaleza, ni me ha pesado a mí de mis solda- 

3 dos ni a vosotros de vuestro jefe. Pues bien, habiendo 
rebasado los límites de los legados que me precedie¬ 
ron y vosotros los de los anteriores ejércitos, ocupa¬ 
mos el confín de Britania no por la fama y el rumor, 
sino con campamentos y armas. Britania está descu¬ 
bierta y sometida. 

4 «Muchas veces durante las marchas, a pesar de 
agotaros los pantanos, los montes o los ríos, oía las 
voces de los más animosos: '¿cuándo se nos presen¬ 
tará el enemigo para poder combatir?' Pues ahí vienen, 
sacados de sus guaridas. Al alcance está el cumpli¬ 
miento de vuestros valerosos deseos. Todo es favora¬ 
ble para los vencedores, así como adverso para los 

5 vencidos. Haber conseguido recorrer tanto camino, su¬ 
perar bosques, atravesar estuarios, es bello y honroso 
mi entras se avanza, pero para los que huyen resulta 
extremadamente peligroso lo que ahora parece muy 
propicio. En efecto, ya no conocemos igual el terreno 
que pisamos ni tenemos la misma abundancia de pro¬ 
visiones; disponemos de nuestras manos y armas y en 

6 ellas está todo. En lo que a mí atañe, tengo compro- 


97 Probablemente el discurso de Agrícola tendría que ser 
más auténtico: el de Calgaco (algo normal en los historiado¬ 
res antiguos) sería totalmente fingido. 


hado hace tiempo que la huida no es cosa segura ni 
para el ejército ni para el jefe. Una muerte honrosa 
es preferible a una vida infame; la salvación y el honor 
están en el mismo lugar. Y no será poco glorioso haber 
caído en el límite mismo de las tierras y de la natu¬ 
raleza. 

»Si tuviéramos enfrente pueblos ignotos y ejércitos 34 
desconocidos, os exhortaría con el ejemplo de otros 
ejércitos. Reflexionad ahora sobre vuestras hazañas, 
interrogad a vuestros ojos: éstos son aquellos a los que, 
habiendo atacado el año anterior a una legión con la 
sorpresa de la noche, derrotasteis con vuestros gritos. 
Éstos son los más rápidos en la huida de todos los 
britanos y por eso continúan viviendo tanto tiempo. 

De la misma manera que, al penetrar en las selvas y 2 
los desfiladeros, se nos venían encima los animales más 
fieros, mientras que los más mansos y cobardes se es¬ 
pantaban sólo con el ruido que hacía la columna al 
pasar, así también los más audaces de los britanos 
cayeron hace tiempo; queda un grupo de cobardes y 
asustadizos. Si los habéis encontrado al fin, no es que 3 
pretendan haceros frente, es que han sido sorprendi¬ 
dos. Su desesperada situación y la torpeza que les pro¬ 
duce su enorme miedo los dejó clavados en sus propias 
huellas, sobre las que daréis el espectáculo de una 
honrosa victoria. Acabad con las campañas de una 
vez, cerrad con una gran jomada cincuenta años, pro¬ 
bad a la República que nunca puede imputarse a su 
ejército ni la prolongación de la guerra ni las causas 
de la rebelión.» 

Mientras hablaba Agrícola crecía el ardor de los 35 
soldados y una gran explosión de entusiasmo acom¬ 
pañó el final de su arenga. Al punto corrieron hacia 
las armas. Enardecidos como estaban y prontos a pre- 2 
cipitarse contra el enemigo, los dispuso de forma que 
las tropas auxiliares de infantería, ocho mil hombres. 



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TÁCITO 


AGRICOLA 


87 


formasen en el centro, y los tres mil jinetes se des¬ 
plegasen en las alas. Las legiones se situaron delante 
de la empalizada, lo que supondría un honor en caso 
de victoria, al conseguirse sin sangre romana, y una 
ayuda si eran rechazadas las fuerzas de delante. 

3 Las líneas de los britanos se habían situado en lu¬ 
gares más altos, para ofrecer un aspecto más temible, 
de forma que el primer cuerpo, situado en la llanura, 
formaba una línea continua con los demás, colocados 
en la pendiente del monte, como si se alzaran para caer 
sobre el enemigo. Los carros de guerra ocupaban el 
centro de la llanura con ruidosas evoluciones. 

4 Agrícola, ante la superioridad numérica del enemi¬ 
go, temiendo ser atacado simultáneamente por el fren¬ 
te y por los flancos, distanció las filas a fuer de que 
la línea resultase de una longitud desproporcionada; 
aunque muchos le aconsejaban que debía acudirse a 
las legiones, lleno de esperanza y decidido ante el pe¬ 
ligro, descabalgó y se colocó, a pie, delante de las en¬ 
señas. 

36 En los primeros choques se combatía a distancia. 
Los britanos, con tenacidad y destreza, evitaban o re¬ 
chazaban nuestros proyectiles utilizando enormes es¬ 
padas y escudos pequeños y, por su parte, lanzaban 
sobre nosotros una nube de dardos, hasta que Agrícola 
animó a cuatro cohortes de batavos y dos de tun- 
gros 98 para que recurrieran al cuerpo a cuerpo a punta 
de espada. Resultábales esto muy habitual en su larga 
experiencia guerrera; para los enemigos era muy in¬ 
cómodo con escudos pequeños y espadas enormes, 


9* Los batavos llegaron a ocupar el delta formado por la 
rama del bajo Rin, parte de la actual Holanda; levantándose 
su jefe Civil contra Vespasiano, fue vencido por Cerial y que¬ 
daron como buenas tropas auxiliares de caballería. Los tun- 
gros fueron a parar a la Galia Bélgica bajo Augusto; desapa¬ 
recieron con las invasiones germánicas. 


pues éstas, al carecer de filo, no permitían cruzar 
las armas ni la lucha en un espacio reducido. Así 2 
pues, cuando los batavos empezaron a repartir mando¬ 
bles, a propinar golpes con los salientes de los escu¬ 
dos, a herir los rostros y, tras matar a los que habían 
quedado en la llanura, a enderezar el combate monte 
arriba, las restantes cohortes, esforzándose y rivali¬ 
zando en coraje, mataban a todos cuantos tenían a su 
alcance. Incluso se dejaban detrás muchos medio muer¬ 
tos o ilesos por este apresuramiento en lograr la vic¬ 
toria. 

Entretanto, los escuadrones de jinetes se mezcla- 3 
ron en la batalla de infantería cuando huyeron los 
carros, pero, aunque hacía un momento habían sem¬ 
brado el terror, quedaban inmovilizados por el apiña¬ 
miento de los enemigos y por los accidentes del te¬ 
rreno. Aquello no ofrecía el aspecto de una lucha 
ecuestre: se sujetaban con dificultad en la pendiente 
para terminar atropellados por los cuerpos de los ca¬ 
ballos, y con frecuencia carros sin rumbo y caballos 
espantados y sin jinete embestían a los combatientes 
por los lados o de frente, según los impulsase su 
pánico. 

Los britanos que, sin participar todavía en el com- 37 
bate, habían ocupado las cotas más altas de las colinas 
y que, inactivos, observaban con desdén lo escaso de 
nuestras tropas, habían comenzado a bajar poco a 
poco y a rodear la retaguardia de los vencedores. Pero 
Agrícola, temiendo justamente esto, había opuesto a 
los atacantes cuatro cuerpos de caballería * reservados 
para cualquier emergencia y, cuanto más violentamen¬ 
te se precipitaban aquéllos, con tanta mayor dureza 


99 Omitidos en la descripción del cap. 35; probablemente se 
trata de jinetes romanos, mientras que los de las alas eran 
auxiliares. 



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TÁCITO 


AGRÍCOLA 


89 


deshicieron los jinetes su formación y los pusieron en 

2 fuga. De este modo, el plan de los britanos se volvió 
contra ellos mismos y las unidades de caballería, re¬ 
tiradas de la parte frontal por orden del jefe, ataca¬ 
ron las líneas enemigas por la espalda. 

En terreno descubierto el espectáculo era grandioso 
y atroz: los jinetes perseguían a los britanos, los he¬ 
rían, capturaban y, si se interponían otros, los mata- 

3 ban. Las formaciones enemigas, según el ánimo de cada 
cual, daban las espaldas a unos adversarios menos nu¬ 
merosos. Algunos caían desarmados sobre nosotros y 
buscaban una muerte voluntaria. Por doquier, armas, 
cuerpos, miembros destrozados y tierra ensangrentada. 
A veces los vencidos conservaban su ira y su valor. 

4 En efecto, después que llegaron a las proximidades de 
los bosques, reagrupándose y conocedores de aquellos 
parajes, cercaban a los primeros que los perseguían 
sin precauciones. Si Agrícola, que se multiplicaba, no 
hubiera mandado algunas cohortes fuertes y armadas 
a la ligera recorrer los bosques a modo de batida 100 
y que los jinetes reconociesen pie a tierra los lugares 
más intrincados y, montados después, las zonas más 
despejadas, hubiéramos sufrido algún revés por exce- 

s siva confianza. Pero cuando los britanos vieron que los 
perseguían de nuevo, ahora ya en formación regular y 
compacta, se dieron a la fuga no en grupos, como antes, 
ni pendientes unos de otros; dispersos y evitándose, 
buscaron lugares lejanos e inaccesibles. 

La noche y la hartura de matar pusieron fin a la 
persecución. Cayeron alrededor de diez mil enemigos; 
de los nuestros, trescientos sesenta; entre ellos, Aulo 
Ático, prefecto de una cohorte, quien se precipitó so- 


100 Comparación con una cacería, ya utilizada por César 
(B. G. VIII 18), Livio (VII 37) y Virgilio (En. IV 121). 


bre las líneas enemigas llevado de su ardor juvenil y 
la fogosidad de su caballo. 

La noche fue gozosa para los vencedores por la 3® 
alegría y el botín. Los britanos, errantes, confundidos 
los gemidos de hombres y mujeres, recogían a los he¬ 
ridos, llamahan a los indemnes, abandonaban sus casas 
o, fuera de sí, las quemaban, elegían refugios y al 
punto los abandonaban. De vez en cuando se intercam¬ 
biaban consejos y después actuaban por separado. A 
veces desfallecían a la vista de sus seres queridos, 
pero con más frecuencia se exasperaban y parece ser 
cierto que algunos atentaron por piedad contra sus 
esposas e hijos. 

El día siguiente mostró con mayor claridad la faz 2 
de la victoria: por todas partes un silencio profundo, 
las colinas desiertas, las casas humeando a lo lejos, 
nadie que saliera al encuentro de los exploradores. 
Enviados éstos en todas direcciones, cuando se com¬ 
probó que las huellas de los fugitivos no tenían rumbo 
fijo y que el enemigo no se concentraba en ningún 
sitio, teniendo en cuenta que, finalizado ya el verano, 
no podía extenderse la guerra, desvía el ejército hacia 
el territorio de los borestos 101 . Allí, tras recibir rehe- 3 
nes, ordenó al prefecto de la flota que costease m Bri- 
tania. Se le dieron tropas a este fin, aparte de que el 
terror iba precediéndole. Por su parte, dejó en los 
cuarteles de invierno a la infantería y la caballería, 
tras una marcha lenta, para que los ánimos de los 
nuevos pueblos se atemorizasen por la misma lentitud 
del viaje. Por la misma época, la flota, con buen tiempo 4 


101 Pueblo que, tal vez, habitase hacia la desembocadura del 
río Spey. 

102 Se piensa que fue una circumnavegación, más que un 
simple costeo. 



90 


TÁCITO 


AGRICOLA 


91 


y el apoyo de la fama, arribó al puerto de Trúculo 1M , 
adonde regresó tras partir de allí para recorrer todo» 
el vecino litoral de Britania. 

39 Esta marcha de los acontecimientos, si bien no 
exagerada en las cartas de Agrícola por ninguna ex¬ 
presión jactanciosa, acogióla Domiciano según solía, 
con semblante alegre, pero con la mente preocupada. 
Tenía conciencia de que su reciente, pero falso triunfo 
en Germania había servido de mofa 1M : se habían com¬ 
prado esclavos a cuya vestimenta y cabellos propor¬ 
ciona el aspecto de prisioneros de guerra. Ahora, en 
cambio, era objeto de grandes comentarios una autén¬ 
tica y gran victoria, obtenida tras haber matado a 
muchos miles de enemigos. 

3 Consideraba especialmente peligroso para él el que 
el nombre de un particular se erigiera por encima del 
Príncipe. En vano habría reducido al silencio las ac¬ 
tividades del foro y la honra de las artes liberales si 
otro lograba asumir la gloria militar. Cualquier otra 
cosa puede disimularse más o menos fácilmente, pero 
el valor de un caudillo era privativo del Emperador. 

3 Atormentado por tales preocupaciones y, lo que era 
indicio de una mentalidad siniestra, cebándose en su 
aislamiento 105 , decidió que lo mejor era deponer su 
odio por el momento hasta que el primer impulso de 
la fama y de la devoción del ejército se fuera debili- 


HB Pudiera identificarse con Carpow o Cramond; ambos lu¬ 
gares conservan vestigios de fuertes romanos. 

im Sobre los catos, el año 83. Éste es uno de los puntos 
oscuros, pero interesantes a la hora de enjuiciar la postura de 
Tácito frente al régimen de Domiciano; los testimonios de los 
historiadores antiguos sobre esta supuesta victoria son contra¬ 
dictorios. 

ios Probablemente se refiere a su aislamiento en su villa 
de Alba. 


tando, pues en aquel momento Agrícola gobernaba to¬ 
davía Britania. 

Así pues, entre efusivas expresiones manda que se 40 
decreten en sesión del Senado los honores triunfales 106 , 
la gloria de una estatua y todo lo que se otorga en 
lugar del triunfo, y que se extiendan los rumores de 
que se reserva para Agrícola la provincia de Siria, va¬ 
cante a la sazón 107 por la muerte del consular Atilio 
Rufo y reservada a los hombres más descollantes 108 . 
Mucha gente creyó que un liberto de su secretaría par- 2 
ticular había llevado a Agrícola el documento en el 
que se le confería el gobierno de Siria, con la orden 
de que se lo entregase si estaba en Britania; que este 
liberto, coincidiendo con Agrícola en el mismo estre¬ 
cho del Océano, había regresado hasta Domiciano sin 
ponerse siquiera en contacto con aquél, suceso que 
pudiera ser cierto o tratarse de una invención inspi¬ 
rada en el carácter del Emperador. 

Agrícola, entretanto, había entregado a su sucesor 3 
una provincia pacificada y segura. Y para que su en¬ 
trada no se hiciera notar a causa de las numerosas 
personas que acudieran a saludarlo, evitados los cum¬ 
plidos de sus amigos, llegó de noche a la Ciudad y al 
Palacio, tal como se le había indicado. Recibido con un 
breve beso 109 y, sin mediar palabra, se confundió con 
la turba de los cortesanos. Pero para contrarrestar 4 
con otras virtudes su reputación militar, difícil de di¬ 
gerir para los inactivos, llevó una vida de total tran- 


•i* Toga de púrpura con bordados de oro, túnica adornada 
con palmas y corona de laurel; se concedían, en lugar del 
triunfo, a los que no pertenecían a la familia imperial. 
i 07 El año 84. 

10 » Este halago facilitaría el que Agrícola abandonase su 
gestión en Britania. 

109 Costumbre oriental extendida a partir de Augusto en 
las relaciones entre amigos íntimos. 



92 


TÁCITO 


quilidad y retiro, moderado en su comportamiento, 
afable, acompañado de uno o de dos amigos; de modo 
que la - mayor parte de la gente, que acostumbraba a 
estimar a los grandes hombres por sus alardes, al ver 
y observar a Agrícola se preguntaban de dónde pro¬ 
venía su fama y pocos sabían comprenderlo. 

41 Por aquellos días 110 fue acusado una y otra vez en 
ausencia ante Domiciano, y en ausencia fue absuelto. 
La causa de tal peligro no era ninguna acusación ni la 
querella de alguien que se sintiera perjudicado, sino 
la hostilidad del Príncipe para con las virtudes, su glo¬ 
ria personal y la peor clase de enemigos, los que lo 

2 ensalzaban. Sucedió para la nación una época que no 
per mitía el que Agrícola permaneciera ignorado: tantos 
ejércitos perdidos por temeridad o cobardía de sus 
jefes en Mesia, Dacia, Germania y Panonia 111 , tantos 
oficiales asaltados y capturados junto con tantas co¬ 
hortes. Ya no estaban en peligro los límites del imperio 
ni las orillas de un río I12 , sino los cuarteles de invierno 

iw Entre la vuelta de Agrícola (84) y el desastre de Mesia 
(invierno del 85 al 86). 

ni Mesia estaba al S. del Bajo Danubio; tenía al N. la 
Dacia y al E. la costa del Mar Negro; desde el 9 d. C. era pro¬ 
vincia romana; Domiciano la dividió en Inferior y Superior; en 
el 375 quedó bajo el dominio de los visigodos. Dacia corres¬ 
ponde a partes de las actuales Hungría, Transilvania, Moldavia, 
Valaquia, Besarabia y Bucovina; el nombre de Dacio (cf. 
deutsch) es celta, pero estaban mezclados con los getas (godos); 
fue convertida en provincia romana por Trajano; los coloniza¬ 
dores romanos del siglo ii fueron llamados rumanos. Panonia 
se hallaba entre el recodo del Danubio, los Alpes Orientales y 
el río Save; comprendía territorios de Austria, Hungría y Bos¬ 
nia; los panonios, de origen ilírico, se fusionaron con los celtas; 
desde el 10 fue provincia romana, dividida por Trajano en 
Inferior (Este) y Superior (Oeste); era zona pobre, pero estra¬ 
tégica; ciudad capital fue Vindobona (Viena). Para estos datos 
geográficos, cf. la Germania. 

tu Se refiere, respectivamente, a la línea fortificada que de¬ 
fiende la frontera, y al Danubio. 


AGRICOLA 


93 


de las legiones y la posesión del territorio conquis¬ 
tado. Enlazábanse así unas calamidades con otras y el 3 
año entero se iba jalonando de luto y desastres, por lo 
que la opinión pública reclamaba a Agrícola como jefe, 
comparando todos su fuerza, tenacidad y probado valor 
militar con la desidia y el pánico de los otros. Está 4 
comprobado que los oídos de Domiciano estaban siendo 
castigados por estos comentarios, pues sus mejores 
libertos por amor y fidelidad, los peores por maldad y 
envidia exasperaban a un Príncipe ya de por sí incli¬ 
nado a lo peor. De este modo, Agrícola, impulsado por 
sus mismas virtudes tanto como por los defectos aje¬ 
nos, se encaminaba velozmente hacia su gloria. 

Llegó el año en el que se sorteaba el proconsulado 42 
de Africa y Asia, y la reciente muerte de Cívica 113 no 
dejaba de ser una advertencia para Agrícola ni para 
Domiciano un precedente. Algunos confidentes del Em¬ 
perador asumieron la iniciativa de preguntar a Agrícola 
si estaba dispuesto a hacerse cargo de una provincia. 

De entrada y con gran disimulo alababan su sosiego 
y retiro; después ofrecían su apoyo para que se admi¬ 
tiera su renuncia; al final, tratando de disuadirlo cla¬ 
ramente con intimidaciones, lo llevaron ante Domicia¬ 
no. Éste, preparado para el disimulo y con afectada 2 
arrogancia, oyó los ruegos del que se excusaba y, tras 
dar su conformidad, permitió que le diera las gra¬ 
cias; lo odioso de tamaño favor no le hizo sonrojarse. 
Sin embargo, no concedió a Agrícola el sueldo de pro¬ 
cónsul 114 , que se otorgaba habitualmente, y concedido 
ya a algunos por él mismo, bien ofendido porque Agn- 

113 Cívica fue muerto por Domiciano tras la campaña contra 
los catos, según Suetonio (Dom. 10). El gobierno de Asia y 
Africa se sorteaba anualmente entre los dos consulares más 
antiguos. 

114 Regulad» por Augusto para los gobernadores; aquí sería 
lina compensación por haber rehusado Agrícola tal gobierno. 





94 


TÁCITO 


AGRICOLA 


95 


cola no se lo había pedido, bien por no dar la aparien¬ 
cia de comprar lo que en realidad había prohibido. 

3 Es propio del humano talante odiar a quien se las¬ 
tima. El temperamento de Domiciano, proclive a la ira 
y tanto más implacable cuanto más velado en sus ma¬ 
nifestaciones, era mitigado por la moderación y la pru¬ 
dencia de Agrícola, porque no provocaba ni a la fama 
ni a su destino con altanería ni con una vana presun¬ 
ción de independencia. 

4 Sepan quienes acostumbran a admirar lo prohibido, 
que pueden darse grandes hombres incluso bajo malos 
Príncipes; que la fidelidad y la modestia, si van acom¬ 
pañadas de trabajo y energía, pueden superar la gloria 
de muchos que, por abruptos caminos, se hicieron fa¬ 
mosos con su muerte ostentosa, pero sin ningún pro¬ 
vecho para la nación. 

43 El final de su vida fue luctuoso para nosotros; 
triste para sus amigos y no exento de inquietud para 
los no allegados y los que no lo conocían. También el 
pueblo en general y ese otro siempre tan ocupado acu¬ 
día continuamente a su casa y hablaban en las plazas 
y en sus círculos. Al enterarse de la muerte de Agríco- 

2 la, nadie se alegró ni la olvidó pronto. Aumentaba la 
conmiseración el insistente rumor de que había sido 
envenenado. Yo no me atrevería a asegurar algo de 
lo que no tengo pruebas suficientes. Pero a lo largo de 
su enfermedad fueron a visitarlo con mayor frecuen¬ 
cia de la habitual enviados del Príncipe, sus libertos 
más influyentes y sus médicos de más confianza, ya 
por verdadera preocupación, ya por obtener informa- 

3 ción. Se sabe que en el día postrero, todas la vicisi¬ 
tudes del moribundo eran comunicadas por correos ,u 
y nadie creía que tuviera prisa en escuchar lo que 


lis Entre la casa de Agrícola y la villa de Domiciano en 
Alba. 


podía entristecerlo. Sin embargo, presentó una apa¬ 
riencia de dolor en su ánimo y en su rostro, por no 
intranquilizarlo ya su odio y porque disimulaba mejor 
el gozo que el miedo. 

Leído el testamento de Agrícola, en el que nombra- 4 
ba coheredero a Domiciano junto con su excelente es¬ 
posa y su amantísima hija, bien podía verse que aquél 
se alegró, como si este honor supusiera una estima. 
Tan ciega y deformada por las constantes adulaciones 
estaba su mente que ignoraba que un buen padre no 
nombra heredero a un Príncipe sino cuando éste es 
malo 116 . 

Había nacido Agrícola el 13 de jimio, durante el 44 
tercer consulado de Gayo César. Murió a los cincuenta 
y cuatro años, el 23 de agosto del consulado de Co¬ 
lega y Priscino 117 . Si la posteridad desea conocer tam- 2 
bién su figura, fue más bien de aspecto agradable que 
imponente; ninguna fogosidad en el semblante: su 
rostro rebosaba atractivo. Fácilmente lo tendrías por 
un hombre honesto; con gusto, por un gran hombre. 
Desde luego, aunque arrebatado en lo mejor de su 3 
vida, recorrió un largo camino en cuanto a la gloria. 
Había adquirido la plenitud de los verdaderos bienes, 
que están en las virtudes 118 , y, adornado con las galas 
del consulado y los honores del triunfo, ¿qué otra cosa 
le podía deparar su fortuna? No gozaba con las rique- 4 
zas excesivas, si bien le había correspondido una posi¬ 
ción desahogada. Hasta puede parecer afortunado, 
puesto que su hija y su esposa le sobrevivieron y él 
logró escapar del futuro con la dignidad intacta, la 


H6 Se nombraba heredero al Príncipe para que éste no or¬ 
denara anular el testamento. Cf. An. XIV 31, XVI 11 y II 48. 

H7 En el consulado de Calígula se cita sólo a él porque el 
otro cónsul murió antes de tomar posesión. Murió Agrícola el 
93 d. C. 

lis Doctrina estoica (cf. Hist. IV 5). 


->. ■ i 



96 


TÁCITO 


AGRÍCOLA 


97 


fama floreciente y con sus amigos y allegados a salvo. 

s Pues aunque no le fue posible llegar hasta la luz de 
esta época felicísima y ver el Principado de Trajano, 
según nos auguraba ya en nuestros oídos con sus pre¬ 
sagios y votos, al menos fue un gran consuelo para su 
muerte prematura el haber escapado a aquellos últi¬ 
mos tiempos en los que Domiciano destrozó a la na¬ 
ción, no ya con treguas y momentos de respiro, sino 
sin cesar y como de un solo golpe. 

45 No vio Agrícola la Curia sitiada 119 ni el Senado ro¬ 
deado por las armas, ni la muerte de tantos consula¬ 
res en una misma matanza, ni los destierros y fugas 
de tantas mujeres de alcurnia. Hasta el presente no se 
contaba más que con una victoria de Caro Meció 120 ; 
los graznidos de Mesalino 121 no salían del palacio Al- 
bano y Masa Bebió 122 era sólo un reo entonces. Des¬ 
pués, nuestras propias manos llevaron a prisión a Hel- 
vidio 123 ; nos impresionó la visión de Maúrico m y 
Rústico, y Seneción nos bañó en su sangre inocente. 

2 Nerón, al menos, apartó sus ojos y ordenó sus críme¬ 
nes sin quedarse a presenciarlos; el aspecto más cruel 
de nuestras miserias bajo Domiciano era verlo y ser 
visto cuando nuestros suspiros se anotaban, cuando 
para hacer resaltar la palidez de tantos rostros bas¬ 
taba aquel rostro cruel y enrojecido con el que se 
protegía contra cualquier manifestación del rubor. 

3 ¡Afortunado tú, Agrícola, no sólo por la grandeza 
de tu vida, sino por la oportunidad de tu muerte! Tal 


1 H Domiciano fue destronado el 96 d. C. 

120 Delator de Seneción y de otros muchos; tal vez la pala¬ 
bra «victoria» sea irónica para aludir a su primera delación. 

121 Ciego y uno de los delatores más crueles. 

122 Fue acusado por Plinio y Seneción por sus atropellos en 
la Bética, pero volvió a tener influencia, muerto 3ra Agrícola. 

123 Hijo de Helvidio, citado en el cap. 2. 

124 Desterrado por Domiciano, volvió con Nerva. 


como cuentan los que asistieron a tus últimas confi¬ 
dencias, afrontaste el instante decisivo firme y resig¬ 
nado, como si regalases al Príncipe una inocencia en 
la parte que te correspondía. Pero a tu hija y a mí, 4 
aparte de la cruel pérdida de un padre, nos aumenta 
la aflicción el no haber podido asistirte en tu enferme¬ 
dad, aliviar tu agonía, saciamos con tu vista y tus 
abrazos. Al menos hubiéramos recogido tus recomen¬ 
daciones y tus palabras y las hubiéramos grabado en 
el fondo de nuestro pecho. Este es nuestro dolor, nues¬ 
tra herida: haberlo perdido cuatro años antes por la 
circunstancia de una ausencia tan larga. ¡Oh el mejor 
de los padres! Todo lo tocante a tu decoro te sobró 
estando a tu lado tu amantísima esposa. Pero son in¬ 
suficientes las lágrimas que por ti se vertieron y tus 
ojos echaron algo en falta la última vez que los abriste. 

Si existe algún lugar para los manes de los justos, 46 
si, como pretenden los filósofos, las almas grandes no 
se extinguen con el cuerpo, descansa en paz, y a nos¬ 
otros, tu familia, llámanos desde la inútil añoranza y 
los lamentos mujeriles hacia la contemplación de tus 
virtudes, que no deben profanarse con quejas ni llan¬ 
tos. Mejor es que te honremos con admiración y loa 2 
eterna y, si nuestras fuerzas nos lo permiten, con tu 
imitación; éste es el auténtico honor, ésta la piedad de 
los que te eran más íntimos. Esto es lo que aconse- 3 
jaría a tu hija y a tu esposa: que veneren la memoria 
del padre y del marido repasando en su interior tus 
acciones y tus palabras y tratando de retener la forma 
y figura del alma más que la del cuerpo, no porque 
piense que deben prohibirse las imágenes esculpidas 
en mármol o bronce, sino que los retratos de los 
hombres, al igual que sus rostros, son frágiles y pe¬ 
recederos; la forma de la mente es eterna y no puedes 
reproducirla con material y técnica ajenos, sino con 
tu propia conducta. 


36.-7 



98 


TÁCITO 


Todo lo que amamos en Agrícola, todo lo que admi¬ 
ramos, permanece y permanecerá eternamente en los 
corazones de los hombres por la fama de sus hechos. 
El olvido ha sepultado a muchos de los antiguos, 
como privados de gloria y de renombre. Agrícola, en¬ 
tregado por la historia a la posteridad, sobrevivirá 12s . 


i» Las ideas de inmortalidad contenidas en este capítulo 
las leemos con frecuencia en los autores clásicos. Para un afi¬ 
cionado a la cultura latina, el escritor más sugestivo, en este 
aspecto, es Cicerón. 



INDICE ONOMASTICO 



Africa: 42, 1. 

Agrícola (v. Julio Agrícola, 
Gneo). 

Albano (palacio): 45, 1. 
Aquitania: 9, 1. 

Aruleno Rústico: 2, 1; 45, 1. 
Asia: 6, 2; 42, 1. 

Atico, Aulo: 37, 5. 

Afilio Rufo: 40, 1. 

Augusto: 13, 2. 

Batavos: 36, 1-2. 

Bebió Masa: 45, 1. 

Borestos: 38, 3. 

Boudicca: 16, 1. 

Brigantes: 17, 1; 31, 4. 
Britania: 5, 1-2; 8, 2; 9, 5; 10, 
14; 11, 1; 12, 3 y 6; 13, 1-2; 
14, 1; 16, 2 y 5; 17, 1; 18, 1; 
20, 3; 23, 1; 24, 1-2; 27, 1; 28, 
1-2; 30, 1-3; 31, 2; 33, 2-3; 38, 
34; 39, 3; 40, 2. 

Bótanos: 11, 4; 13, 1; 15, 1 y 
5; 21, 2; 25, 2; 26, 2; 27, 2; 
28, 2; 29, 2-3; 32, 1 y 3; 34, 
1; 35, 3; 36, 1; 37, 1-2; 38, 1. 


Caledonia: 10, 3; 11, 2; 25, 2; 

27, 1; 31. 4. 

Calgaco: 29, 4. 

Cívica: 42, 1. 

Claudio: 13, 3. 

Clyde (río): 23, 1. 

Cogidumno: 14, 1. 

Colega: 44, 1. 

Dada: 41, 2. 

Didio Galo: 14, 2. 

Domicia Decidiana: 6, 1. 
Domiciano: 7, 2; 39, 1; 40, 2; 
41, 1 y 4; 42, 1 y 3; 43, 4; 44, 
5; 45, 2. 

Escauro: 1, 3. 

Fabio Rústico: 10, 3. 

Forth (río): 23, 1; 25, 1 y 3. 
Fréjus: 4, 1. 

Frisios: 28, 2. 

Galba: 6, 5. 

Galia: 10, 2; 24, 1. 

Galos: 11, 24; 21, 2; 32, 1 y 3. 




102 


AGRÍCOLA 


ÍNDICE ONOMÁSTICO 


103 


Gayo César (Calígula): 4, 1; 
13, 2; 44, 1. 

Germania: 10, 2; 13, 2; 28, 1; 
39, 1; 41, 2. 

Germanos: 11, 2; 15, 3; 32, 1 

y 3- 

Graupio (monte): 29, 2. 

Helvidio Prisco: 2, 1. 

Helvidio (hijo del anterior): 
45, 1. 

Herennio Seneción: 2, 1; 45, 1. 
Hibemia: 24, 1 y 3. 

Hispania: 10, 2; 11, 2; 24, 1. 

Iberos: 11, 2. 

Julia Procila: 4, 2. 

Julio Agrícola, Gneo: 3, 3; 4, 
1; 5, 1; 7, 1 y 3; 8, 1-3; 9, 
2; 18, 1, 2 y 5; 22, 2 y 4; 24, 
1 y 3; 25, 1 y 3; 26, 1; 29, 1; 
33, 1; 35, 1 y 4; 36, I; 37, 1 
y 4; 39, 1 y 3; 40, 14; 41, 24; 
42, 1-3; 43, 1 y 4; 44, 1; 45, 1, 
3 y 4. 

Julio (César): 13, 1; 15, 4. 

Julio Frontino: 17, 2. 

Julio Grecino: 4, 1. 

Liguria: 7, 1. 

Livio: 10, 3. 

Mar Rojo: 12, 6. 

Marsella: 4, 2. 

Máurico: 45, 1. 

Mesalino: 45, 1. 

Mesia: 41, 2. 


Ventimiglia: 7, 1. 

Veranio: 14, 2. 

Vespasiano: 7, 2; 9, 1; 13, 3; 
17, 1. 

Nerón: 6, 3 y 5; 45, 2. 

Nerva: 3, 1. 

Océano: 10, 6; 12, 6. 

Oreadas (islas): 10, 4. 

Ordovices: 18, 1-2. 

Ostorio Escápula: 14, 1. 

Otón: 7, 1. 

Palacio: 40, 3. 

Panonia: 41, 2. 

Petilio Cerial: 8, 2; 17, 1 y 2. 

Peto Trásea: 2, 1. 

Petronio Turpiliano: 16, 3. 

Plaucio, Aulo: 14, 1. 

Priscino: 44, 1. 

Roma: 6, 1; 32, 3. 

Rutilio: 1, 3. 

Salvio Ticiano: 6, 2. 

Silano, Marco: 4, 1. 

Sflures: 11, 2; 17, 2. 

Siria: 40, 1-2. 

Suetonio Paulino: 5, 1; 14, 3; 

16, 2; 18, 3. 

Suevos: 28, 2. 

Tánao (estuario): 22, 1. 

Tiberio: 13, 2. 

Trajano: 3, 1; 44, 5. 

Trebelio Máximo: 16, 3 y 4. 

Trúculo (puerto): 38, 4. 

Thule: 10, 4. 


Mettio Caro: 45, 1. 
Mona (isla): 14, 3; 18, 3. 
Muciano: 7, 2 y 3. 


Tungros: 36, 1. 

Üsipos: 28, 1; 32, 3. 

Vetio Bolano: 8, 1; 16, 5. 


i 



GERMANIA 



INTRODUCCIÓN 


Fecha de composición 

El título más comúnmente aceptado para la Ger- 
mania es el de De origine et situ Germanorum. Tam¬ 
bién aparece como De origine et situ Germaniae. 

Según Hutton *, habría sido compuesta en el 98. 
Fijando la atención en el capítulo 37, en el que se habla 
del segundo consulado de Trajano (año 98), la discre¬ 
pancia está en si tuvo lugar la composición al princi¬ 
pio o al final de este año; con lo cual sería contem¬ 
poránea del Agrícola. Según Paratore, lo único que 
hace el citado capítulo es fijar el término ante quem 1 2 : 
año 100, a lo que hay que objetar que también podría 
ser el 99, año en que volvió Trajano a Roma. Perret 3 , 
por el contrario, opina que sería un término post quem; 
creemos que el contenido del capítulo lo único que 
expresa es el enfrentamiento entre la situación de 
Germania y los cimbros (año 640 desde la fundación 
de Roma) con la de su tiempo, lo que estaría relacio¬ 
nado con la intencionalidad de la obra. La opinión más 


1 En su introducción a la Germania, Loeb Classical Libraiy, 
1970. 

2 Paratore, Tácito, 2 * ed., Roma, 1962, pág. 204. 

3 En su introducción a su traducción de La Germania, co¬ 
lección Guillaume Budé, París, 1967. 



108 


GERMANIA 


INTRODUCCIÓN 


109 


generalizada es que habría diferencia de meses entre 
la aparición del Agrícola y de la Germania; si el Agríco¬ 
la se publicó en el 98 o en enero del 99, la Germania 
lo sería el 99. El problema es que no contiene alusio¬ 
nes a la actualidad. Por el estilo, noticias y otros datos 
sí que parece posterior al Agrícola, lo que para autores 
como Paratore 4 es evidente, dada la concepción evo¬ 
lucionista a ultranza que mantienen sobre la totalidad 
de la obra tacítea. 


Fuentes 

Se piensa que las noticias contenidas en la Germa¬ 
nia pudiera haberlas obtenido Tácito de forma directa, 
con ocasión de una posible permanencia en la Galia 
Bélgica. Esto podría haber sucedido mientras su pa¬ 
dre (o su tío) fue procurador de aquella provincia, 
dato que nos ha transmitido Plinio el Viejo, o bien 
ruanHn él mismo desempeñó algún cargo por aquella 
zona en la época que murió Agrícola, durante la que 
Tácito estuvo ausente de Roma. Ello se completaría 
con los relatos que escucharía de militares y mercade¬ 
res, al igual que en el Agrícola. 

Entre las fuentes escritas, podemos citar al polí¬ 
grafo sirio Posidonio, a Aufidio Baso (que guerreó 
contra los germanos), las Historias de Salustio, el libro 
104 de Tito Livio..., pero la más importante con mu¬ 
cho es Plinio el Viejo, tanto en el relato de las guerras 
germánicas, como en las noticias de tipo general que 
figuran en su Historia Natural; incluso tenemos des¬ 
cripciones calcadas, como puede verse confrontando 
dos pasajes: Germania 1, frente a N. H. IV 79. Parece 
normal que utilizara a César; si es así, en algunos 
datos rectifica las informaciones de aquél. 


* Paratore, op. cit., págs. 200 y sigs. 


Carácter e intención de la obra 

Podemos seguir aquí también a Paratore 5 , con lo 
que reuniremos las diversas teorías: 

1. a Un esbozo de las Historias; éste es el parecer 
de Amaldi y Bongi en Italia. Parece poco probable que 
entre el esbozo y la gran obra transcurrieran nueve 
años o algo menos; amigos íntimos, como Plinio el 
Joven, tendrían que haber testimoniado este trabajo 
tan continuado; lo que sí nos parece verosímil es que 
se trate de un esbozo del conjunto de su obra his¬ 
tórica. 

2. a Un excurso de las Historias, a modo de un 
apéndice de una historia de Trajano, anunciada y no 
publicada, que se sepa; de esta opinión son eruditos 
de la categoría de Mommsen; sin embargo, por las 
mismas razones que en la hipótesis anterior, tampoco 
ésta parece acertada, aunque se encuentra más apo¬ 
yada por detalles como la existencia de una digresión 
como la del libro V de las Historias, que se refiere a 
los judíos. 

3. a Una obra independiente. En este caso, ¿de qué 
tipo de obra se trata?: A) Política: ¿pretendía advertir 
a los romanos sobre un peligro germánico? ¿La adver¬ 
tencia iría dirigida especialmente a Trajano? ¿Querría 
incitar a Roma a una actitud concreta, ya fuera ofen¬ 
siva o defensiva, frente a los germanos? El que no 
podamos arriesgamos a aceptar una solución u otra 
nos debe hacer pensar que ninguna es la acertada. 
Respecto al peligro, conviene caer en la cuenta de que 
Tácito nos habla de una zona de Germania donde pre- 
císamentelno HabIaT problemas por aquel entonces, si¬ 
tuándose los peligros en la parteé ocupa da por los 


5 Paratore, op. cit., págs. 205-228. 



110 


GER MANIA 


INTRODUCCIÓN 


111 


cuados y los marcomanos. Algunos piensan que se tra¬ 
taría de justificar la conducta de Trajano, quien, nom¬ 
brado ya Emperador tras la muerte de Galba, no a cudió 
a Roma hasta que consiguió pacificar la zona de Co¬ 
lonia. 

B) Obra de salón. Parece una teoría muy simplista. 
Podría, eso sí, haberle servido de entrenamiento; ya 
hemos aludido a ello a propósito de la primera teoría. 
Hacen pensar así los efectos literarios, tan abundan¬ 
tes y tan logrados a lo largo de sus cuarenta y seis 
capítulos, que los estudiosos del Renacimiento lo ca¬ 
lificaron de libellus aureus. 

C) Tratado étnico-geográfico. Ésta es la opinión, 
entre otros muchos, de Marín Peña. Paratore no la 
acepta; piensa que habría un manojo de intencionali¬ 
dades, entre ellas la moralística: oponer la vida sana 
y las costumbres puras de los germanos a la degene¬ 
ración de las costumbres y la descomposición social 
en Roma; el elogio del buen salvaje tal vez podría servir 
de estímulo a sus compatriotas, incluso frente al mismo 
peligro que podría suponer la existencia de unos pue¬ 
blos de tan grandes cualidades en las mismas fron¬ 
teras del Imperio. La Germania resultaría un puente 
entre la Edad Clásica y el Medievo. En esta última 
suposición de Paratore influirían el moralismo propio 
de la tradición etnográfica helenística y la propensión 
de Tácito al catonismo. 

No puede verse en la Germania una mera inserción 
en la tradición de la literatura etnográfica: efectiva¬ 
mente, hay una serie de lugares comunes, como la de¬ 
tallada relación de los diversos pueblos, la preocupa¬ 
ción por las costumbres y el origen (véase el mismo 
título)... Pero hay también una brillante composición 
literaria, en la que, cierto es, puede apreciarse que 
Tácito acepta, como ley del género que cultiva, el 
desorden y la mezcolanza de datos y relatos, nacidos 


de la ineptitud de los primeros etnógrafos y que en 
Tácito aparece como una falsa espontaneidad. Tácito 
no es, por consiguiente, un mero seguidor de sus an¬ 
tecesores, a quienes sigue, parcialmente, en la «puesta 
en escena», pero utilizando un material ajeno a ellos 
y a la tradición literaria que impusieron. 

El texto 

Su historia aparece muy unida a la del Diálogo, por 
lo que, en parte, nos remitimos al lugar correspon¬ 
diente. 

Insistimos en que el arquetipo de los códices que 
citamos, el Líber Hersfeldensis, no se conserva. 

Así que el Vaticanus 1.862; el Leidensis Perizonia- 
nus XVIII Q 21; el Neapolitanus IV C 21; el Vatica¬ 
nus 1.518, todos ellos contienen la Germania, el Diálogo 
y un fragmento del «de Viris Illustribus» de Suetonio. 
El Neapolitanus incluye también los libros XI-XVI de 
los Anales, el I de las Historias y otras obras de menor 
importancia. 

Un grupo de manuscritos alemanes ( Hummelianus, 
Monacensis 5.307, Vindobonensis 711), que se creían 
procedentes de «deteriores» y mezclados con otras 
ramas, han sido objeto de mayor atención por parte 
de R. P. Robinson, quien los hace proceder directa¬ 
mente de una copia del Hersfeldensis. Deben quedar 
citados aquí, puesto que su texto ha sido tenido en 
cuenta en la edición de Oxford, que hemos utilizado 
para la traducción. 

Para la Germania, en concreto, es importante el 
Aesinas, y también lo era su copia, el Toletanus, que 
la perdió con la aparición del anterior. 

Podemos anotar aquí (como en cualquiera de las 
otras dos obras) la teoría según la cual del arquetipo 
provendrían tres ramas: 



112 


GERMANIA 


X integrada por el Vaticanas 1.862 y el Leúfeitsu; 

Y, integrada por el Vaticanas 1.518 y el Neapolu 

Z, integrada por el Aesinas, el Toletanas y alguno 
más. 

Es decir, derivarían las tres del Hersjeldensis, mien¬ 
tras que la creencia que hemos observado, por lo ge¬ 
neral es que el Aesinas no supondría una evolución 
paralela a ninguno de los otros manuscritos. 


GERMANIA 


El conjunto de la Germania 1 está separado de los 1 
galos, los retos 2 y los panonios por los ríos Rin y Da¬ 
nubio; de los sármatas 3 y dacios, por el recíproco 
miedo o por montañas; el resto lo ciñe el Océano, que 
forma grandes penínsulas y abarca enormes extensio¬ 
nes de islas 4 . Son conocidos desde hace poco algunos 
de sus pueblos y reyes, con los que nos ha puesto en 
contacto la guerra. El Rin, que nace en un pico es- 2 
carpado e inaccesible de los Alpes Réticos, tras des¬ 
viarse suavemente hacia el O., une sus aguas con el 
Mar del Norte. El Danubio se difunde a partir de una 3 
altura de poca elevación y perfil suave del monte 
Abnoba 5 y recorre muchos pueblos, hasta que rompe 
en el Mar Póntico por seis bocas; una séptima queda 
absorbida por lagunas 6 . 

1 Obsérvese la semejanza con el comienzo de la Guerra de 
las Galios de César. 

2 Recia fue convertida en provincia el 15 a. C., y compren¬ 
día el Tirol y la zona oriental de Suiza y algo del S. de Alemania. 

3 Procedían de Asia Central. Sobre Dacia y Panonia, véanse 
las notas al Agrícola. 

4 Los romanos no separaban el Mar Báltico del Mar del 
Norte, i j<= penínsulas aludidas serían, probablemente, Jutlan- 
dia, y las islas, Escandinavia. 

5 En la parte oriental de la Selva Hercinia, conocida hoy 
como la Selva Negra; su numen era Abnoba o Dea Abnoba. 
En la época, la Hercinia comprendía también la selva de Teu- 
toburgo, donde se produjo el desastre de Varo. 

6 Pasaje calcado, casi al pie de la letra, de otro de Plinio 
el Viejo, quizá como homenaje al autor, que constituyó para 
Tácito su principal fuente. 


36. — 8 



114 


TÁCITO 


GERMANIA 


115 


2 Estoy casi convencido de que los germanos son in¬ 
dígenas y que de ningún modo están mezclados con 
otros pueblos, bien como resultado de emigraciones, 
bien por pactos de hospitalidad, pues quienes en otros 
tiempos querían cambiar de lugar, no lo hacían por 
tierra, sino por mar, y desde nuestro mundo son es¬ 
casas las naves que se adentran en un Océano inmenso 

2 y, por decirlo así, hostil. Además, aparte del peligro 
de un mar temible y desconocido, ¿quién va a dejar 
Asia, Africa o Italia para marchar a Germania, con 
un terreno difícil, un clima duro, triste de habitar y 
contemplar si no es su patria? 

3 Mediante antiguos cánticos, única forma de crónica 
e historia que hay entre ellos, conmemoran al dios 
Tuistón, nacido de la tierra; le atribuyen un hijo, 
Manno, origen de la raza, y, como fundadores, otros 
tres a Manno, de cuyos nombres provienen los inge- 
vones, que son los más próximos al Océano, hermio- 
nes los de la zona central e istevones los restantes. 

4 Algunos, amparados en la libertad que da lo antiguo, 
afirman que fueron más los nacidos del dios y añaden 
más nombres de pueblos: marsos 7 , gambrivios, suevos, 
vandilios; afirman que éstos son los nombres autén- 

s ticos y antiguos; que, por el contrario, el de Germania 
es reciente y su empleo es nuevo, puesto que a los pri¬ 
meros que, tras atravesar el Rin, expulsaron a los galos 
y ahora se llaman tungros, antes se les conocía como 
germanos; que, por tanto, el n omb re de. un pueblo, no 
de toda la nación, era el que había llegado a impo¬ 
nerse de tal manera que todos se llamaron germanos 
con un nombre prestado, tomado primero por el vence¬ 
dor para infundir miedo y utilizado después por ellos 
mismos. 


7 En An. I 51 aparecen luchando con Germánico en la selva 
Cesia, el año 14 d. C. 


Hablan de que entre ellos hubo también un Hér- 3 
cules y, cuando van a entrar en combate, lo ensalzan 
en sus cantos como el más valiente entre los valientes. 
Tienen también otros cantos, con cuya entonación, que 
llaman «baritum» 8 , enardecen los ánimos, y con el 
mismo canto predicen la suerte de la próxima lucha, 
pues causan terror o se atemorizan según el griterío 
de los guerreros, y parece aquél no tanto armonía de 
voces como de valor. Se busca, sobre todo, aspereza 2 
de sonido y ruido entrecortado, colocando los escudos 
junto a la boca para que la voz, repercutida, aumente 
y salga más grave y más llena. 

Por otra parte, algunos opinan que también Ulises^ 3 
arrojado hasta este Océano en aquel largo y legendario 
vagar suyo, fue a parar a las tierras de Germania y 
fundó y dio nombre a Asciburgio 9 , situada a orillas 
del Rin y habitada aún hoy; insisten en que se en¬ 
contró tiempo ha un altar consagrado a Ulises en el 
mismo lugar, con el nombre de su padre Laertes, y 
que todavía existen ciertos monumentos y túmulos con, 
inscripciones en caracteres griegos en los confines de 
la Recia y la Germania. No está en mi ánimo el confir- 4 
mar con argumentos ni refutar todo esto; que cada 
cual le quite o dé crédito según su criterio. 

Me adhiero a la opinión de que los pueblos de Ger- 4 
manía, al no estar degenerados por matrimonios con 
ninguna de las otras naciones, han logrado mantener 
una raza peculiar, pura y semejante sólo a sí misma. 2 
De aquí que su constitución física, en lo que es posible 
en un grupo tan numeroso, sea la misma para todos: 


8 Palabra de origen desconocido. Pudiera estar relacionada 
con los bardos o poetas; también se ha identificado con los so¬ 
nidos de los elefantes. 

9 Se trata aquí de la actual Asberg, en la orilla izquierda 
del Rin. En la orilla derecha hubo otra con el mismo nombre, 
al parecer, y que es la actual Duisburgo. 



116 


TÁCITO 


ojos fieros y azules, cabellos rubios, cuerpos grandes y 

3 capaces sólo para el esfuerzo momentáneo, no aguan¬ 
tan lo mismo la fatiga y el trabajo prolongado, y mucho 
menos la sed y el calor fuerte; sí están acostumbrados 
al frío y al hambre por el tipo de clima y de territorio 
en los que se desenvuelven. 

5 La tierra, aunque variada un tanto en su aspecto, 
está, en general, erizada de selvas 10 y echada a perder 
por los pantanos, más húmeda por donde mira a las 
Galias, más ventosa hacia el Nórico 11 y la Panonia. 
Bastante fértil, muy poco apta para árboles frutales; 
abundante en ganado menor, pero de poco tamaño en 

2 su mayor parte. Tampoco el ganado mayor tiene su 
estampa habitual o su hermosa cornamenta: se dan 
por satisfechos con la cantidad, y éste es su único y 

3 muy apreciado recurso. Los dioses, no sé si propicios 
o «ir ados, les negaron la plata y el oro, y, sin embar¬ 
go, no me atrevería a asegurar que no hay en Ger- 
mania yacimientos de ambos metales, pues ¿quién ha 
intentado buscarlos? Su posesión y uso no les afecta 

4 como a otros: es cosa de ver el que las vasijas de 
plata, dadas como regalo a sus embajadores y jefes, 
son tenidas en la misma poca estimación que las he¬ 
chas de tierra. Aunque los más cercanos a nosotros, 
y debido al tráfico comercial, tienen aprecio al oro y 
la plata, y conocen y prefieren ciertos tipos de nuestra 
moneda, los del interior utilizan el sistema más sencillo 

s y antiguo de la permuta de mercancías. Les gusta la 
moneda vieja y ya conocida, como nuestros denarios 


io Especialmente, por la Selva Hercinia, desde el Rin al 

Vístula. , _ . . VT 

n Provincia romana a partir de Marco Aurelio. Tenía al N. 
el Danubio (que la separaba de la Germania), al E la Panonia, 
al S. los Alpes y la Galia Cisalpina y al O. la Recia. 


GERMANIA 


117 


dentados y los que llevan grabada una biga 12 . Por otra 
parte, prefieren la plata al oro, no porque les atraiga, 
sino porque su mayor abundancia la hace más prác¬ 
tica para comprar mercancías corrientes y de poco 
valor. 

Tampoco les sobra el hierro, como se deduce del * 
tipo de sus armas ofensivas. Pocos son los que utilizan 
espadas y lanzas grandes; portan unas picas, en su 
lengua «frameas», con un hierro estrecho y corto, pero 
tan afilado y manejable que con la misma arma luchan 
cuerpo a cuerpo o a distancia, según la ocasión lo 
exija. Mientras el jinete se limita al escudo y la «fra- 2 
mea», los infantes, desnudos o con un ligero sayo, lan¬ 
zan a gran distancia armas arrojadizas 13 , algunos gran 
cantidad de ellas. Ninguna presunción en su aspecto: 
adornan sólo los escudos con colores llamativos; pocos 3 
tienen cotas; alguno que otro, casco de metal o de 
cuero. Los caballos no sobresalen ni por su estampa 
ni por velocidad, ni se les enseña, al modo nuestro, a 
realizar variados caracoleos; los llevan en línea recta 
o con un solo giro a la derecha, formando un círculo 
tan conjuntado que nadie se queda atrás. En términos 4 
generales, hay más fuerza en el infante y por eso lu¬ 
chan mezclados y, al ser la velocidad de los infantes 
apropiada y apta para la lucha ecuestre, se los coloca 
en vanguardia: guerreros escogidos de toda la juven¬ 
tud; está fijado también el número: hay cien de cada 5 
uno de los poblados 14 y entre los suyos reciben este 

n En latín se dice «dentados» y «bigados», lo mismo que 
en español se habla de «rubias», «gordas», «peluconas», etc. 

u Probablemente venablos cortos. 

14 Se emplea aquí la palabra pagus como «distrito, mien¬ 
tras que para «poblado», propiamente dicho, Tácito suele em¬ 
plear tiicus. Lo que ocurre es que el primer vocablo no tenía 
esa significación para las agrupaciones humanas en la península 
itálica, sino que aludía a poblados agrícolas o ganaderos con 
un territorio circundante de explotación. 



118 


TÁCITO 


GERMANIA 


119 


mismo nombre, así que lo que al principio fue un nú¬ 
mero, ha pasado a ser una distinción de honor. 

6 La línea de combate se forma por grupos en cuña 15 ; 
retroceder, con tal que se vuelva a atacar, lo juzgan 
más prudencia que miedo. Retiran los cuerpos de los 
suyos, incluso en los combates comprometidos. El 
haber abandonado el escudo es la principal vergüenza, 
y al que ha cometido tal afrenta no se le permite asis¬ 
tir a los actos religiosos ni participar en las asam¬ 
bleas: muchos supervivientes de las guerras pusieron 
fin a su infamia ahorcándose. 

7 Eligen a los reyes de entre la nobleza y jefes 

por su valor. El poder para los reyes no es ilimitado 
ni arbitrario: los jefes, más con el ejemplo que con 
autoridad, si actúan prestos, se dejan notar y van en 
vanguardia, ejercen el mando por la admiración que 

i producen. Pero no está permitido castigar, ni atar, ni 
golpear: sólo pueden hacerlo los sacerdotes, y no 
como castigo, no por mandato del jefe, sino porque 
lo manda la divinidad, que, así lo creen, les asiste 

3 cuando combaten. Llevan a la batalla ciertas efigies e 
insignias sacadas de los bosques sagrados. Y tienen algo 
que es el principal incentivo de su valentía: no es la 
casualidad ni una agrupación fortuita la que forma el 
escuadrón o los pelotones, sino la familia y el paren¬ 
tesco. Tienen a su lado a sus seres queridos y pueden 
oír el ulular de sus mujeres y los llantos de los niños; 

4 éstos son los testigos más sagrados para cada cual, 
éstos son los que más les alaban. Acuden con sus he¬ 
ridas ante sus madres y esposas; ellas las repasan y 
examinan sin atemorizarse y llevan a los combatien¬ 
tes alimentos y ánimos. 


15 Formación de combate de la infantería, llamada por Ve- 
gecio caput porcinum. Según Mommsen, se llamaba también 
ctineus a cada cuerpo de caballería. 


Se conserva en el recuerdo que algunos ejércitos, 8 
cediendo ya y a punto de desfallecer, se rehicieron 
gracias a las mujeres, por la insistencia de sus ruegos 
y por la exhibición de sus pechos, mostrándoles el in¬ 
minente cautiverio 16 ; lo temen mucho más por la suerte 
de sus mujeres, hasta el punto de que se obtiene una 
lealtad más eficaz en las ciudades a las que se exige 
muchachas nobles entre los rehenes. Es más, piensan 2 
que hay en ellas algo santo y profético, por lo que no 
desprecian sus consejos ni desdeñan sus respuestas. 
Vimos, en el reinado del divino Vespasiano, a Veleda 17 , 3 
considerada por muchos como una deidad, y en otro 
tiempo veneraron a Aurinia y a muchas otras, no por 
adulación ni por divinizarlas 

De los dioses, honran sobre todo a Mercurio, a 9 
quien consideran lícito hacer sacrificios con víctimas 
humanas en días fijos. Aplacan a Hércules y Marte con 
animales permitidos. Parte de los suevos sacrifican 2 
también a Isis w . La causa y el origen de tal culto 
extranjero no los sé a ciencia cierta, salvo que la pro¬ 
pia imagen con figura de nave liburna 20 da a entender 
que se trata de una religión importada. Por otra parte, 3 

i* Con lo que señalaban a sus maridos el peligro de con¬ 
vertirse en objeto de placer para el vencedor. 

17 Profetisa de los brúcteros e instigadora de la rebelión 
de Civil. 

i* Parece estar pensando en las mujeres de la familia im¬ 
perial romana. 

i* Mercurio representa a Wotan (Wodan, Odin), dios de la 
magia y de la tempestad; de ahí nuestro Miércoles frente al 
inglés Wednesday. Hércules está identificado con Donar y Thor, 
y posterior unión a Júpiter; de ahí Donnerstag, Thursday y 
Jueves, respectivamente. Marte sería Tiu, de donde Dienstag y 
Tuesday. El culto que Tácito llama a Isis estaba muy extendido 
y corresponde a la deidad germánica Nertho (cf. ittfra, cap. 40). 

20 Navio ligero de guerra; actuaron en Accio (31 a. C.) con 
gran éxito frente a la flota de Marco Antonio y Cleopatra 
gracias a su gran maniobrabilidad. 



120 


TÁCITO 


GERMANIA 


121 


no consideran digno de la grandeza de los dioses en¬ 
cerrarlos entre paredes ni presentarlos bajo forma hu¬ 
mana; les consagran bosques y arboledas y dan nom¬ 
bres de dioses a ese algo misterioso al que sólo ven 
con los ojos de su veneración. 

10 Nadie les supera en observancia de auspicios y 
oráculos. El procedimiento de sus oráculos es sencillo, 
arrancan una rama a un árbol frutal, la cortan en 
trozos, y, tras señalarlos con ciertas marcas, los es¬ 
parcen al azar, según caen, sobre una tela blanca 21 . 

2 En seguida el sacerdote de la ciudad, si se consulta 
oficialmente, o el propio padre de familia si en pri¬ 
vado, tras invocar a los dioses y mirando al cielo, 
cogen tres trozos, de uno en uno, y los interpretan 
conforme a la marca que se les ha hecho previamente. 

3 Si la respuesta es desfavorable, ya no se hace ninguna 
consulta sobre el mismo asunto en el resto del día; 
si es favorable, se exige la confirmación de los auspi¬ 
cios. 

También aquí es conocido el examinar los sonidos 
y el vuelo de las aves. Pero también es peculiar de 
este pueblo recurrir a los presagios y admoniciones 

4 de los caballos. Están cuidados a expensas públicas en 
los mismos bosques y arboledas, blancos y no alcanza¬ 
dos por ningún trabajo profano. El sacerdote y el rey o 
príncipe de la ciudad 22 los acompañan tras uncirlos a 

5 un carro sagrado y observan sus relinchos y su piafar. 
No hay otro auspicio con mayor crédito no sólo para la 
plebe, sino también entre la nobleza y los sacerdotes; 


21 La descripción se parece a la que nos da Heródoto sobre 
los escitas; se piensa que es una liturgia común a los pueblos 
indoeuropeos. 

22 Suele emplearse en la Germania para indicar una tribu 
germánica determinada, pero también se emplea para «nación» 
y «gente». 


piensan que, si ellos son los ministros de los dioses, 
aquéllos 23 son sus confidentes. 

Hay otro procedimiento para los auspicios, con el 6 
que intentan averiguar el resultado de las guerras im¬ 
portantes: cogen por cualquier medio a un guerrero 
del pueblo con el que luchan y le hacen combatir con 
otro escogido de entre ellos mismos, cada uno con las 
armas patrias; la victoria de uno o de otro se inter¬ 
preta como una premonición. 

Los jefes deciden sobre los asuntos de menor en- H 
tidad y todo el pueblo sobre los de mayor trascenden¬ 
cia, aunque los jefes deben tratar con antelación in¬ 
cluso lo que es competencia de la plebe. 

Si no acaece nada fortuito ni imprevisto, se reúnen 2 
en días fijos, en novilunio o plenilunio: creen que éste 
es el momento más propicio para acometer sus em¬ 
presas. No llevan el cómputo del tiempo por el número 
de días, como nosotros, sino por el de noches, y así 
fijan y arreglan sus citas, como si la noche precediera 
al día. 

Por la libertad de que gozan tienen el inconveniente 3 
de que no se reúnen todos al mismo tiempo ni cuando 
se les convoca, sino que pierden dos y hasta tres días 
por el retraso de los que van a reunirse. Cuando el 4 
pueblo quiere, se congregan con sus armas. El sacer¬ 
dote, que entonces tiene también poder coercitivo, im¬ 
pone silencio. A continuación, el rey o el príncipe, de s 
acuerdo con su edad, nobleza, prestigio guerrero y elo¬ 
cuencia, se hace oír, más por su ascendiente para per¬ 
suadir que por su poder para mandar. Si sus palabras 6 
no agradan, las rechazan con gritos. Si agradan, agitan 
sus «frameas»: el elogio con las armas es su mejor 
consenso. 


23 Los caballos. 



122 


TÁCITO 


GERMANIA 


123 


12 En la asamblea pueden también acusar y promo¬ 
ver juicios sobre delitos capitales. La diferencia de las 
penas proviene de los delitos: cuelgan de los árboles 
a los traidores y desertores; a los cobardes, malos gue¬ 
rreros y a los que cometieron deshonestidades los su¬ 
mergen en el fango de pantanos y les echan encima 

2 gañizo. La diversidad del suplicio tiene por mira la 
conveniencia de mostrar a todos los crímenes mien¬ 
tras son expiados y de ocultar, en cambio, ciertos 
actos vergonzosos. Pero también para los delitos más 
leves hay un castigo adecuado; los culpables son san¬ 
cionados con la entrega de cierta cantidad de caballos 
o de cabezas de ganado menor. Parte de la multa va a 
parar al rey o a la comunidad ■&, parte, al demandante 
o a sus parientes. 

3 En las mismas asambleas se eligen ciertos dignata¬ 
rios, que imparten justicia por distritos y aldeas; a 
cada uno de ellos les asisten con su consejo y prestigio 
cien hombres del pueblo. 

13 Llevan a cabo todos sus asuntos públicos y privados 
sin despojarse de las armas. Pero tienen la costum¬ 
bre de que nadie las tome antes de que la ciudad lo 
haya considerado apto para llevarlas. Entonces, en la 
misma asamblea, alguno de los jefes, o el padre o los 
parientes arman al joven con el escudo y la «framea»: 
ésta es para ellos su toga, éste el principal ornato de 
su juventud. Hasta ese momento se les considera parte 
de la familia; a partir de ahora, parte de la Ciudad. 

2 La condición noble de la familia o los grandes mé¬ 
ritos de los padres confieren, incluso a los más jóvenes, 
la estima del jefe; se unen a otros más fornidos y de 
larga experiencia y no se avergüenzan de que los vean 

3 entre sus acompañantes. Este mismo séquito tiene 


24 Esta alternativa sugiere una distinción efectiva entre pa¬ 
trimonio y demanio. 


también sus grados, de acuerdo con el juicio de aquel 
al que secundan. Hay una gran rivalidad entre los 
gregarios por conseguir el primer lugar ante el jefe, 
y los jefes pugnan por obtener el séquito más nume¬ 
roso y esforzado. Ésta es su dignidad y su fuerza: el 4 
estar siempre rodeado por un gran número de jóvenes 
escogidos, lo que constituye una honra en la paz y una 
protección en la guerra. Y esta gloria y nombradla 
del que sobresale por el número y valor de su comi¬ 
tiva no sólo las mantiene entre su propio pueblo, sino 
en los estados vecinos. Se les solicita para las emba¬ 
jadas y se les honra con presentes; y con frecuencia 
deciden el resultado de las guerras con su sola fama. 

En el campo de batalla es vergonzoso para el jefe 1+ 
verse superado en valor y vergonzoso para la comitiva 
no igualar el valor de su jefe. Pero lo infame y des¬ 
honroso para toda la vida es haberse retirado de la 
batalla sobreviviendo al propio jefe; el principal deber 
de fidelidad consiste en defender a aquél, protegerlo y 
añadir a su gloria las propias gestas: los jefes luc han 
por la victoria; sus compañeros, por el jefe. 

Si la ciudad en la que nacieron comienza a embo- 2 
tarse por la paz y la inacción, la mayoría de los jóve¬ 
nes nobles buscan voluntariamente otros pueblos que 
se encuentren en guerra, porque para esta raza la tran¬ 
quilidad es enojosa y destacan con mayor facilidad 
entre peligros, aparte de que no se puede mantener 
un gran séquito sino con acciones violentas y guerras. 

En efecto, obtienen de la liberalidad .del jefe aquel 3 
famoso caballo de guerra o bien aquella conocida 
«framea» ensangrentada y vencedora. Y es que las co¬ 
midas abundantes (aunque mal preparadas) constitu¬ 
yen su soldada. La fuente de su generosidad puede sub¬ 
sistir gracias a las guerras y saqueos. No se les puede 4 
convencer para que aren la tierra o esperen la cosecha 
tan fácilmente como para que provoquen al enemigo 



124 


TÁCITO 


GERMANIA 


125 


o se expongan a las heridas: es más, les parece de 
apocados y cobardes adquirir con sudor lo que puede 
lograrse con sangre. 

15 Cuando no guerrean, se dedican algo a la caza, pero 
pasan la mayor parte del tiempo sin ocuparse de nada, 
entregados al sueño y a la comida. Los más valientes 
y belicosos entregan el cuidado de la casa, el hogar y 
los campos a las mujeres, ancianos y a los más débi¬ 
les de la familia, mientras ellos languidecen: sorpren¬ 
dente versatilidad de carácter, que hace que los mismos 
hombres gusten así de la ociosidad y odien la paz. 

2 Las comunidades tienen la costumbre de llevar a 
sus jefes, voluntaria e individualmente, algún animal 
o producto del campo, lo que, recibido como home- 

3 naje, ayuda de paso a sus necesidades. Sobre todo les 
gustan los regalos de los pueblos vecinos, que les son 
enviados no sólo por cada individuo, sino incluso a 
título oficial: caballos escogidos, excelentes armas, jae¬ 
ces y collares. Actualmente les hemos enseñado también 
a recibir dinero 25 . 

M Es de sobra conocido que los pueblos germanos no 
habitan en ciudades; ni siquiera soportan que sus casas 
estén agrupadas. Dispersos y separados, viven donde 
les haya complacido una fuente, un campo o una ar¬ 
boleda. 

a No levantan sus aldeas como nosotros, con edifica¬ 
ciones juntas y apoyándose unas en otras; cada cual 
deja un espacio libre en tomo a su casa, bien como 
remedio frente al peligro de incendio, bien por desco- 
3 nocer la técnica de la construcción. Ni existe entre 
ellos el uso de la manipostería o de las tejas: utilizan 
para todo un material tosco, sin pretensiones estéticas 
u ornamentales. Cubren algunos lugares con un estuco 


25 El soborno fue utilizado por los romanos con cierta fre¬ 
cuencia. 


tan fino y brillante que semeja pintura y dibujos de 
colores. 

Tienen la costumbre de abrir cuevas subterráneas 4 
y ponen encima gran cantidad de estiércol: refugio 
para el invierno y almacén para las cosechas; este tipo 
de lugares suaviza el rigor de los fríos y, si alguna vez 
llega el enemigo, saquea lo que está al descubierto, 
pero lo oculto y enterrado les pasa desapercibido, o 
bien precisamente el tener que buscarlo impide su 
descubrimiento. 

Su vestimenta habitual es un sayo, sujeto con una 17 
hebilla, o, en su defecto, con una púa; sin más abrigo, 
se pasan todos los días a cubierto, junto al fuego del 
hogar. Los más ricos se distinguen por su vestidura, no 
flotante, como la de los sármatas y partos, sino ajus¬ 
tada y que deja adivinar todos sus miembros. Llevan 2 
también pieles de animales, sin cuidado los ribere¬ 
ños 26 , con más esmero los del interior, porque la falta 
de relaciones comerciales no les da otra posibilidad de 
atavío. Eligen animal es y entremezclan las pieles que 
les quitan con pieles de otros que produce el Océano 
exterior y sus desconocidas aguas. 

La indumentaria de las mujeres no difiere de la 3 
masculina excepto en que aquéllas van cubiertas más 
a menudo con mantos de lino adornados con franjas 
de púrpura; la parte superior del vestido no termina 
en mangas, dejando al descubierto el antebrazo, los 
brazos y la parte contigua del pecho. 

Sin embargo, el matrimonio es allí muy respetado M 
y no podría alabarse más otro aspecto de sus costum¬ 
bres. En efecto, son casi los únicos bárbaros que se 
contentan con una sola mujer, excepto unos pocos, 
quienes, no por su ardor amoroso, se ven solicitados 
para muchas uniones por su condición de nobles. 

25 Del Rin y del Danubio. 



126 


TÁCITO 


2 La mujer no aporta la dote al marido, sino el ma¬ 
rido a aquélla. Intervienen en la ceremonia los padres 
V parientes y dan su aprobación a los presentes dóta¬ 
les, regalos que no tienen como fin el deleite femenmo 
ni su uso como adorno para la recién casada, sino que 
consiste en bueyes, un caballo embridado y escudo con 

3 una «framea» y una espada. A cambio de estos pre¬ 
sentes es aceptada la mujer, quien, a su vez, regala a 
su hombre algunas armas; a su juicio, éste es el mejor 
vínculo, éstos los misterios sagrados, éstos los dioses 

4 del matrimonio. Para que la mujer no se considere 
ajena al valor militar y a los avalares de la guerra, 
bajo los auspicios del incipiente matrimonio se le ad¬ 
vierte que pasa a ser compañera de penalidades y pe¬ 
ligros; que ha de soportar y arriesgarse a lo mismo, 
tanto en paz como en guerra: esto es lo que significan 
los bueyes, el caballo preparado y las armas entrega¬ 
das; así han de vivir, así han de llevar el papel de 
madres 27 : lo que reciben han de entregarlo intacto y 
sin menoscabo a sus hijos, para que lo reciban sus 
nueras y vaya a parar más tarde a sus nietos. 

19 Viven, pues, envueltas en su recato, sin echarse a 
perder por ningún atractivo de los espectáculos m por 
las provocaciones que suscitan los banquetes. Hombres 
y mujeres desconocen por igual los intercambios de 

2 cartas a escondidas. Para ser un pueblo tan numeroso, 
los adulterios son escasos; su castigo es inmediato y 
queda en manos de los maridos: en presencia de los 
parientes, expulsan del hogar a la culpable, desnuda 
y con el cabello cortado, y la conducen a latigazos 
por todo el poblado. No hay ningún perdón para la 
honestidad corrompida; no podrá encontrar marido ni 

3 valiéndose de su hermosura, juventud y riqueza. Nadie 

27 Otras lecturas dan sic pereundum, lo que vendría a ser: 
«así han de comportarse en la vida y en la muerte». 


GERMANIA 


127 


ríe allí los vicios, y al corromper o ser corrompido no 
se le llama «vivir con los tiempos». Mejores aún son 
aquellas tribus en las que sólo las vírgenes se casan 
y se cumple de una vez por todas con la esperanza y 
el deseo de ser esposa. Reciben un solo marido, a la 4 
par que un solo cuerpo y una sola vida, a fin de que 
no haya lugar para otros pensamientos ni para capri¬ 
chos tardíos, y lo amen no como a un marido, sino 
como al matrimonio. 

Limitar el número de hijos o matar a un agnado 28 s 
se considera un oprobio, y más fuerza tienen allí las 
buenas costumbres que en otros lugares las buenas 
leyes 29 . 

En todas las casas crecen desnudos y sucios, hasta 20 
alcanzar esos miembros y contextura que nos causan 
admiración. Cada madre cría a su hijo a sus pechos 
y no lo deja en manos de esclavas o nodrizas. No pue- 2 
des distinguir al amo del criado por las exquisiteces 
de su crianza. Viven entre los mismos animales y en 
el mismo suelo hasta que la edad separa a los hom¬ 
bres libres y su valía los distingue. 

El deseo sexual es tardío en los jóvenes, y de ahí 3 
que su primera virilidad quede intacta. Tampoco es 
muy precoz en las doncellas; la misma lozanía y seme¬ 
jante desarrollo. De la misma edad y vigor que el 
hombre con el que se casan, y los hijos reproducen la 
robustez de sus progenitores. Los hijos de las herma- 4 
ñas gozan de la misma consideración ante su tío que 
ante su propio padre 30 . Algunos estiman este lazo de 
sangre más sagrado y estrecho y lo prefieren a la hora 
de recibir rehenes, pensando que ata con más fuerza 

28 Agnado era el hijo nacido después de haber hecho el padre 
testamento, que quedaba sin efecto por el nacimiento de aquél. 

29 Alude a la Ley Papia Popea. 

30 Rasgos de matriarcado; en las Historias, Civil aparece 
rodeado de sus sobrinos. 



128 


TÁCITO 


GERMANIA 


129 


5 el ánim o y afecta a más miembros de la familia. Sin 
embargo, los herederos y sucesores son los respectivos 
hijos y no hay testamento. Si no hay hijos, los gra¬ 
dos inmediatos en la sucesión son los hermanos, tíos 
paternos y matemos. Su vejez está tanto mejor aten¬ 
dida cuanto mayor es el número de parientes consan¬ 
guíneos y afines; la falta de descendencia no ofrece 
ninguna ventaja. 

21 Es obligatorio asumir tanto las enemistades como 
las amistades del padre o del pariente. Pero no perma¬ 
necen implacables, pues incluso el homicidio se purga 
con un cierto número de cabezas de ganado mayor y 
menor, y toda la familia se da por satisfecha, con pro¬ 
vecho púbüco, puesto que las enemistades son más 
peligrosas en un clima de libertad. 

2 Ningún otro pueblo se entrega con mayor pasión a 
convites y a relaciones de hospedaje. Se tiene como 
impiedad el negar albergue a cualquier ser humano. 
Cada cual acoge con la mesa dispuesta según sus posibi¬ 
lidades; cuando éstas se agotan, el que ha dado albergue 
acompaña al otro y le muestra un nuevo hospedaje, 
se encaminan a la casa más cercana, sin estar invita- 

3 dos. No importa. Son acogidos con igual generosidad. 
En lo tocante al hospedaje nadie hace distinción entre 
el conocido y el extraño. Es costumbre conceder lo que 
pida al que se va y, viceversa, la misma posibilidad 
hay de exigirle cualquier cosa. 

Les gustan los regalos, pero no tienen muy en cuenta 
los que dan ni quedan obligados por los que reciben M . 

22 Se lavan nada más salir del sueño, que prolongan 
hasta bien entrado el día; por lo regular, lo hacen con 

31 Las ediciones críticas suelen añadir al final del capitulo 
una a modo de sentencia-resumen; señalado como un añadido 
no taciteo. Asimismo, queremos hacer constar nuestra dificultad 
en trasladar el término hospitium; tal vez quedara mejor re¬ 
flejado por el español «hospitalidad» que por «hospedaje». 


agua caliente, cosa lógica entre quienes dura mucho 
el invierno. Ya lavados, toman el alimento; cada cual 
tiene un sitio distinto y su propia mesa. Acto seguido 
acuden armados a sus asuntos, y de la misma guisa 
con no menor frecuencia a los banquetes. Para nadie 2 
es vergonzoso pasar el día y la noche bebiendo con¬ 
tinuamente. Las riñas, como es natural entre gente 
muy dada a la bebida, concluyen pocas veces con in¬ 
sultos y más a menudo con muertes y heridas. Pero en 3 
los banquetes también deliberan sobre la reconcilia¬ 
ción de los enemigos, sobre el establecimiento de alian¬ 
zas familiares, elección de los jefes, sobre la paz y la 
guerra, porque en ninguna otra ocasión está el ánimo 
más abierto para los pensamientos sinceros o más 
enardecido para los más trascendentes. Gente nada 4 
astuta y sin doblez, abre todavía más los secretos de 
su corazón por el ambiente relajado que proporciona 
el lugar; la mente de todos permanece franca y sin 
velos. Se continúa al día siguiente y las pautas gene¬ 
rales de cada momento quedan a salvo; deliberan cuan¬ 
do no saben fingir, deciden cuando no pueden errar. 

Beben un líquido que obtienen de la cebada o del 23 
trigo y que, al fermentar, adquiere cierta semejanza 
con el vino. Los ribereños compran también vino. Su 
alimentación es sencilla: frutos silvestres, carne fres¬ 
ca de caza o leche cuajada; se quitan el hambre sin 
complicaciones ni refinamientos. Frente a la sed, no 
mantienen igual moderación; si favoreces su embria- 2 
guez suministrándoles cuanto deseen, se les vencerá 
por sus vicios no menos fácilmente que con las armas. 

El tipo de espectáculos es uno sólo y el mismo en 24 
todas las reuniones: jóvenes desnudos, para quienes 
esto constituye una diversión, se arrojan de un brinco 
entre espadas y amenazadoras «frameas» 52 . La prác- 2 

32 Parece tratarse de una «danza de la espada», combate si¬ 
mulado muy extendido por Europa. 


36.-9 



130 


TÁCITO 


GERMANIA 


131 


tica les ha proporcionado técnica; la técnica, belleza, 
pero no los mueve el lucro o la recompensa: el placer 
de los espectadores es el premio a su juego por peli- 

3 groso que sea. Sobrios y formales, practican los jue¬ 
gos de azar con tanta temeridad a la hora de ganar o 
perder que, cuando ya no les queda nada, se juegan 
su libertad y su persona en un desesperado y definitivo 

4 envite. El vencido afronta una esclavitud voluntaria; 
por más joven y fuerte que sea, se deja atar y vender, 
tal es su obstinación en este lamentable asunto. Pero 
ellos lo consideran fidelidad a sus compromisos. Se 
deshacen de los esclavos de esta condición vendiéndo¬ 
los, y así se libran al mismo tiempo del bochorno de 
tal victoria. 

25 No utilizan a los demás esclavos encomendándoles 
funciones domésticas concretas, como hacemos nos¬ 
otros. Cada cual lleva su casa y sus penates. El señor 
impone la entrega de cierta cantidad de trigo o de 
ganado o de tela, como si fuera un colono, y el es¬ 
clavo acata estas condiciones. La mujer y los hijos 

2 realizan las restantes tareas de la casa. Es poco fre¬ 
cuente azotar al esclavo y someterlo a cadenas y a tra¬ 
bajos penosos. Suelen matarlos no para dar ejemplo 
de disciplina y muestras de rigor, sino en un acceso 
de ira, como si se tratase de un enemigo, aunque en 
este caso el homicidio queda impune 33 . 

3 Los libertos no están muy por encima de los escla¬ 
vos; es raro que tengan influencia en la casa; nunca 
en la vida pública 34 , excepto en las naciones de régi¬ 
men monárquico: allí se remontan por encima de los 
ciudadanos libres y de los nobles; en los demás pue- 


33 Se refiere a un enemigo personal, cuya muerte es un ho¬ 
micidio, no una acción de guerra. 

m Como ocurría en Roma con muchos de los libertos impe¬ 
riales. 


blos, la condición inferior de los libertos es prueba 
de su libertad. 

Desconocen el ejercer el préstamo y el aumentarlo 26 
hasta la usura, y así se mantiene tal situación mejor que 
si estuvieran prohibidos. Van ocupando todos por tur¬ 
nos la superficie cultivable, según el número de agri¬ 
cultores, y se la reparten de acuerdo con su condición 
social. La gran extensión de sus campiñas facilita tal 
reparto. Cambian anualmente de terreno y aún sobra 2 
campo. Por este motivo, su esfuerzo no está a la al¬ 
tura de la riqueza y ab undancia deL suelo; así que no 
plantan árboles frutales, ni reservan espacios para 
prados, ni riegan huertas; sólo exigen a la tierra su 
mies. De ahí que no distingan en el año los cambios 3 
que corresponden a nuestras divisiones: el invierno, la 
primavera y el verano tienen para ellos un significado 
y un vocablo; del otoño ignoran tanto el nombre como 
sus dones. 

Ninguna pompa en sus funerales: procuran sólo 27 
que los cuerpos de los hombres ilustres se quemen 
con leña de una determinada clase. No hacinan ves- 2 
tidos ni perfumes sobre el montón de la pira; cada ca¬ 
dáver conserva sus armas; a las llamas de algunos se 
le añade también su caballo. Un cúmulo de césped 
forma el sepulcro. Rechazan el adorno laboriosamente 
trabajado de los monumentos, por considerarlo una 
carga pesada para el difunto. Abandonan pronto los 
lamentos y las lágrimas, no así el dolor y la tristeza. 
Para las mujeres es decoroso llorar; para los hom¬ 
bres, mantener el recuerdo. 

Éstos son los datos de tipo general que hemos re- 3 
cogido sobre el origen y las costumbres del conjunto 
de los germanos. A continuación trataré de referir las 
instituciones y los usos de cada nación, en la medida 
en que difieran unos de otros, y qué pueblos, proce¬ 
dentes de Germania, han emigrado a las Galias. 



132 


TÁCITO 


28 El divino Julio, la máxima autoridad, nos transmite 
que los galos fueron más fuertes en otra época, y 
por ello se puede creer que penetraron incluso en 
Germania, pues ¡cuán poco era un no para impedir 
que cualquier nación, si se encontraba con fuerzas, 
ocupase y cambiase de unos asentamientos hasta en¬ 
tonces comunes y sin separar por ningún poder so- 

2 bel Asi° ! pues, los helvecios ocuparon el territorio que 
hay entre la selva Hercinia 35 y los ríos Wn y Meno, y 
el de más allá, los boyos, pueblos ambos de la Galla. 
El nombre de bohemios subsiste y atestigua la vieja 
tradición del lugar, aunque los habitantes sean otros . 

3 Pero si los araviscos emigraron a Panoma desde 
el territorio de los osos 3 ’, nación germana, o los osos 
desde el de los araviscos a Germania, si tenemos en 
cuenta que poseen aún la misma lengua, instituciones 
y costumbres, no puede saberse a ciencia cierta, puesto 
que antiguamente los bueno y lo malo de ambas orillas 
era común a causa de una pobreza y libertad similares. 

Los tiéuems. 38 y los nervios son excesivamente va 
nidosos en sus pretensiones de un origen germano, 
como si intentaran evadirse de su semejanza con los 
indolentes galos mediante esta gloria genealópca. Pue¬ 
blos germanos sin duda alguna habitan en la misma 
orilla del Rin: vangiones, tribocos y németes . 

35 Concretamente los montes del Jura, en Suabia. 

36 Los boyos emigraron a la Galia Cisalpina, P«° 

dieron dar su nombre a Bohemia («morada de los boyos»), si- 
tuada entre Sajonia, Moravia, Austria y Baviera. 

37 Ambos ocupaban parte de la actual Hungría; los aravi - 
eos a la derecha del Danubio; los osos, a la izquierda. 

¿ iSs tréveros dieron nombre a Tréveris. Los nervios vivían 

6n » a Cerra" de 6 ' Maguncia, los vangiones; de Estrasburgo, los 
tribocos; de Spira, los németes. 


GERMANIA 


133 


Ni siquiera los ubios 4C , aunque alcanzaron la dig- s 
nidad de ser colonia romana y prefieren que se les 
llame agripinenses, del nombre de su fundador 41 , se 
avergüenzan de su origen, habiendo pasado el río en 
otro tiempo y siendo instalados sobre la misma orilla 
del Rin para poner a prueba su fidelidad y con el fin 
de defender aquélla, no para ser vigilados. 

Los batavos, que se distinguen por su valor entre 2» 
todos estos pueblos, no ocupan una gran zona de la 
orilla, aunque habitan también una isla del Rin 42 . Eran 
antaño una tribu de los catos que emigró, por culpa 
de una revuelta interna, a las sedes en las que pasa¬ 
rían a formar parte del imperio romano. Conservan 2 
la distinción y la señal de la antigua alianza, pues no 
son humillados con tributos, ni los arruina el publi- 
cano; exentos de cargas y contribuciones, quedan re¬ 
servados para utilizarlos en combate, como si fueran 
lanzas y armaduras. 

En la misma situación de obediencia están los ma- 3 
tiacos 43 , pues la grandeza del pueblo romano ha exten- 
dido el respeto a su imperio más allá del Rin y de sus 
antiguos confines. Y aunque viven en su orilla en lo 
tocante a su asentamiento y fronteras, están con nos¬ 
otros en espíritu y pensamiento, semejantes en el resto 
a los batavos, salvo que son más temperamentales 
por el suelo y clima de su país. 

Aunque se hayan asentado al otro lado del Rin y 4 
del Danubio, no veo razón para incluir entre los pue¬ 
blos de Germania los que trabajan los campos Decu- 

« Entre el Rin y el Main; aliados con los romanos, su ca¬ 
pital, Ara Ubiorum, pasó a ser Colonia Agripina, la actual Co¬ 
lonia. 

41 Sería «fundadora»; Agripina, hija de Germánico, nació 
allí. 

42 El delta del Rin; para los batavos, véase el Agrícola. 

43 En la comarca en que se halla hoy Wiesbaden. 



134 


TÁCITO 


GERMANIA 


135 


mates 44 : deshecho de toda la Galia y audaces en su 
pobreza, ocuparon un suelo de propiedad incierta; 
más tarde, trasladada la frontera y adelantadas. las 
guarniciones, se convierten en avanzada del imperio y 
en parte de una provincia. 

30 Más allá de éstos, tienen los catos sus primeros 
asentamientos a partir de la selva Hercinia, en una 
zona no tan llana y pantanosa como la de los demás 
pueblos por los que se extiende la Germania; a lo largo 
de una formación de colinas, que luego se van haciendo 
más escasas, la selva Hercinia acompaña a los catos 

2 como algo propio, pues acaba donde ellos acaban. Pue¬ 
blo de cuerpo más robusto, miembros enjutos, de sem¬ 
blante amenazador y con mayor fuerza de ánimo. 
Para lo que son los germanos, tienen mucha capacidad 
de raciocinio y habilidad. Invisten como jefes a gente 
escogida, saben escuchar a tales jefes, guarda cada 
uno su puesto, reconocen las oportunidades, refrenan 
sus impulsos, distribuyen las tareas diurnas, se atrin¬ 
cheran durante las noches; incluyen la fortuna entre 
las cosas dudosas, el valor entre las seguras y —cosa 
muy rara y que sólo puede lograrse con la disciplina 

3 romana— esperan más del jefe que del ejército. Toda 
su fuerza está en la infantería, a la que cargan, aparte 
de sus armas, con herramientas y provisiones. Otros 
pueblos parece que van al combate; los catos van a la 
guerra. Son raros los golpes de mano y la lucha impro¬ 
visada. Corresponde a las fuerzas de a caballo obtener 
una victoria rápida y retirarse con la misma rapidez. 
La velocidad guarda relación con el miedo; la lentitud 
es más propia de la firmeza. 

31 Una usanza poco frecuente entre los restantes pue¬ 
blos germanos y que se debe a la valentía individual 
se convierte en los catos en algo comúnmente acep- 


44 El nombre querría decir «adquiridos por un diezmo.» 


tado: cuando llegan a la adolescencia, se dejan crecer 
el pelo y la barba y sólo tras haber matado a un ene¬ 
migo se despojan de este adorno facial ofrecido y con¬ 
sagrado al valor. Sobre la sangre y los despojos des- 2 
cubren su frente y sólo entonces creen haber pagado 
el precio de su nacimiento y ser dignos de su patria 
y de sus padres. Los cobardes y malos guerreros con¬ 
tinúan con su feo aspecto. Los más valientes se colo- 3 
can, además, un anillo de hierro (cosa ignominiosa 
para esta gente) y lo llevan como una atadura hasta 
que se liberan de ella con la muerte de un enemigo 45 . 
Este hábito gusta a la mayoría de los catos, y al enve- 4 
jecer aún conservan este distintivo, que es objeto de 
admiración para los enemigos y para los suyos. En 
ellos está la iniciativa de todos los combates. La suya 
es siempre la primera línea, de extraño aspecto, y ni 
siquiera en la paz adoptan maneras más suaves. Nin- 5 
guno posee casa, campo o alguna ocupación; siempre 
que llegan a casa de alguien, se les alimenta; pródigos 
de lo ajeno, menosprecian lo suyo, hasta que la vejez, 
con su debilidad, los hace incapaces para afrontar tan 
duras pruebas de valor 44 . 

Próximos a los catos, los úsipos y los tencteros ha- 32 
hitan las zonas del Rin 47 donde su cauce ya se ha 
afianzado y constituye una frontera suficiente. Los 2 
tencteros, aparte de la común gloria guerrera, sobre¬ 
salen por la destreza de su arte ecuestre. No es mayor 
la fama de los infantes en los catos que la de los ji¬ 
netes para los tencteros. Así lo establecieron sus an- 3 

45 La paradoja de este pasaje se resuelve en el sentido de 
que tal anillo simbolizaba una consagración al dios de la 
guerra. 

46 Esta descripción tan benevolente de los catos no corres¬ 
pondía a la realidad. 

47 La orilla derecha del bajo Rin. Pueblos aludidos en el 
libro IV de la Guerra de las Gaitas. 



136 


TÁCITO 


tensados y así lo mantienen sus descendientes. De 
este So son los juegos infantiles y las competiciones 
juveniles- incluso los ancianos continúan practicón 

4 i,. Los caballos se transmiten junto con l ° S ^^ 
los penates y los derechos sucesorios; ™ **<**>&** 
hijo primogénito, como los demás, smo el mas arn 
e ado y el más aventajado en la guerra. 

33 a los tenderos se hallaban en otro uempo 

los tolderos. Se cuenta que los y s 

rios 48 emigraron allí, tras ser expulsados los bructeros 
y exterminados de rala por una coalición de £ ““J 
L vecinas, bien por odio a sn 
incentivo del botín, o bien por una oto. 

, de los dioses para con nosotros, pues m siquiera nos 
huruuon el espectáculo de la batalla. Cayeron más de 
“mil. y no por las armas romanas smo pa» 
deleite de nuestros ojos, lo que supone un triunfo más 
bSitote. ¡Ojalá permanezca y se 

naciones si no el afecto hacia nosotros, si, al me ^° ’ 
el odio entre ellas, puesto que a los atormentados dese¬ 
asdel imperio nada mejor puede proporcionar 
Fortima que la discordia entre sus enemigos. 

34 Los dulgubnios, los casuarios 4 ’ y otros pueblo 
menos conocidos cierran por la espalda a los angnva- 
nos y camavos; los frisios 50 los limitan por la parte 
frontal. La denominación de frisios mayores y meno 
p^dene de su diferente potencial. Ambas naciones se 

Lian bordeadas por el Rin hasta al ^°J T 

abarcan también inmensos lagos, surcados mcluso por 

« Los ^bructeros se hallaban en la región de Münste^entre 
el Lippe y el Eras; los camavos, entre el Vecht y e 

.o» ^»*»“= - »- 

suarios, al SO. de Bremen. 

» Desde los batavos hasta cerca del Wese . 


GERMAN IA 


137 


flotas romanas 51 . Es más, por esa zona hemos expío- i 
rado el mismo Océano 52 . La fama ha divulgado que 
subsisten todavía las columnas de Hércules, bien por¬ 
que estuvo Hércules allí, bien porque parecemos estar 
de acuerdo en atribuir a su gloria todo lo que de 
grandioso haya en cualquier parte. Y no le faltó auda- 3 
cia a Druso Germánico 53 , sino que el Océano impidió 
sus indagaciones sobre él y sobre Hércules. Nadie lo 
intentó con posterioridad; y ha parecido más piadoso 
y reverente creer en los hechos de los dioses que co¬ 
nocerlos a ciencia cierta. 

Hasta aquí nuestras noticias sobre Germania en su 35 
parte occidental. Luego se desvía hacia el N. formando 
un gran arco 54 . Lo primero que encontramos es la 
nación de los caucos, que, aunque comienza a partir 
de los frisios y ocupa parte de la costa, se extiende a 
lo largo de los flancos de todos los pueblos que acabo 
de citar 55 , hasta alcanzar el país de los catos, forman¬ 
do un entrante. Tan inmensa extensión de tierras no i 
sólo la ocupan, sino que la abarrotan los caucos, el 
más noble pueblo entre los germanos y que prefiere 
defender su grandeza con la justicia. Sin ambiciones ni 3 
violencias, en paz e independientes, no provocan guerra 
alguna, no saquean ni se dedican a robos ni a rapiñas. 

La mejor prueba de su valor y fuerza es que no preten- 4 
den mantener su superioridad con la injusticia. Sin 
embargo, todos tienen sus armas dispuestas y, si la 

51 Por Druso y Tiberio en el 12 y 16, a. C., respectivamente. 

52 El Mar del Norte. 

53 Hijo de Tiberio Nerón y Livia, nacido cuando ésta se 
había casado ya con Augusto, quien lo adoptó, con lo que dio 
lugar a las consabidas suposiciones. Ejecutó los planes de 
Augusto sin mantener ninguna línea política. Fue el primero 
en llegar al Mar del Norte, entre el Rin y el Weser. 

54 El golfo que forman las costas del NO. de Germania y el 
E. de la Península de Jutlandia. 

55 A ambos lados del Weser. 



138 


TÁCITO 


GERMANIA 


139 


situación lo requiere, un ejército de muchos hombres 
y caballos. Su fama es la misma cuando están en paz . 

36 En el costado de los caucos y de los catos, los que- 
ruscos 57 al no ser hostigados, alimentaron una paz 
excesiva y enervante. Y esto fue más agradable que 
tranquilizador, porque en medio de ambiciosos y po¬ 
tentes la seguridad que se mantiene es falsa; cuando 
la violencia aparece, la moderación y la honradez son 

2 conceptos que se apropia el vencedor. Así, a quienes 
antes se llamaba los buenos y justos queruscos, ahora 
son tachados de indolentes y necios. La fortuna se 
convirtió en sabiduría para sus vencedores los catos. 

3 Arrastrados por la ruina de los queruscos, también los 
fosos “, pueblo vecino, participan de su desgracia, aun¬ 
que en los tiempos felices habían sido inferiores. 

37 Los cimbros 59 , próximos al Océano, ocupan justa¬ 
mente el saliente de la Germania. Pequeña nación en 
la actualidad, aunque de pasado glorioso. Subsisten 
amplios vestigios de su antigua fama; espacios desti¬ 
nados a campamentos en ambas orillas, por cuya ex¬ 
tensión se puede calcular aún hoy la magnitud y for¬ 
taleza de aquel pueblo y dar credibilidad a un éxodo 
tan grande. 

2 Corría el año 640 de nuestra Ciudad" cuando por 
vez primera se oyeron los hechos de armas de los 
cimbros, durante el consulado de Cecilio Metelo y Pa¬ 


sé Como en el caso de los catos, tampoco esta enumeración 
de cualidades parece coincidir con la realidad y nos hacen sos¬ 
pechar de retoricismo etnográfico. 

57 Entre el Weser y el Saale, derrotaron a Varo en la selva 

de Teutoburgo. 

58 En la zona de Hannover. 

» Habitaban la península de Jutlandia. Los romanos no sa¬ 
bían que eran germanos. Derrotados por Mario, pasaron a ser 
aliados del pueblo romano. 

60 Se contaba a partir de la fundación de la ciudad (753 
ó 754); sería, pues, el 104 a. C. 


pirio Carbón. Si contamos desde entonces hasta el se¬ 
gundo consulado del emperador Trajano, tenemos un 
total de casi doscientos diez años: ¡tanto va tardando 
Germania en ser sometida! En un período tan extenso 3 
se han producido mutuos y abundantes reveses. Ni el 
Samnio, ni los cartagineses, ni Hispania o las Galias, 
ni siquiera los partos, nos han suministrado tantas 
lecciones. Sin duda, la libertad de los germanos nos 
cuesta más cara que el despotismo de Arsaces. En 4 
efecto, ¿qué otro trastorno, a no ser la muerte de 
Craso, nos ha causado el Oriente, sometido por Ven- 
tidio 61 y que perdió, por su parte, a Pácoro? Los ger- 5 
manos, en cambio, además de derrotar o capturar a 
Carbón, Casio, Escauro Aurelio, Servilio Cepión y Mᬠ
ximo Manlio, arrebataron al tiempo cinco ejércitos 
consulares al pueblo romano; incluso lo mismo sucedió 
al César y a Varo y sus tres legiones a . Si bien los de¬ 
rrotó Gayo Mario en Italia, el divino Julio en la Galia 
y Druso, Nerón y Germánico en su propio territorio, 
no fue sin sufrir, a su vez, pérdidas. Posteriormente, 
las grandes amenazas de Gayo César cayeron en el 
ridículo 63 . Hubo después paz, hasta que, con ocasión 6 
de nuestras disensiones y guerras civiles, tras asaltar 
los cuarteles de invierno de las legiones, trataron tam¬ 
bién de invadir las Galias y de nuevo fueron recha¬ 
zados. En los últimos tiempos, más que victorias nos 
han dado excusa para que celebremos triunfos 64 . 

61 Ventidio Baso, traficante de muías, favorito de César y 
de Antonio. Enviado como legado a Oriente, venció a los partos, 
mandados por Pácoro, quien murió en la batalla. 

62 La palabra César designa aquí a Augusto, pues tal de¬ 
rrota tuvo lugar el año 9 d. C. a manos de los queruscos al 
mando de Arminio; Varo murió. Análogamente, «Nerón» de¬ 
signa luego a Tiberio, que llevaba tal cognombre. 

63 Calígula, diminutivo de «caliga», bota-sandalia de los le¬ 
gionarios, que impusieron tal apodo al futuro emperador. 

64 Es decir, espectáculos propios de una victoria efectiva. 



140 


TÁCITO 


38 Debo hablar ahora sobre los suevos« que no son 
un solo pueblo, como ocurre con los catos y tencteros. 
Ocupan la parte más extensa de Germania y se dife¬ 
rencian por sus respectivos nombres nacionales, aunque 

2 se les llama comúnmente suevos. Es típico de esta raza 
peinarse el pelo hacia un lado y sujetárselo por debajo 
con un moño; de esta manera, los suevos se diferencian 
de los restantes germanos y los suevos libres de os 
esclavos. En otros pueblos se da también, aunque rara¬ 
mente y durante la edad juvenil, ya por algún Pu¬ 
tesco con los suevos, o, lo que sucede con más tre- 

3 cuencia, por mimetismo. Los suevos, hasta que enca¬ 
necen, cardan sus hirsutos cabellos y es frecuente que 

4 los lleven atados en lo alto de la cabeza. Los próceres 
llevan el pelo de forma más rebuscada. Tal es su 
preocupación por la estética; aunque inofensiva, por 
cuanto no se adornan para amar o ser amados smo 
para aparentar una mayor estatura a los ojos de los 
enemigos e infundir así terror al entrar en combate. 

39 A los semnones 66 los tienen por los más antiguos 
y nobles de los suevos, y la creencia en tal antigueted 

a queda confirmada por su religión. En una época fija 
se reúnen a través de embajadas las tribus de igual 
denominación y de la misma sangre en una selva con¬ 
sagrada por los augurios de los antepasados y por un 
miedo arraigado, e, inmolando oficialmente a un hom¬ 
bre, celebran los horribles preámbulos de su bárbaro 
rito. Existe otra manifestación de temor hacia el bosque 
3 sagrado: nadie entra en él a no ser atado, para demos¬ 
trar su inferioridad y subordinación al poder de la di¬ 
vinidad; si por un azar llega a caer, no se permite 

65 Tácito se refiere genéricamente a los pueblos del E. y 
N de Gennania; abarcarían los semnones, hermunduros mar- 
comanos y cuados; pero podrían haber comprendido más tnbus. 

66 Entre el Elba y el Oder. 


GERMANIA 


141 


levantarlo ni que se incorpore; tiene que salir revol¬ 
cándose. Todas estas supersticiones se dirigen a lo 
mismo, afirmar que allí está el origen de la nación, 
allí el dios señor de todo, y que lo demás está sometido 
y le obedece. 

La riqueza de los semnones aumenta su prestigio; 
habitan en cien poblados 67 , y este potencial humano 
hace que se crean la cabeza de los suevos. 

Lo exiguo de su población, por el contrario, es lo 4® 
que ennoblece a los longobardos 68 : rodeados por nu¬ 
merosas y potentes naciones, se mantienen incólumes 
combatiendo y arrostrando peligros, no por pactos de 
obediencia. A continuación, protegidos por ríos o selvas, 
están los reudignos, los aviones, los anglios 69 , los va- 
rinos, los eudoses, los suarines y los nuitones. Nada 2 
notable hay en cada uno de éstos, excepto que rinden 
culto común a Nertho 70 , es decir, a la Madre Tierra, 
y piensan que interviene en los asuntos humanos y 
que se traslada de pueblo en pueblo. En una isla del 3 
Océano hay un bosque santo y en él un carro consa¬ 
grado cubierto con un velo. Sólo se permite tocarlo a 
un sacerdote. Éste siente la presencia de la diosa en 
el santuario y, con gran veneración, acompaña a aqué¬ 
lla, que va conducida por un tiro de vacas. Los días son 
alegres entonces, y festivos los lugares a los que se 
digna acudir y alojarse. 

No emprenden guerras, no toman las armas, que 4 
permanecen todas clausuradas. Sólo entonces se conoce 

67 Tal vez indica sólo un gran número. 

68 A la izquierda del bajo Elba, al NE. de Hannover. 

« Invadieron Britania en el siglo v y dieron su nombre a 
Inglaterra. 

70 Había una diosa celta de nombre parecido, diosa de la 
fertilidad y de los vientos. Los datos de este capítulo son muy 
problemáticos. El templo sería el bosque; la estatua no exis¬ 
tiría probablemente. 



142 


TÁCITO 


GERMANIA 


143 


la paz y el sosiego, y se les aprecia, hasta que el mismo 
sacerdote devuelve al templo a la diosa, saciada ya de 

5 su contacto con los mortales. Instantes después se la¬ 
van en un lago retirado el vehículo, el velo y, si se 
quiere creer, la misma divinidad. Cooperan unos escla¬ 
vos, a los que engulle inmediatamente el mismo lago. 
De aquí el antiguo terror y la santa ignorancia res¬ 
pecto de aquello que sólo ven los que al punto han de 
morir. 

41 Esta facción de los suevos se extiende hasta la 
parte más interior de Germania; más cerca de nos¬ 
otros (sigamos ahora el curso del Danubio, como antes 
el del Rin) está la tribu de los hermunduros 71 , fiel a 
los romanos; por esta razón, son los únicos de los 
germanos que mantienen relaciones comerciales, no 
sólo en la orilla, sino tierra adentro, en la más es- 

2 pléndida colonia 72 de la provincia de la Recia. Pasan 
la frontera por doquier y sin guardianes, y, mientras 
que a los demás pueblos les mostramos sólo las armas 
y los campamentos, a éstos les abrimos nuestras casas 
y fincas, porque no las ambicionan. Entre los hermun¬ 
duros nace el Elba, río otrora famoso 73 y conocido; 
hoy apenas se le menciona. 

42 Próximos a los hermunduros viven los naristos y, 
a continuación, los marcomanos y los cuados 74 . La glo¬ 
ria y el potencial más importante pertenecen a los mar¬ 
comanos, e incluso su mismo territorio lo conquistaron 
valientemente tras derrotar en un tiempo a los boyos. 
No desmerecen la raza los naristos y cuados. Y ésta es, 
por así decirlo, la fachada de la Germania en la zona 


7 * La actual Franconia. 

72 Augusta Vindelicorum, actual Augsburgo. 

72 Domicio Ahenobarbo lo había pasado el 3 a. C. 

74 Los naristos, al E. de los Hermunduros; los marcomanos 
y los cuados, en Bohemia y Moravia. Los marcomanos ayuda¬ 
ron a Ariovisto contra César. 


que la bordea el Danubio. Los marcomanos han con- 2 
servado hasta nuestra época reyes de su propia nación, 
noble linaje de Maroboduo 75 y Tudro (ahora soportan 
monarcas extranjeros), pero la fuerza y el poder de 
sus reyes proviene de la autoridad de Roma; raras 
veces reciben nuestro apoyo militar; más frecuente¬ 
mente de tipo económico, aunque no por ello son 
menos poderosos. 

Hacia atrás, los marsignos, cotinos, osos y buros 76 43 
limitan a los marcomanos y cuados por su parte poste¬ 
rior. De éstos, los marsignos y buros recuerdan a los 
suevos por su lengua y costumbres; la lengua gala de 
los cotinos y la panónica de los osos demuestra que no 
son germanos; también el que estén sometidos a tribu¬ 
tos. Los sármatas les imponen parte de tales tributos; 2 
parte, los cuados, como si fueran extranjeros; los co¬ 
tinos, para mayor vergüenza, trabajan incluso minas de 
hierro. 

Todos estos pueblos se asentaron en algunas llanu¬ 
ras, pero sobre todo en desfiladeros y cimas de mon¬ 
tañas. Una cadena de montes separa y divide Suevia 77 , 3 
al otro lado de la cual viven muchos pueblos, entre 
los que el nombre de los ligios es el más extendido y 
comprende muchas tribus. Bastará nombrar a las más 
poderosas: harios, helvecones, manimos, helisios, na- 
harvalos. En el territorio de los naharvalos es notorio 4 
un bosque perteneciente a una añeja religión. La pre¬ 
side un sacerdote con atavío femenino, pero, según una 
interpretación romana, recuerdan a los dioses Cástor y 
Pólux. Tal es la esencia de esta divinidad; su nombre, 
Alcis; ninguna imagen, ninguna huella de creencia ex- 


75 Maroboduo (Marbod) fundó un gran imperio entre el Elba 
y el Vístula a principios de la era cristiana. 

7 « Pueblos celtas. 

77 Los Montes de los Gigantes y los Sudetes. 



144 


TÁCITO 


GERMAN IA 


145 


tranjera; sin embargo, se les venera como a dos her¬ 
manos, como a dos jóvenes. 

s Por lo demás, los harios 78 , aparte de su fuerza, en 
la que superan a los pueblos citados, siendo feroces 
como son, favorecen su ferocidad con artimañas y apro¬ 
vechando las ocasiones: con escudos negros y cuerpos 
untados, escogen noches muy oscuras para sus comba¬ 
tes e infunden terror con el solo miedo que produce 
su aspecto de ejército espectral, sin que ningún ene¬ 
migo soporte esa visión inusitada y como de otro 
mundo, pues en todas las batallas los primeros en ser 
vencidos son los ojos. 

Tras los ligios están los gotones 79 ; con régimen mo¬ 
nárquico, con una sujeción algo mayor que la de los 
restantes pueblos germanos, aunque no tanto como 
para suprimir su libertad. A continuación, nos encon¬ 
tramos por la parte del Océano a los rugios y lemo- 
vios. Típicos de todos estos pueblos son los escudos 
redondos, las espadas cortas y la sumisión a sus reyes. 

44 A partir de aquí comienzan los estados de los su- 
yones, en el mismo Océano 80 , que basan su poderío 
en su flota, aparte de hombres y armas. La forma de 
sus naves se distingue por tener proa en los dos extre¬ 
mos, con lo que disponen siempre de un frente apto 
para el abordaje. No maniobran con velas ni incorpo¬ 
ran a sus costados filas de remos; el aparejo va suelto, 
como en algunos ríos, y se puede enfilar en una direc¬ 
ción u otra, según la circunstancia lo requiera. 

2 Tienen en gran consideración la riqueza y por eso 
manda uno solo, sin ninguna traba, y están obligados 


78 En la región de Cracovia, su nombre parece que signi¬ 
fica «los guerreros». 

79 Los godos. Ocupaban zonas del bajo Vístula. 

80 Parece, por este pasaje, que Tácito consideraba Escandi- 
navia como una isla. 


a obedecerle sin reservas. No tienen sus armas a la 3 
disposición de todos, como el resto de los germanos, 
sino guardadas y con vigilante, precisamente un es¬ 
clavo, porque el Océano impide las incursiones repen¬ 
tinas de enemigos y, en cambio, una tropa de hombres 
armados puede provocar fácilmente desórdenes; en 
realidad, el no poner al cuidado de las armas a un 
noble, un libre o siquiera un liberto redunda en interés 
del rey. 

Tras los suyones 81 hay otro mar: en calma, casi 45 
inmóvil 82 ; se cree que rodea y clausura el orbe de las 
tierras, porque el último resplandor del sol al ponerse 
dura hasta el amanecer, y tan brillante que difumina 
las estrellas. La credulidad añade que se puede escu¬ 
char su sonido al emerger y que se ven las figuras de 
sus caballos y los rayos de su cabeza. Hasta aquí, y 
sólo en eso son ciertos los rumores, llega el mundo. 

Y bien, la costa derecha del mar suevo 83 baña a 2 
los pueblos estíos, que tienen los ritos y costumbres 
de los suevos; su lengua está más próxima a la britᬠ
nica 84 . Veneran a la madre de los dioses. Como distin- 3 
tivo de su religión, portan amuletos en forma de ja¬ 
balíes. Esto asume el papel de las armas y de la pro¬ 
tección de los hombres, y proporciona seguridad al de¬ 
voto de la diosa, aun en'medio de los enemigos. Es 
raro el uso del hierro, frécuente al de palos. Culti- 4 
van el trigo y otros productos con una paciencia inha¬ 
bitual en la desidia característica de los germanos. 
Pero exploran también el mar y son los únicos que 
buscan el ámbar, al que llaman «gleso» y que reco¬ 


sí Al S. de Suecia. Es el único pueblo nórdico que se mea 
ciona. 

82 Puede referirse al Océano Glacial Artico. 

83 El Báltico. 

>8 Sólo habla coincidencias léxicas. 


36.-10 



146 


TÁCITO 


GERMANIA 


147 


gen en las zonas de bajura y en la misma orilla 85 . 

s Pero no han investigado ni averiguado, como bárbaros 
que son, cuál es su naturaleza y su proceso de forma¬ 
ción; es más, durante largo tiempo yacía entre los 
demás residuos arrojados por el mar, hasta que nues¬ 
tra afición al lujo le dio fama. Ellos no lo utilizan 
para nada: se recoge en bruto, se transporta sin refi¬ 
nar y se extrañan cuando reciben dinero a cambio. 

6 Podría pensarse, no obstante, que es un exudado de 
los árboles, pues muchas veces dejan transparentar 
ciertos animal es terrestres y también volátiles, que, 
engullidos en una sustancia líquida, quedaron aprisio- 

7 nados al solidificarse ésta. Tal como sucede en regio^ 
nes apartadas de Oriente, donde los árboles destilan 
incienso y bálsamo, podría creerse que hay bosques y 
arboledas muy productivas en las islas y tierras del 
Occidente, con sustancias que, exudadas y licuadas por 
los cercanos rayos del sol, van a parar al mar pró¬ 
ximo y, por la fuerza de las tempestades, terminan 

B depositándose en las costas de enfrente. Si se intenta 
averiguar la naturaleza del ámbar aplicándole fuego, 
arde como una tea produciendo una llama grasienta 
y olorosa; acto seguido se reblandece, como la pez o 
la resina. 

9 Los pueblos de los sitones 86 siguen a los suyones; 
semejantes en todo, se diferencian sólo en que , reina 
una mujer: en tan gran medida degeneran no sólo 
respecto de su libertad, sino hasta de la misma escla¬ 
vitud. 

46 Ésta es el confín de Suevia. No sé si incluir entre 
los germanos o los sármatas a los pueblos de los peu- 

85 Se trata de un pueblo finés que vivía en las tierras llanas 
del NO. de Escandinavia y conocido como Kuaens, que aún 
existe en el NO. de Finlandia; a los fineses se les llama quen 
en sueco. 

88 Son los fineses de la zona de Letonia. 


cinos, vénetos y fenos 87 ; aunque los peucinos, a los 
que algunos llaman bastamas, actúan como los ger¬ 
manos en lengua, costumbres, asentami entos y modo 
de construir sus casas; la suciedad es patrimonio de 
todos, y la indolencia lo es de los notables; a causa de 
enlaces matrimoniales con los sármatas acaban por 
adquirir un aspecto desagradable, parecido al de éstos. 

Los vénetos han tomado mucho de sus costum- 2 
bres, pues recorren saqueando todo el territorio de 
bosques y montes que se levanta entre peucinos y 
fenos. A éstos, en cambio, se los cuenta más bien entre 
los germanos, porque fijan sus domicilios, llevan es¬ 
cudos y les gusta utilizar las piernas con rapidez, todo 
lo cual es difereñte de los sármatas, que viven en carros 
y caballos. Hay en los fenos un salvaj ismo asombroso 3 
y una pobreza detestable: ni armas, ni caballos, ni 
hogares; hierba para alimentarse, pieles para vestirse, 
el suelo para dormir; toda su esperanza en las flechas, 
que, a falta de hierro, llevan un hueso afilado en la 
punta. La caza proporciona alimento lo mismo a hom¬ 
bres que a mujeres, pues éstas les acompañan a todos 
los sitios y reclaman su parte en el botín. Los niños 4 
no tienen otro refugio frente a las fieras y lluvias que 
la cubierta de ramas entrelazadas; allí acuden también 
los jóvenes y es protección para los ancianos. Pero s 
piensan que así y todo es mejor que sufrir en los cam¬ 
pos, trabajar en las casas y mantener siempre expues¬ 
tas sus propias fortunas y las ajenas entre la espe¬ 
ranza y el miedo. Tranquilos de cara a los hombres 
y los dioses, han conseguido algo muy difícil: no echar 
en falta ni siquiera el deseo. 


87 Los peucinos, de Bulgaria; los vénetos, antepasados de 
los eslavos, al otro lado del Medio Vístula; los fenos se piensa 
que eran originarios de la zona de Moscú. 



148 


TÁCITO 


6 Lo demás es ya legendario: que los helusios y 
oxiones tienen rostro y rasgos humanos, cuerpos y 
miembros de animales M . Lo dejaremos en el aire, 
como algo no comprobado. 


88 Si se tratase de los lapones, no tendría nada de extraño 
el aspecto, por las pieles que llevarían. 


LOS GERMANOS DEL SUR 
Y LOS PUEBLOS VECINOS 













INDICE ONOMASTICO 


Abnoba (monte): 1, 3. 

Africa: 2, 2. 

Alcis: 43, 4. 

Alpes Réticos: 1, 2. 

Arsaces: 37, 3. 

Asciburgio: 3, 3. 

Asia: 2, 2. 

Aurelio Escauro: 37, 5. 

Aurinia: 8, 3. 

Casio: 37, 5. 

Cástor: 43, 4. 

Cecilio Metelo: 37, 2. 

César (Augusto): 37, 5. Véase 
también Julio César. 

Craso: 37, 4. 

Danubio: 1, 1 y 2; 41, 1; 42, 1. 
Decumates (Campos): 29, 4. 
Druso Germánico: 34, 3; 37, 5. 

Elba: 41, 2. 

Fortuna (diosa): 33, 2. 

Galia(s): 5, 1; 27, 3; 28, 2; 29, 
4; 37, 3 y 5. 


Gayo César: 37, 5. 

Germania: 1, 1; 2, 2 y 5; 3, 3; 
4, 1; 5, 3; 27, 3; 28, i y 3; 29, 
4; 30, 1; 35, 1; 37, 1-2; 38, 1; 
41, 1; 42, i. 

Germánico: 37, 5. 

Hercinia (selva): 28, 2; 30, 1. 
Hércules: 3, 1; 9, 1; 34, 2-3. 
Hispania: 37, 3. 

Isis: 9, 2. 

Italia: 2, 2. 

Julio César: 28, 1; 37, 5. 

Laertes: 3, 3. 

Manlio Máximo: 37, 5. 

Manno: 2, 3. 

Mar del Norte: 1, 2. 

Mar Póntico: 1, 2. 

Mario, Gayo: 37, 5. 
Maroboduo: 42, 2. 

Marte: 9, 1. 

Meno (río): 28, 2. 

Mercurio: 9, 1. 

Nerón: 37, 5. 



152 


GERMANIA 


Nertho: 40, 2. 

Nórico: 5, 1. 

Océano: 1, 1; 2, 1 y 3; 3, 3; 
17, 2; 34, 2-3; 40, 2; 44, 2 y 4. 

Pácoro: 37, 4. 

Panonia: 5, 1; 28, 3. 

Papirio Carbón: 37, 2 y 5. 
Pólux: 43, 4. 


Samnio: 37, 3. 

Servilio Cepión: 37, 5. 
Suevia: 43, 3; 46, 1. 


Trajano: 37, 2. 
Tudro: 42, 2. 
Tuistón: 2, 3. 

Ulises: 3, 3. 


Recia: 3, 3; 41, 1. 

Rin: 1, 1-2; 2, 5; 3, 3; 28, 2-5; 

29, 1, 3-4; 32, 1; 34, 1; 41, 1. 
Roma: 42, 2. 


Varo: 37, 5. 
Veleda: 8, 3. 
Ventidio: 37, 4. 
Vespasiano: 8, 3. 


INDICE ETNOGRAFICO E INSTITUCIONAL 


Agripinenses: 28, 5. 

Agnado: 19, 5. 

Aldeas: 12, 3; 16, 2. 

Anglios: 40, 1. 

Angrivarios: 33, 1; 34, 1. 
Araviscos: 28, 3. 

Asambleas: 6, 6; 12, 1 y 3; 
13, 1. 

Augurios: 39, 1. 

Auspicios: 10, 1, 3, 5 y 6. 
Aviones: 40, 1. 

«Baritum» (canto): 3, 1. 

Bastamas: 46, 1. 

Batavos: 29, 1 y 3. 

Bohemios: 28, 2. 

Boy os: 28, 2; 42, 1. 

Brúcteros: 33, 1. 

Buros: 43, 1. 

Cama vos: 33, 1; 34, 1. 
Cartagineses: 37, 3. 

Casuarios: 34, 1. 

Catos: 29, 1; 30, 1 y 3; 31, 1 y 
4; 32, 1-2; 35, 1; 36, 1-2; 38, 1 
Caucos: 35, 1 y 2; 36, 1. 
Cimbros: 37, 1 y 2. 


Ciudad(es): 8, 1; 10, 2 y 4; 13, 
1; 14, 2; 16, 1. 

Colono: 25, 1. 

Comunidad: 12, 2. 

Consulado: 37, 2. 

Cotinos: 43, 1-2. 

Cuados: 42, 1; 43, 1-2. 

Dacios: 1, 1. 

Deidad: 8, 3. 

Delitos: 12, 1-2. 

Demandante: 12, 2. 

Derechos sucesorios: 32, 4. 
Dignatarios: 12, 3. 

Diosa: 40, 34; 45, 3. 

Dioses: 5, 3; 9, 1 y 3; 10, 2; 33, 
1; 39, 3; 43, 4; 45, 2; 46, 5. 
Distritos: 12, 3. 

Divinidad: 7, 2; 39, 3; 40, 5; 

43, 4. 

Dulgubnios: 34,1. 

Emperador: 37, 2. 

Esclavitud: 24, 4; 45, 9. 
Esclavos: 24, 4; 25, 1-3; 40, 5; 

44, 2. 

Estado(s): 13, 4; 44, 1. 



154 


GBRMANIA 


ÍNDICE ETNOGRÁF. E INSTITUCIONAL 


155 


Estíos: 45, 2. 

Eudoses: 40, 1. 

Familia: 7, 3; 13, 1-2; 15, 1; 20, 
4; 21, 1. 

Fenos: 46, 1-3. 

Fosos: 36, 3. 

«Frameas» (lanzas): 6, 1-2; 11, 
6; 13, 1; 14, 3; 18, 2; 24, 1. 
Frisios: 34, 1; 35, 1. 

Galos: 1, 1; 2, 5; 28, 1 y 4. 
Gambrivios: 2, 4. 

Germano(s); 2, 1 y 5; 16, 1; 27, 
3; 28, 4; 30, 2; 31, 1; 35, 2; 
37, 3 y 5; 38, 2; 41, 1; 43, 1 
y 6; 44, 3; 45, 4; 46, 1-2. 
Gotones: 43, 6. 

Grados (en la sucesión): 20, 5. 

Hartos: 43, 3-5. 

Helisios: 43, 3. 

Helusios: 46, 6. 

Helvecios: 28, 2. 

Helvecones: 43, 3. 

Herederos: 20, 5. 

Hermiones: 2, 3. 

Hermunduros: 41, 1-2; 42, 1. 
Hospedaje: 21, 2-3. 

Imperio: 29, 1 y 3-4; 33, 2. 
Ingevones: 2, 3. 

Istevones: 2, 3. 

Jefes: 7, 1-2; 11. 1; 13, 1-3; 14, 
1 y 3; 15, 2; 22, 3; 30, 2. 
Juicios: 12, 1. 

Lemovios: 43, 6. 
libertos: 25, 3; 44, 2. 


Ligios: 43, 3 y 6. 

Longobardos: 40, 1. 

Manimos: 43, 3. 

Marcomanos: 42, 1-2; 43, 1. 
Marsignos: 43, 1. 

Marsos: 2, 4. 

Matiacos: 29, 3. 

Matrimonio: 18, 1 y 3-4; 19, 4; 
46, 1. 

Monarcas: 42, 2. 

Nación: 2, 5; 25, 3; 27, 3; 28, 
1 y 3; 34, 1; 35, 1; 37, 1; 39, 
3; 40, 1; 42, 2. 

Naharvalos: 43, 3-4. 

Naristos: 42, 1. 

Nemetes: 28, 4. 

Nervios: 28, 4. 

Nuitones: 40, 1. 

Osos: 28, 3; 43, 1. 

Oxiones: 46, 6. 

Padre(s) de familia: 10, 2. 
Panonios: 1, 1. 

Partos: 17, 1; 37, 3. 

Penates: 25, 1; 32, 4. 

Peucinos: 46, 1-2. 

Plebe: 10, 5; 11, 1. 

Poblados: 6, 5; 19, 2; 39, 3. 
Príncipe: 10, 4; 11, 5. 

Pueblos: 1, 1-2; 2, 5; 11, 1 y 4; 
12, 3; 13, 4; 15, 3; 16, 1; 25, 
3; 27, 3; 28, 2; 29, 4; 30, 1-3; 
31, 1; 35, 1-2; 40, 2; 41, 2; 43, 
2-3 y 5-6; 45, 2; 46, 1. 

Queruscos: 36, 1-3. 


Raza: 2, 3; 4, 1; 14, 2. 

Reyes: 1, 1; 7, 1; 10, 4; 11, 5; 

12, 2; 42, 2; 43, 6; 44, 2. 
Redeugnos: 40, 1. 

Retos: 1, 1. 

Romanos: 41, 1. 

Rugios: 43, 6. 

Sacerdotes: 7, 2; 10, 2 y 4-5; 

11, 4; 40, 3-4; 43, 4. 
Sacrificios: 9, 1. 

Sármatas: 1, 1; 17, 1; 43, 2; 
46, 1-2. 

Semnones: 39, 1 y 3. 

Sitones: 45, 9. 

Suarines: 40, 1. 

Sucesores: 30, 5. 

Suevos: 2, 4; 9, 2; 38, 1-3; 39, 1 
y 3; 41, 1; 43, 1; 45, 2. 


Suyones: 44, 1; 45, 1 y 1 

Tencteros: 32, 1-2; 33, 1 
Testamento: 20, 5. 
Toga, 13, 1. 

Tréveros: 28, 4. 
Tribocos: 28, 4. 

Tribu: 19, 3; 29, 1; 39, 1 
43, 3. 

Tungros: 2, 5. 

Ubios: 28, 5. 

Usipos: 32, 1. 

Vandalios: 2, 4. 
Vangiones: 28, 4. 
Vénetos: 46, 1-2. 
Verinos: 40, 1. 


; 38, 1. 


; 41, 1; 



DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES 



INTRODUCCIÓN 


Paternidad del « Diálogo » 

Es una cuestión muy controvertida desde hace mu¬ 
chos años. Diversas obras y gran número de artículos 
de revistas especializadas propugnan o rechazan la pa¬ 
ternidad tacítea. En la segunda alternativa, las razo¬ 
nes que más se aducen son las de estilo. En efecto, 
en una primera lectura, unida a la de las otras dos 
obras llamadas menores, parece observarse un habla 
diferente. A esto se han opuesto estudiosos del tema 
arguyendo que se trataría de una obra de juventud; 
más bien pensamos en lo contrario, como pretende¬ 
mos defender en el capítulo siguiente. 

En realidad, como dice Marín Peña, «la diversidad 
puede ser un efecto artístico e intencional». Esto es 
muy cierto. Recuérdese la Gemianía : en el caso de 
que los datos aportados por Tácito pudieran ser origi¬ 
nales, en cuanto a la mise en scéne es muy verosímil 
que se hubiera insertado en la tradición etnográfica, 
que ya había creado su propio estilo. ¿Qué tiene, pues, 
de particular que haga lo mismo con una obra en la 
que va a hablar, entre otras cosas, precisamente de 
oratoria? Más aún, él era un orador de reconocida 
fama y tendría más facilidad en este caso que en el 
de la Germania; su ductilidad no hace más que con¬ 
firmar que Tácito es un extraordinario escritor. 



160 


DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES 


INTRODUCCIÓN 


161 


Por otra parte, hemos dicho «una primera lectura», 
porque, si se recorre la obra con más atención, vere¬ 
mos que hay continuas semejanzas de estilo; en lugar 
de señalarlas (ya lo han hecho numerosos filólogos), 
volvemos a recomendar al lector que trate de hallarlas 
por sí mismo. 

Por lo que respecta al contenido, nos limitaremos, 
de momento, a señalar un punto muy significativo: la 
distribución entre paz y mala oratoria, turbulencias y 
elocuencias magníficas, se encuentra en el mismo nivel 
que la eterna contradicción entre paz y orden, citada 
en nuestra Introducción General, cuando nos fijábamos 
fundamentalmente en sus obras históricas. Es más, los 
pensamientos en torno a este problema aparecen más 
sedimentados en el Diálogo. 

Definitivo parece el que todos los códices lo dan 
como autor, y este dato es tanto más fidedigno cuanto 
que Tácito era conocido como historiador; el toparse 
con otro tipo de obra podría haber confundido a cual¬ 
quier copista. 

Reseñemos, para terminar, que Paratore 1 atribuye 
el Diálogo a Titinio Capitón, basándose en las cartas 
de Plinio (V 8, y, sobre todo, I 17) dirigidas a este 
personaje. 

Fecha de composición y publicación 

En 1, 2, dice: «a los que oí tratando esta misma 
cuestión siendo yo muy joven». Recordemos que Tácito 
nació entre el 54 y el 57, tal vez en el 55. Si confronta¬ 
mos este pasaje con el 17, 3 («sexta etapa de este feliz 
Principado, en la que Vespasiano ejerce su labor bien¬ 
hechora...»), podemos sacar la conclusión de que la 


• E.. Paratore, Tácito, 2.* ed., Roma, 1962, págs. 166-169. 


aludida conversación habría tenido lugar hacia el 75, 
es decir, tendría Tácito unos veinte años. 

Pues bien, creemos que tuvo que pasar un espacio 
de tiempo lo suficientemente amplio como para justi¬ 
ficar el que «necesite memoria y recuerdo», y esa ex¬ 
presión, ese «matiz de nostalgia», como dice Bardon, 
del «siendo yo muy joven». Igualmente, por lo que 
respecta a la fecha aproximada de la composición, 
Bardon 2 establece, creemos que con sólidos argumen¬ 
tos, que el Diálogo es posterior a la Institución Ora¬ 
toria de Quintiliano; si para ésta se ha establecido 
entre el 93 y el 96, para el Diálogo podría señalarse 
hacia el 97. En efecto, muchos estudiosos la señalan 
como contemporánea de las otras dos obras menores, 
aunque algo anterior, por razones de estilo; ya hemos 
visto cómo este tipo de razones no son válidas, aparte 
de que en este caso la rapidez con que habría evolucio¬ 
nado nuestro autor sería asombrosa. 

Lo que sí pueden descartarse son fechas claramen¬ 
te anteriores, como el 81, sostenida por otros autores 
(como Gudeman). Pensamos que el 97 sería un término 
post quem. Syme 3 propone una entre el 101 y el 102, 
que coincidiría con el consulado de Fabio Justo, al 
que se dirige en el exordio de la obra, y otros autores 
llegan hasta el 107; se basan fundamentalmente en ra¬ 
zones históricas: el criticar a ciertos delatores sería 
más factible cuanto más lejana quedara la época de 
Domiciano y los Flavios; igual argumento, aunque al 
revés, utiliza Bornecque para situar la obra en el 81; 
observemos que en un caso o en otro habría que refe¬ 
rirse a la publicación. 


2 H. Bardon, «Dialogue des Orateurs et Institution Oratoire », 
Rev. Ét. Lat. 19 (1941), 114 y sigs. 

3 R. Syme, Tacitas, I-II, Oxford, 1958 (I: pág. 116; II: pᬠ
ginas 670-673), 


36.-11 



162 


DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES 


INTRODUCCIÓN 


163 


Nosotros creemos más acertado aducir razones de 
contenido. Ya hemos dicho, e insistiremos en ello, que 
los juicios emitidos a lo largo de la obra, tanto litera¬ 
rios, como sociales y políticos, hacen pensar en una 
obra de madurez, quizá no posterior a las Historias 
(hacia el 106), pero sí posterior a la Germania y al 
Agrícola. La publicación, así las cosas, podría haber 
sido inmediata. 


Los interlocutores 

Materno, gran abogado, intenta dar otro rumbo a 
su vida; se ha llegado a decir que es el portavoz de 
las ideas de Tácito; si no de todas las ideas, sí refleja 
su encrucijada vital. 

Mésala, hábil abogado en su tiempo, aunque de¬ 
fensor de la antigua elocuencia, también reflejaría las 
ideas de Tácito. 

Marco Apro, de las Galias, tal vez tribuno de Clau¬ 
dio en Britania. También nos hace entrever algo de 
Tácito. En definitiva, en el desgarro que nuestro autor 
siente a una cierta edad, los diversos fragmentos toman 
vida en esta obra, cada cual por su lado. 

Julio Secundo, discípulo del famoso orador Floro 
y amigo de Quintiliano. Se piensa que su intervención 
corresponde a la laguna existente entre el capítulo 35 
y el 36; podría ser que no hubiera participado oral¬ 
mente. 


Estructura y asunto de la obra 

La introducción y, sobre todo el final, son muy bre¬ 
ves. Tras una comparación entre la poesía y la oratoria, 
defendidas, respectivamente, por Materno y Apro, acu¬ 


de Mésala a casa del primero y establece claramente 
que la oratoria está en decadencia; Apro lo rebate; 
cuando Mésala va a responderle, Materno le invita a 
que hable sobre las causas del declive, lo que ocupa 
menos de quince capítulos, cosa extraña si éste fuera 
el tema de la obra. Pero no lo es. Vamos a hablar de 
ello sin ahondar demasiado, dada su enorme comple¬ 
jidad. 

Kennedy nos transmite las ideas siguientes 4 : 1) 
Cuando no hay democracia real, hay que encubrir tal 
situación con palabras; la oratoria se aplica, incluso, 
a otras formas de la literatura; la expresión literaria 
se complica, porque no se puede hablar con claridad. 
2) En el Imperio no hay aemulatio, sino imitatio; a 
los niños hay que entrenarlos para medrar, de acuerdo 
con la nueva situación política. 3) Todo se ha buro- 
cratizado e institucionalizado; la oratoria ha perdido 
fuerza, al no estar en contacto con la realidad. 

Bonner insiste en los factores políticos, pero orien¬ 
tándolos hacia un campo ya puramente literario-social 5 . 
Ya nos advierte la norteamericana Fantham 6 que el 
cargar toda la responsabilidad en un régimen político 
concreto no es muy acertado. 

El examen que García Calvo 7 hace sobre las cir¬ 
cunstancias históricas de la producción poética y lite¬ 
raria es muy revelador. Recomendamos leerlo con de¬ 
tenimiento y fijarse especialmente en las páginas 26-28. 
Nosotros nos atreveríamos a establecer aquí el prin- 


♦ G. Kennedy, The art of rhetoric in the Román "World, 
Princeton, 1973, págs. 430 y sigs. 

s S. F. Bonner, Román declamation in the late Republic 
and the Early Empire, París, 1939, págs. 42 y sigs. 

* E. Fantham, «Imitation and decline: rhetorical theory and 
practice in the first century after Christ», Classical Philology 73, 
2 (1978), 115 y 116. 

t A. García Calvo, Virgilio, Madrid, 1976, págs. 26-28. 



164 


DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES 


INTRODUCCIÓN 


165 


cipio de que la oratoria muere en cuanto se fija por 
escrito; ya no se practica la de antes; se la estudia, 
con lo cual se va a producir otra distinta, que ya no 
sería tal oratoria, sino un género o subgénero nuevo y, 
como consecuencia, se introduce en las mentes la ten¬ 
dencia a incluir todo lo que nos tropecemos en alguna 
casilla. Pues bien, esto es lo que quiere decir Materno: 
que el hombre es plural e irreductible por naturaleza; 
que el Poder se encuentra muy incómodo, si ello es 
así; hay que burocratizarlo todo, por tanto, y crear una 
oratoria adecuada; suprime la escuela de la vida y crea 
una convencional e institucionalizada. 

Pero Tácito, ¿qué pensaba? Porque las críticas de 
Apro a Cicerón, por ejemplo, no son rebatidas por 
ninguno de los presentes. ¿Tampoco estaba de acuerdo 
con la literatura anterior, con toda la situación ante¬ 
rior? Pero ya vimos que eso no es todo. Bardon 8 se 
pregunta: «¿Se puede hablar del pensamiento de Tácito 
apoyándose en el Diálogo? Los personajes se enfrentan 
dialécticamente unos a otros. Las discusiones sobre si 
Secundo habría intervenido en la laguna entre el capí¬ 
tulo 35 y el 36 hacen ver las contradicciones de la 
obra.» Nosotros añadiríamos que las contradicciones 
están en el mismo Tácito. Llegado a un momento de¬ 
terminado de su carrera por la vida (no somos parti¬ 
darios de la dicotomía de Bardon arte/vida), se auto- 
cuestiona sobre la eficacia de su propia existencia. Se 
ha dicho que sigue a Platón en el presentar una serie 
de temas en forma de diálogo; creemos que hay algo 
más: esa forma sería una reproducción de su dialéc¬ 
tica interna; su unidad anímica desgarrada queda frag¬ 
mentada en los variados personajes de la conversa¬ 
ción en esa de Materno. Por tanto, podríamos respon¬ 
der a Bardon diciendo que, aunque el Diálogo tal vez 


no sea la obra clave de Tácito desde el punto de vista 
literario, sí es la más sugerente para reconstruir su 
mentalidad. Y lo que queda más claro es que su com¬ 
posición requiere una cierta madurez en el autor. 


El texto 

El arquetipo es el Codex Hersfeldensis, descubierto 
en el siglo xv, pero al parecer escrito en el xm. De 
transcripciones desaparecidas de este códice provienen 
seis manuscritos importantes: 1) El Vaticanas 1.862: 
contiene la Germania, un fragmento de Suetonio y el 
Diálogo. 2) El Leidensis Perizonianus, que coincide con 
el anterior en puntos en que los demás difieren; el 
mismo contenido, aunque aquí el Diálogo figura el pri¬ 
mero. 3) El Vaticanus 1.518: una biografía de Horacio, 
un comentario de Porfirio, un fragmento de Suetonio, 
el Diálogo y la Germania. 4) El Farnesianus o Neapo- 
litanus: contiene los libros XI al XVI de los Anales, 
las Historias, el Diálogo, la Germania y un fragmento de 
Suetonio. 5) El Ottobonianus 1.455: se creía copia del 
anterior y hoy se considera independiente. 6) El Vati¬ 
canus 4.498: el fragmento de Suetonio, el Agrícola, el 
Diálogo y la Germania, tiene el mismo origen que el 
Farnesianus. Puede añadirse el Vindobonensis 711, del 
que consta un parentesco estrecho con el Ottobonianus . 


8 Bardon, art . cit ., 26-28. 



DIALOGO SOBRE LOS ORADORES 


A menudo me preguntas, Justo Fabio, por qué, 1 
mientras los siglos pasados florecieron con el ingenio 
y la gloria de tantos oradores eminentes, nuestra épo¬ 
ca, abandonada y privada del renombre de la elocuen¬ 
cia, a duras penas conserva siquiera el nombre mismo 
de orador; pues no catalogamos así sino a los anti¬ 
guos; en cambio, a los hombres elocuentes de ahora 
se les llama abogados, patronos o cualquier otra cosa 
antes que oradores. Responder a tus insistentes pre- 2 
guntas y asumir el peso de una cuestión tan importante 
que tendría que pensarse mal sobre mi inteligencia, si 
no puedo conseguirlo, o sobre mi criterio, si no quiero, 
a tal cosa, digo, no me atrevería si tuviera que expo¬ 
ner mi opinión y no me bastase con repetir la conver¬ 
sación de hombres muy elocuentes para lo que hay en 
nuestra época, a los que oí tratando esta misma cues¬ 
tión siendo yo muy joven. Y así, no necesito inteli- 3 
gencia, sino memoria y recuerdo para, sin alterar el 
orden de la discusión, reproducir ahora con las mismas 
divisiones y sistemática los pensamientos sutiles, ex¬ 
puestos con autoridad, que escuché a unos hombres 
muy ilustres y que aportaban opiniones diversas, aun¬ 
que todas ellas plausibles, conforme se lo dictaba la 
inteligencia y carácter de cada cual. Desde luego, no 4 
faltó quien sostuviera la postura contraria y, tras cri¬ 
ticar y burlarse claramente de lo pasado, antepusiera 
la elocuencia actual al talento de los antiguos. 



168 


TÁCITO 


DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES 


169 


2 Al día siguiente de haber leído en público Curiado 
Materno su Catón ', como anduviérase comentando que 
había ofendido a los poderosos, porque —decían— en 
el argumento de la tragedia había pensado sólo como 
Catón, olvidándose de sí mismo, y como quiera que 
este asunto era el tema de muchas conversaciones en 
la ciudad, fueron a visitarlo a su casa Marco Apro y 
Julio Secundo, talentos los más famosos de nuestro 
foro por aquel entonces. Entusiasmado escuchaba yo 
a ambos en los juicios y los seguía en su actividad 
privada y pública, con enorme afición por instruirme 
y con cierto ardor juvenil por empaparme de sus con¬ 
versaciones familiares, de sus discusiones y de sus más 
reservados ejercicios oratorios, aunque muchos opina¬ 
ban malintencionadamente que Secundo tenía poca 
capacidad de improvisación y que Apro había logrado 
fama de elocuente más por sus dotes naturales que 

2 por formación y estudios. En realidad. Secundo era 
de estilo correcto, conciso y, en la medida de lo posible, 
fluido. Apro, por su parte, dotado de gran erudición, 
no desconocía, sino que despreciaba, la cultura litera¬ 
ria, entendiendo que conseguiría una mayor gloria para 
su quehacer y esfuerzo si su ingenio se manifestaba 
sin el apoyo de técnicas ajenas. 

3 Así pues, cuando entramos en el dormitorio de Ma¬ 
terno, lo sorprendimos sentado y con un libro entre 
las memos; el mismo que había leído el día anterior. 

2 Entonces Secundo le dijo: «Materno, ¿no te dan 
miedo, en absoluto, las habladurías de los mezquinos, 


1 Oponente de César, se suicidó tras la batalla de Tapso. 
Frente a la literatura griega, era muy frecuente en Roma que 
las tragedias no se escribieran para representarlas, sino para 
ser leídas; en ciertas épocas, estas salas de lectura fueron cen¬ 
tros de oposición política. Ver, en esta misma colección. Séne¬ 
ca, Tragedias, I [trad. J. Luqub Moreno], Introducción General, 
páginas 44 y sigs. 


y no te impiden apreciar incluso las molestias que ha 
ocasionado tu Catón? ¿O cogiste ese libro precisamente 
para revisarlo con más esmero y una vez eliminado 
todo lo que dio pábulo a una torcida interpretación, 
dar a conocer un Catón, si no mejor, sí, en todo caso, 
menos comprometido? A lo que aquél contestó: «Cuan- 3 
do lo leas, comprenderás lo que Materno se debe a sí 
mismo y podrás reconocer lo que oíste. Porque si 
Catón ha omitido algo, lo dirá Tiestes en una próxima 
lectura, pues ya le he dado estructura y forma en mi 
cabeza a esta tragedia. Por eso me apresuro a poner 
a punto la edición de este libro, para que, eliminada 
la preocupación por este primer asunto, pueda dedi¬ 
carme con todo mi esfuerzo a nuevos proyectos.» 

«¿Hasta tal punto no te hastían esas tragedias —in- 4 
terrino Apro— que, dejando a un lado los afanes por 
los discursos y las causas judiciales, consumes todo 
tu tiempo, hace poco en Medea y ahora en Tiestes, 
mientras que los procesos de tantos amigos, las clien¬ 
telas de tantas colonias 2 y municipios te reclaman en 
el foro, a los que a duras penas darías abasto, incluso 
sin haberte buscado por tu cuenta una nueva ocupa¬ 
ción, el añadir a las leyendas de los griegos a Domi- 
cio 3 , y a Catón, es decir, hechos de nuestra historia y 
nombres romanos?». 

Materno respondió: «Me desconcertaría esta severi- * 
dad tuya, si la frecuente y asidua discusión entre nos¬ 
otros no la hubiera convertido ya casi en costumbre. 
Pues ni tú dejas de atacar y de hostigar a los poetas 


2 Solían escoger para defender sus causas judiciales a abo¬ 
gados eminentes, sobre todo si eran políticos de influencia, por 
razones obvias, cosa que a los españoles, al menos, no nos coge 
de sorpresa. 

3 Domicio Ahenobarbo, otro conocido enemigo de César. 
Cónsul en el 54 a. C., murió en Farsalia o en las consecuencias 
de ella. 



170 


TÁCITO 


DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES 


171 


y yo, a quien echas en cara el abandonar la abogacía, 
ejerzo este diario patrocinio de defender frente a ti la 
2 labor poética. Me alegro más, por tanto, de que se nos 
haya ofrecido la oportunidad de un juez que me pro¬ 
híba hacer versos en el futuro o, lo que deseo ya hace 
tiempo, me induzca con su propio prestigio a que, aban¬ 
donando las limitaciones de las causas judiciales, en 
las que he sudado lo suficiente y más, cultive aquel 


género literario más noble e ilustre.* 

5 «Pues yo —dijo Secundo—, antes de que Apro me 
recuse como juez, haré lo que acostumbran los jueces 
honestos y escrupulosos: excusarme de entrar a cono¬ 
cer sobre aquellos asuntos en los que una de las partes 

2 goza manifiestamente de sus preferencias. Pues ¿quién 
ignora que, por una vieja amistad y por la asiduidad 
de nuestras relaciones, nadie está más compenetrado 
conmigo que Saleyo Baso 4 , hombre excelente y poeta 
extraordinario? Es más, si el acusado es el arte poé¬ 
tica, no veo otro reo más acaudalado.» 

3 «Esté tranquilo Saleyo Baso —respondió Apro—, lo 
mismo que cualquier otro que cultive la afición por la 
poesía y busque la gloria que proporcionan los versos, 
a un que no puedan promover litigios. Por mi parte, dado 
que podemos contar con un árbitro para esta causa, no 
permitiré que Materno sea defendido en consorcio, 
sino que, de entre todos, voy a acusarle sólo a él, 
porque, con dotes innatas para la expresión recia de 
la oratoria, con las que puede adquirir y conservar 
a inigtaHfts , ganarse agradecimientos, atraerse provincias 
enteras 5 , desatiende una tarea que no se puede com¬ 
parar con ninguna otra en nuestra ciudad; ni por su 


4 Saleyo Baso, poeta épico mencionado por Juvenal y ala¬ 
bado por Quintiliano. 

5 Por haberlas defendido contra el abuso de sus gober¬ 

nantes. Recuérdese, por ejemplo, el caso de Cicerón, Yerres y 
los sicilianos. 


eficacia utilitaria, ni por el gozo, si nos limitamos a su 
índole placentera, ni por la dignidad que comporta, ni 
por la belleza, si se atiende a la fama en Roma, ni por 
su prestigio, si lo que se pretende es la notoriedad en 
todo el Imperio y en todas las naciones. Pues si todos 4 
nuestros proyectos y actuaciones han de estar dirigidos 
a la utilidad de la vida, ¿qué hay más seguro que ejer¬ 
citar ese arte con cuyas armas, siempre dispuestas, 
proporcionas protección a los amigos, ayuda a terce¬ 
ros, salvación a los que peligran e, incluso, miedo y 
terror a los envidiosos y enemigos, y, por tu parte, 
estás siempre seguro y como protegido por un poder 
y autoridad permanentes? 

»Su fuerza y utilidad se descubren en las situacio- s 
nes favorables por el refugio y defensa que presta a 
los demás. Pero si es nuestro propio peligro el que 
resuena sobre nuestras cabezas, no hay coraza ni es¬ 
pada que sea más firme defensa en la batalla que lo 
es la elocuencia para el reo que se halla en peligro; 
instrumento de defensa y ataque al tiempo, con el que, 
indistintamente, puedes repeler un ataque y contraata¬ 
car en el tribunal, en el senado, o ante el príncipe. 
¿Qué otra cosa opuso hace poco Eprio Marcelo 6 a los 6 
senadores que le eran hostiles sino su elocuencia? 
Ceñido con ella y desafiante, pudo burlarse de la filo¬ 
sofía de Helvidio, elocuente, desde luego, pero a la que 
le faltaba experiencia y práctica en ese tipo de confron¬ 
taciones. No necesito insistir sobre su utilidad, aspecto 
en el que, creo, mi amigo Materno no va a contrade¬ 
cirme en absoluto. 

»Voy a referirme ahora al placer que produce la ® 
elocuencia digna de un buen orador; su deleite no sur- 


* Famoso delator de la época de Nerón y Vespasiano, aun¬ 
que bajo el mandato de éste fue obligado a suicidarse; para 
Helvidio, véase Agr. 2, 1 y n. 5. 



172 


TÁCITO 


DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES 


173 


ge en algún momento aislado 7 , sino casi todos los días 
y a casi todas las horas. Desde luego, para un ánimo 
libre, sincero y naturalmente dispuesto para los pla¬ 
ceres honestos, ¿qué otra cosa más dulce que ver su 
casa siempre llena y concurrida por la afluencia de 
los hombres más eminentes, y saber que esta situación 
no se debe a su dinero ni a su falta de descendencia 8 
ni a que ocupe un cargo oficial, sino a sí mismo? Es 
más, los mismos ancianos sin herederos, los ricos y 
los poderosos acuden con frecuencia a un hombre 
joven y pobre para confiarle sus propios problemas o 
los de sus amigos. ¿Es que de entre los placeres que 
proporcionan las riquezas cuantiosas y las grandes in¬ 
fluencias hay alguno tan importante como el ver a 
hombres con experiencia y edad y favorecidos por el 
respeto general confesando, en medio de la mayor 
abundancia, que no poseen lo mejor de todo? 

»Y luego, ¡qué comitiva de togados 9 al salir de casa! 
¡Qué impresión al apareer en público! ¡Qué respeto se 
le dispensa en los tribunales! ¡Qué alegría el levantarse 
y permanecer de pie en medio de un grupo de hom¬ 
bres callados y que dirigen sus miradas hacia él sólo! 
¡Congregar al pueblo y formar en derredor un círculo 
de oyentes que recogen cualquier sentimiento que el 
orador haya querido inspirar! 

»Y sólo enumero de entre los gozos de la palabra 
los muy conocidos y evidentes incluso a los ojos de los 
profanos. Aquellos otros íntimos, conocidos únicamen¬ 
te por los propios oradores, son los más inefables. Si 
se pronuncia un discurso cuidado y meditado, hay una 
cierta gravedad y serenidad en el gozo, como ocurre 

7 En el capítulo 9 dirá que la poesía sólo proporciona una 
alegría pasajera. 

8 Podían ser presa de los cazadores de herencias. 

9 Es decir, ciudadanos de elevada condición, pues el pueblo 

solía llevar túnica. 


con el discurso mismo. Si se expone, no sin alguna 
alteración de ánimo, un nuevo y reciente trabajo, la 
misma inquietud aumenta el valor del resultado y po¬ 
tencia el placer del éxito. 

»Pero el principal atractivo está en la audacia y 6 
hasta en la temeridad de la improvisación, pues en 
el terreno del intelecto, como en el campo, aunque es 
agradable lo que se siembra y se cultiva largo tiempo, 
con todo, es más placentero lo que nace espontánea¬ 
mente. 

»Por lo que a mí se refiere, debo decir que el día ^ 
en que se me confirió el laticlavo o aquél en que, siendo 
hombre nuevo 10 , y nacido en una ciudad en absoluto 
favorable, obtuve la cuestura, el tribunado o la pre¬ 
tura, no fueron tan alegres como aquellos en los que, 
en la medida de mis cortas facultades oratorias, me es 
dado defender con éxito a un reo, exponer felizmente 
mi informe ante los centúmviros “, o proteger y defen¬ 
der ante el príncipe 12 a los propios libertos y procura¬ 
dores imperiales u . Me parece entonces que me elevo i 
por encima de los tribunados, preturas y consulados; 
que poseo lo que, si no tiene su origen en otra parte, 
ni se concede por decreto ni llega gracias a las in¬ 
fluencias. 

»Pues bien, ¿qué arte proporciona una fama y un a 
elogio que puedan ser comparados con la gloria de los 
oradores? ¿No son ilustres en la Ciudad no sólo entre 


io «Hombre nuevo» se llamaba al que no tenía anteceden¬ 
tes políticos en la familia. El laticlavo era la insignia de la 
condición senatorial: una franja de púrpura que adornaba la 
túnica. 

n Los centúmviros llevaban en Roma la jurisdicción civil, 
u Tenía facultades para reformar o casar sentencias de ins¬ 
tancias inferiores. 

13 La palabra designa aquí funcionarios con atribuciones 
para administrar la intendencia y el tesoro público. 



174 


TÁCITO 


DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES 


175 


los que andan absorbidos por sus asuntos y ocupacio¬ 
nes, sino incluso entre la gente desocupada y entre los 
jóvenes con tal que posean un carácter noble y una 

4 recta esperanza en ellos mismos? ¿Qué nombres son 
los que inculcan primero los padres a sus hijos? ¿A 
cuáles otros llaman por su nombre cuando pasan por 
la calle y los señalan con el dedo, incluso la gente 
ignorante y ese pueblo que viste turnea 14 ? Hasta los fo¬ 
rasteros y peregrinos u , tan pronto como llegan a la 
Ciudad, buscan y desean, yo diría, reconocer a aquellos 
de los que ya han oído hablar en sus municipios y co¬ 
lonias respectivas. 

8 *Me atrevería a sostener que este Eprio Marcelo, 
del que he hablado hace un momento, y Crispo Vibio 16 
(uso más gustosamente ejemplos nuevos y recientes 
que lejanos y borrados del recuerdo) no son menos 
impor tan tes en las regiones más apartadas de la tierra 
que en Capua o en Vercelli, donde se dice que nacie- 

2 ron. Y no les proporcionan esta fama doscientos mi¬ 
llones de sestercios al uno y trescientos al otro (si bien 
es verosímil que hayan adquirido tales sumas por la 
gratificación a su elocuencia), sino la elocuencia misma, 
cuyo numen y fuerza divina ha dado a conocer a lo 
largo de los tiempos muchos ejemplos acerca de qué 
fortuna pueden alcanzar con la fuerza de su talento 
los hombres; pero éstos, como he dicho antes, los tene¬ 
mos muy cerca y pueden conocerse, no de oídas, sino 

3 con nuestros propios ojos. En efecto, cuanto más hu¬ 
milde e ínfim o fue su nacimiento y cuanto más notable 
fue la pobreza y lo precario de la situación que los 
rodeó al nacer, tanto más ilustres son sus ejemplos 
para demostrar la utilidad de la oratoria, porque 


m Véase la nota 9. 

is Sin ciudadanía romana, se regían por el ius gentium. 
i* Delator. Buen orador, según Quintiliano. 


sin apoyo en su linaje, sin fortuna que los respalde, 
sin sobresalir ninguno de los dos por sus hábitos y 
nada favorecido uno de ellos por su aspecto físico, 
son durante muchos años ya los más influyentes de la 
ciudad y, mientras quisieron, los príncipes del foro, y 
ahora son los primeros en la amistad del César, tienen 
todo en sus manos y son apreciados por el mismo 
príncipe con un especial respeto, porque Vespasiano, 
anciano venerable 17 y que no se ofende nunca con la 
verdad, se dio perfecta cuenta de que, mientras sus 
restantes amigos se apoyaban en lo que habían reci¬ 
bido de él mismo y en lo que estaba dispuesto a acu¬ 
mular en ellos mismos o destinar a otros, Marcelo y 
Crispo habían aportado con su amistad lo que no ha¬ 
bían recibido, ni podía serlo, del Príncipe. 

»Entre tantas y tan estimables ventajas ocupan un 4 
lugar insignificante los medallones 18 , las inscripciones 
de elogio y las estatuas w , objetos que, de todas formas, 
no se desdeñan, por supuesto, en igual grado que las 
riquezas y los bienes, de los que encuentras más fácil¬ 
mente detractores que gente que los desprecie. En 
cualquier caso, podemos ver cargadas de honores, dis¬ 
tinciones y riquezas las casas de quienes, desde el co¬ 
mienzo de su juventud, se entregaron a las causas fo¬ 
renses y a su afición por la oratoria. 

»Las poesías y los versos, en los que Materno 9 
desea consumir toda su vida (de ahí, en efecto, ha 
arrancado toda la conversación), ni proporcionan a 
sus autores dignidad alguna ni acrecientan su bienes¬ 
tar material; consiguen, eso sí, un placer efímero, una 
loa inútil e infructuosa. Aunque tus oídos, Materno, 2 


n Tendría unos setenta y siete años. 

18 Situados en el atrium de las casas. 

19 Necesitaban ser votadas en el Senado y ratificadas por 
el emperador (véase Agr. 40). 



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TÁCITO 


DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES 


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rechacen esto y lo que voy a decir ahora, ¿a quién be¬ 
neficia el que en tus obras un Agamenón o un Jasón 
hablen elocuentemente? ¿Quién, en su consecuencia, 
vuelve a su casa defendido y sintiéndose obligado para 
contigo? ¿Quién acompaña hasta su casa, saluda o 
sigue a todas partes a nuestro común amigo Saleyo, 
excelente poeta, o, si es éste un título más honroso, 
un ilustrísimo vate? 20 . 

3 »A buen seguro que si un amigo o pariente suyo, 
si él mismo incluso llega a verse envuelto en algún 
compromiso, recurrirá a Secundo, aquí presente, o a 
ti, Materno, pero no porque eres poeta ni para que 
hagas versos en su honor; y es que éstos nacen en la 
propia casa de Baso, hermosos y atractivos, sin duda, 
pero cuyo resultado consiste en que, tras estar du¬ 
rante todo un año día tras día y gran parte de las no¬ 
ches forjando y puliendo hasta conseguir componer 
un solo libro, encima se ve obligado a rogar y andar 
con zalamerías para encontrar quien se digne escu¬ 
charlo y ni siquiera esto le sale gratis, pues debe tomar 
prestada una casa, preparar una sala, alquilar las si- 

4 lias y repartir las invitaciones. Y aunque la lectura 
obtenga un muy feliz resultado, toda la alabanza se 
limita a uno o dos días, como cortada en hoja o arran¬ 
cada en flor, antes de tiempo, sin llegar a dar fruto 
seguro ni duradero; ni de ello se obtiene amistad, clien¬ 
tela o gratitud que permanezca en el ánimo de nadie, 
sino un griterío impreciso, elogios estériles y gozo pa- 

3 sajero. Recientemente hemos alabado, como admirable 
y excelente que era, la generosidad de Vespasiano, 
porque había donado a Baso quinientos mil sestercios. 
Hermoso es esto, sin duda, merecer la indulgencia del 
príncipe gracias al propio talento. Sin embargo, ¡cuán- 


20 El término no equivale a «poeta». Véase el estudio sobre 
Virgilio, citado en la bibliografía del Diálogo, págs. 17 y 18. 


to más bello es, si así lo exige la situación económica, 
halagarse a sí mismo, ganarse la protección de su pro¬ 
pio genio 21 , poner sólo a prueba la propia generosidad! 
Añade el que los poetas, si es que pretenden elaborar 
y conseguir algo digno, deben dejar el trato con los 
amigos y los atractivos de la Ciudad, abandonar las 
demás ocupaciones y, como ellos mismos dicen, reti¬ 
rarse a bosques y sotos a , es decir, a lugares solitarios. 

»Ni siquiera la buena reputación y la fama, únicos 1® 
logros a los que se someten y que, según propia con¬ 
fesión, son el único premio a todos sus esfuerzos, acom¬ 
pañan por igual a los poetas que a los oradores, pues 
nadie conoce a los poetas sin relieve y pocos a los 
buenos. ¿Cuándo llega a todos los rincones de la Ciudad 2 
la noticia de esas extraordinarias lecturas? Y no di¬ 
gamos de su difusión en un número tan grande de pro¬ 
vincias. ¿Cuántos de los que llegan de Hispania o de 
Asia —por no hablar de nuestros paisanos, los galos— 
preguntan por Saleyo Baso? E incluso, si lo hacen, 
una vez lo han visto, se marchan tan satisfechos, lo 
mismo que si hubieran contemplado alguna pintura o 
estatua. Y no quiero que se interpreten mis palabras 3 
como si pretendiera apartar de la poesía a los que su 
naturaleza les negó aptitudes oratorias, si pueden en¬ 
tretener sus ratos libres con estas aficiones y, de paso, 
introducir su nombre en las conversaciones de todos. 

•Considero sagrada y digna de respeto toda la lite- 4 
ratura en cada una de sus manifestaciones; no sólo 
vuestro coturno 23 o la sonoridad de un canto heroico, 


21 El genio familiar, protector del tronco o linaje, cuya ce¬ 
lebración principal tenía lugar para el cumpleaños del pater 
familias. 

22 Es una frase hecha, de difícil traducción. Véase, en caso 
de interés, L. Herrmann, Latomus (1965), 855-856. 

n Sinécdoque casi banalizada entre los antiguos: zapato alto, 
que indica la tragedia, oponiéndola a la comedia (planipedalis ). 


36.—12 



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TÁCITO 


DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES 


179 


sino, en el otro extremo, la gracia de la lírica, los juegos 
de los elegiacos, la acritud de los yambos, las bromas 
de los epigramas, cualquier otro género literario, en 
fin, creo que debe anteponerse a la práctica de las 

5 demás artes. Pero el motivo de mi discusión contigo. 
Materno, es que, aunque tus dotes te llevan hasta la 
misma cima de la elocuencia, prefieres desviarte y, aun 
siendo capaz de alcanzar lo más alto, te detienes en lo 
más intrascendente. Si hubieras nacido en Grecia, 
donde también es honroso practicar los juegos depor¬ 
tivos, y si los dioses te hubieran concedido la fuerza 
de un Nicóstrato 24 , no permitiría que aquellos múscu¬ 
los potentes y destinados a luchar perdieran su poten¬ 
cia con la suavidad del lanzamiento de la jabalina o 
el disco; pues bien, del mismo modo te reclamo desde 
las salas de lectura y los teatros 25 al foro y los pleitos, 
a las auténticas luchas; sobre todo porque ni siquiera 
puedes recurrir a aquello a lo que se acogen muchos, 
que la actividad poética se presta menos a la ofensa 

6 que la de los oradores. La fuerza de tus extraordinarias 
aptitudes hierve y se desborda, y ofendes, no por un 
amigo sino, lo que es más peligroso, por Catón. Y no 
pueden excusar la ofensa las obligaciones de tu oficio 
o tu profesionalidad como abogado, o el ímpetu de un 
parlamento casual y repentino; da la sensación de que 
has elegido premeditadamente un personaje notable y 

7 que hablará con todo el peso de su prestigio. Creo adi¬ 
vinar la posible respuesta: que de ahí provienen las 
grandes adhesiones, el que esto es lo que, sobre todo, 
se elogia precisamente en las salas de lectura y en se¬ 
guida está en boca de todos. Elimina, por consiguiente, 
la excusa de la tranquilidad y la ausencia de riesgo, 


24 Famoso atleta del siglo I. 

25 Utilizados como lugares de lectura, no de representación 
escénica, en este caso. 


puesto que te estás buscando un enemigo superior a 
ti. Ya tenemos bastante con intervenir en las contro- 8 
versias privadas y actuales, en las que, si alguna vez 
es inevitable ofender los oídos de los poderosos por 
un amigo en peligro, podemos hallar respaldo para 
nuestra lealtad y excusa a nuestra franqueza.» 

Tras haber dicho Apro estas cosas, según su eos- U 
tumbre, con mucha fogosidad y con el rostro crispado, 
habló Materno en tono apacible y sonriendo: «Me dis¬ 
ponía a acusar a los oradores empleando un tiempo 
no menor que el de Apro para alabarlos, pues pensaba 
que, al terminar con el elogio de aquéllos, atacaría a 
los poetas y echaría por tierra la afición a los versos; 
pero me ha suavizado la situación con cierta habilidad, 
concediendo que hagan versos los que no pueden de¬ 
fender pleitos. 

»Yo, por mi parte, así como al intervenir en litigios 2 
puedo conseguir y lograr, tal vez, algo con esfuerzo, así 
también inicié con buen pie el camino de la fama con 
la lectura de mis tragedias, puesto que, evidentemente, 
con mi Nerón 26 quebranté el poder de Vatinio 27 , desho¬ 
nesto y profanador de lo más sagrado de la cultura; 
en la actualidad, si hay en mi persona algo de repu¬ 
tación y nombre, pienso que se ha conseguido más por 
la fama de mis versos que por la de mis discursos. He 3 
decidido ya apartarme de las fatigas del foro y no 
añoro esos cortejos al salir de mi casa ni la multitud 
que acude a saludarme, ni tampoco esos bronces y 
medallones que, sin yo quererlo, irrumpieron en mi 
casa. La inocencia protege la situación social y la tran- 4 
quilidad personal más que la elocuencia. Y no temo 


26 Lo traducimos como título de una tragedia, pero cabe la 
posibilidad de que quiera decir «en tiempos de Nerón». 

22 Delator de la época de Nerón. 



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TÁCITO 


DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES 


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tener que hablar en el senado, si no es con ocasión de 
un conflicto ajeno. 

12 »En cuanto a los bosques y espesuras e incluso 
aquella vida retirada que censuraba Apro, me causan 
tan gran deleite que cabría enumerar entre los princi¬ 
pales frutos de mis versos el que no los compongo 
en medio del estrépito, ni con el litigante sentado a 
la puerta, ni entre la suciedad y lágrimas de los acu¬ 
sados, sino que mi ánimo se retira a lugares puros y 

2 sin maldad, y disfruta en esas santas moradas. Esta 
es la cima de la literatura 28 , éste es su santuario. Con 
este aspecto y atavío se introdujo por vez primera 
para bien de los mortales en aquellos pechos castos y 
sin contaminar por vicio alguno. Así es como habla¬ 
ban los oráculos. Pues la modalidad de esta elocuencia 
lucrativa y sanguinaria 29 es reciente, nacida de la de¬ 
pravación de las costumbres y, así lo decías tú, Apero, 
utilizada como arma ofensiva. 

—3 »Aquel afortunado siglo, y para hablar a nuestro 
estilo, aquel tiempo áureo, desprovisto de oradores y 
acusaciones, era abundante en poetas y vates para 
cantar los hechos gloriosos, no para defender las accio- 

4 nes nefastas. Nadie tenía una mayor gloria o un puesto 
de privilegio más elevado que ellos; primeramente, 
ante los dioses, cuyas respuestas, se decía, interpre¬ 
taban, y también que asistían a sus banquetes; después, 
ante aquellos famosos hijos de dioses y ante los reyes 
santos, entre los que no hemos oído nombrar a ningún 
causídico, sino a Orfeo y a Lino 30 y, si quieres remon- 

5 tarte más lejos, al mismo Apolo. Pero si esto te parece 


28 Véase la obra citada de García Calvo, págs. 29-30, funda¬ 
mentalmente. Entre los antiguos parece que esta idea surge de 
Aristóteles. 

» Alusión a las condenas capitales obtenidas por los dela¬ 
tores de la época. 

* Hijo de Apolo y maestro de Orfeo. 


legendario e imaginario en exceso, me concederás. 
Apro, que Homero obtiene entre la posteridad un puesto 
no menor que Demóstenes, y que la fama de Eurípides 
o Sófocles no se encuentra en unos límites más es¬ 
trechos que la de Lisias o Hipérides 31 . Hoy por hoy, 6 
encontrarás más detractores de la gloria de Cicerón 
que de la de Virgilio; y ningún libro de Asinio o Mésala 
es tan célebre como la Medea de Ovidio o el Tiestas 
de Vario. 

«Tampoco temería comparar la suerte de los poetas 13 
y aquel su afortunado trato con las Musas 32 con la 
vida desasosegada y tensa de los oradores. Puede que 
las luchas y sus propios peligros los promuevan hasta 
el consulado; yo prefiero el retiro tranquilo y seguro 
de Virgilio 33 , situación en que no careció, sin embargo, 
de ascendiente a los ojos del divino Augusto ni de 
fama entre el pueblo de Roma. Testimonio de ello son 2 
las cartas de Augusto, testigo también el mismo pueblo, 
que, al escuchar unos versos de Virgilio en el teatro, 
se levantó como un solo hombre y, hallándose a la 
sazón presenciando el espectáculo, le rindió homenaje, 
como podría hacerlo con Augusto. 

«Ni tampoco, en nuestra época, Secundo Pomponio 34 3 
cedería a Afro Domicio 35 en consideración social ni en 
la solidez de su fama. Pues ese Crispo y ese Marcelo, a 
cuyos ejemplos me propones, ¿qué tienen de apeteci¬ 
ble en su suerte?: ¿que temen o se les teme; que siendo 
objeto de súplicas diariamente, les odian los mismos 
a los que favorecen; que, obligados por toda clase de 
adulaciones, nunca aparecen suficientemente siervos a 


31 A los ojos de los aticistas, representaban el ideal de 
estilo. 

32 Rebate las palabras de Apro al final del cap. 9. 

33 Prefería estar en Nápoles antes que en Roma. 

34 Político y poeta trágico. 

33 De Nimes. Muy notable orador, según Quintiliano. 



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TÁCITO 


DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES 


183 


los ojos de los que mandan ni suficientemente libres a 
los nuestros? ¿Qué clase de supremo poder es el suyo? 
El de los libertos imperiales suele estar al mismo nivel. 

5 »En cambio a mí, alejado de las angustias, de las 
preocupaciones y de la obligación de hacer a diario 
algo contra mi voluntad, llévenme las 'dulces Musas, 
como dice Virgilio, a aquellas moradas santas, a aque¬ 
llas fuentes, donde no tenga que afrontar por más tiem¬ 
po, tembloroso, el foro insensato y resbaladizo y la 

6 popularidad agotadora. No me perturbará el griterío 
de los que van a saludarme, ni tampoco el liberto ja¬ 
deante; ni intranquilo por el futuro, tendré que otor¬ 
gar testamento como garantía 34 ; ni quiero poseer más 
de lo que pueda dejar a quien yo quiera; y cuando me 
llegue el día señalado por el destino’, me gustará que 
mi imagen en el túmulo no sea triste ni siniestra, sino 
alegre y coronada de flores; y que nadie presente pro¬ 
puesta alguna en el senado ni suplique al emperador 
para perpetuar mi memoria.» 

14 Apenas había terminado Materno, con fogosidad y 
como inspirado, cuando entró en su habitación Vips- 
tano Mésala y, sospechando por la tensa expresión de 
los contertulios que tenían entre manos un tema muy 
importante, exclamó: «¿Os he interrumpido en un mal 
momento, deliberando sobre algún asunto reservado o 
preparando algún caso judicial?» 

2 «No, en absoluto —dijo Secundo—; es más, por mi 
gusto podías haber llegado mucho antes; te hubiera 
deleitado la muy cuidadosa disertación da nuestro 
querido Apro, con la que ha exhortado a Materno a 
que emplee todo su talento y esfuerzo en la abogacía, 
y la refutación de Materno en favor de sus versos, 
entusiasta y tal como conviene a la defensa de los 


36 Parece referirse a lo que vemos en Agrícola, al final del 
capítulo 43 (véase la nota correspondiente). 


poetas, bastante atrevida y más cercana al lenguaje 
de la poesía que al de la oratoria.» 

«Indudablemente —dijo Mésala—, tal conversación 3 
me habría producido un enorme placer. Y me seduce 
el hecho mismo de que vosotros, personas tan distingui¬ 
das y los mejores oradores del momento, ejercitéis 
vuestro talento no sólo en los asuntos forenses y en 
ejercicios declamatorios, sino que acometáis también 
cuestiones de esta clase, que, además de alimentar 
vuestro intelecto, proporcionan un muy alegre pasa¬ 
tiempo de erudición literaria no sólo a vosotros, que 
mantenéis tales discusiones, sino a aquellos a cuyos 
oídos puedan llegar. Con estas premisas, entiendo, a 4 
fe, que se elogia en ti, Secundo, el que, al componer la 
biografía de Julio Africano 37 , hayas infundido en la 
gente la esperanza de que aparecerán muchos libros de 
interés similar; y no menos elogiable es en Apro el 
que no haya dejado aún las controversias de escuela y 
prefiera emplear su ocio a la manera de los nuevos 
retóricos y no a la de los antiguos oradores.» 

A lo que Apro replicó: «No cesas de admirar. Me- h 
sala, sólo lo pasado y antiguo y de reírte, en cambio, 
y de despreciar las actividades de nuestra época. Ya 
te he oído muchas veces estas mismas palabras, con 
las que, olvidándote de tu propia elocuencia y la de 
tu hermano, pretendías la inexistencia de oradores 
actuales, tanto más audazmente cuanto que no temías 
las críticas de los maliciosos, al rechazar para ti mismo 
la gloria que otros te conceden.» 

«Pues no me arrepiento de tales palabras —dijo 2 
Mésala—, ni creo que Secundo, Materno o tú mismo, 
Apro, opinéis de forma distinta, aunque a veces dis¬ 
cutas en términos opuestos. Y quisiera conseguir de 


37 Quintiliano lo consideraba el mejor orador de la época 
junto con Afro Domicio. 



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TÁCITO 


DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES 


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alguno de vosotros que investigara y expusiera las cau¬ 
sas de esta enorme diferencia, sobre la que yo mismo 
3 me interrogo con gran frecuencia. Lo que para algunos 
es un motivo de consuelo, en mí aumenta mi perpleji¬ 
dad, porque veo que también entre los griegos ha ocu¬ 
rrido que Sacerdote Nicetes 38 y todos los que alborotan 
a Éfeso o Mitilene con el coro de aclamaciones de sus 
discípulos, está más lejos de Esquines o Demóstenes 
que Afro, Africano o vosotros mismos respecto a Cice¬ 
rón o Asinio.» 

16 «Has suscitado —intervino Secundo— una cuestión 
importante y digna de tratarse. Pero, ¿quién la expon 
drá con más justeza que tú, en quien una cuidadosa 
reflexión ha venido a añadirse a una gran erudición y 
a un talento muy aventajado?» 

2 «Os descubriré —continuó Mésala— lo que pienso 
si llego a conseguir antes de vosotros que me ayudéis 
en mi exposición.» 

3 «Lo prometo en nombre de los dos —dijo Mater¬ 
no_, pues tanto yo como Secundo trataremos aque¬ 

llos puntos que, a nuestro entender, hayas dejado, no 
por omisión, sino para que los toquemos nosotros. 
Que Apro suele disentir, ya lo dijiste hace poco y está 
claro que prepara tiempo ha sus armas contra nos¬ 
otros, y que no soporta con buen talante nuestro acuer¬ 
do en alabar a los antiguos.» 

4 «Desde íuego —confirmó Apro— no estoy dispuesto 
a consentir que nuestra época sea condenada por esta 
conspiración vuestra, sin que haya sido oída ni defen¬ 
dida. De momento, debo preguntaros a quiénes llamáis 

5 ‘antiguos’, qué época determináis con esa palabra, pues 
cuando oigo ‘antiguos’, me hago la idea de gentes na¬ 
cidas en un pasado muy remoto, y aparecen ante mis 
ojos Ulises y Néstor, cuya época precede a la nuestra 


38 Retórico de Esmima que enseñó en Roma. 


en mil trescientos años, más o menos; vosotros, en 
cambio, citáis a Demóstenes e Hipérides, que, como 
es bien sabido, sobresalieron en tiempos de Filipo y 
Alejandro, a los que incluso sobrevivieron ambos 
Esto hace que entre nuestra época y la de Demóstenes 6 
no medien mucho más de trescientos años. Este espa¬ 
cio de tiempo, si lo comparamos con la debilidad de 
nuestros cuerpos, quizá parezca largo; pero en rela¬ 
ción con la naturaleza de los siglos y a la consideración 
de este tiempo infinito, es muy breve y lo tenemos 
muy próximo; pues si, como Cicerón escribe en su 7 
Hortensio 39 , un año grande, auténtico 40 , es aquel en 
que la posición del cielo y de los astros volverá a ser 
exactamente la misma que la de ahora, y tal año abarca 
doce mil novecientos cincuenta y cuatro de los que 
nosotros llamamos años 4I , vuestro Demóstenes, al que 
suponéis viejo y antiguo, comienza a existir no sólo en 
el mismo año que nosotros, sino hasta en el mismo 
mes. 

»Pero pasemos a los oradores latinos; entre éstos, 17 
supongo, no soléis poner a Menenio Agripa 42 (que puede 
ser considerado antiguo) por delante de los hombres 
elocuentes de nuestra época, sino a Cicerón, César, 
Celio, Calvo, Bruto, Asinio y Mésala 43 ; y no veo por 
qué motivo situáis a éstos en períodos anteriores, en 
lugar de en el actual. 

»Pues, por referirme al mismo Cicerón, fue asesi- i 
nado bajo el consulado de Hircio y Pansa el siete de 


39 Tratado, hoy perdido, de Cicerón, en el que respondía a 
los ataques de Hortensio contra la filosofía. 

40 El año platónico, espacio de tiempo que dura una revo¬ 
lución del polo del Ecuador en tomo del polo de la Eclíptica. 

41 Número inexacto, la mitad del verdadero. 

42 Cónsul en el 250, autor del apólogo «De los miembros y 
del estómago». 

43 Famosos oradores del siglo I a. C. 



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TÁCITO 


DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES 


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diciembre, como escribe su liberto Tirón, año en el 
que el divino Augusto sustituyó en el consulado a 

3 Pansa e Hircio por Quinto Pedio y él mismo 44 . Pon 
cincuenta y seis años, durante los que rigió la Repú¬ 
blica el divino Augusto; añade veintitrés de Tiberio y 
casi cuatro de Gayo; catorce de Claudio y otros tantos 
de Nerón y aquel largo, aunque uno sólo, de Galba, 
Otón y Vitelio, y, finalmente, la sexta etapa de este 
feliz Principado, en la que Vespasiano ejerce su labor 
bienhechora sobre la república: desde la muerte de 
Cicerón hasta hoy hacen un total de ciento veinte 

4 años 45 ; la vida de un hombre; nada más. Pues yo vi 
con mis propios ojos en Britania a un anciano que, 
según confesaba, había intervenido en la guerra con 
la que intentaron rechazar y expulsar de sus costas a 

5 César 46 , que se disponía a invadir el país. Así que si 
a aquél, que hizo frente a César con las armas, el cau¬ 
tiverio, sus propios deseos o el destino le hubieran 
arrastrado a la Ciudad, habría podido oír a César y 
Cicerón en persona, y asistir igualmente a nuestros 
pleitos. 

6 »Por cierto que vosotros mismos visteis, en la úl¬ 
tima distribución de dinero, a muchos ancianos que 
decían haber recibido tales repartos del divino Agus- 

7 to 47 con cierta frecuencia. De lo cual puede deducirse 
que pudieron prestar su atención tanto a Corvino como 
a Asinio, dado que la actividad de Corvino continuó 
hasta la mitad del Principado de Augusto y la de Asinio 
casi hasta su final. 


44 Sucedió el 19 de agosto del 43. 

45 ii 7 . Costumbre antigua de redondear las cifras. 

« Esto es, con la que intentaron los britanos. Se trata de 
la primera expedición de César a Britania. 

47 La distribución de dinero de Tito tuvo lugar el 72. Re¬ 
cuérdese que Augusto murió el 14 d. C. 


»De modo que no dividáis un siglo ni insistáis en 
llamar antiguos y gentes del pasado a oradores a los 
que los oídos de las mismas personas pudieron escu¬ 
char y, por decirlo así, juntar y unir. 

»He expuesto esto previamente para que, si por al- 1* 
guna fama y gloria de estos oradores 48 , se obtiene buena 
reputación para su época, pueda yo demostrar que tal 
reputación se halla a caballo entre dos períodos y 
más próxima a nosotros 49 que a Servio Galba o a Gayo 
Carbón y a otros que hemos llamado con fundamento 
'antiguos'; son, en efecto, desagradables, sin pulir, 
rudos y toscos; ¡ojalá no los hubieran imitado en nin¬ 
gún aspecto vuestro Calvo, o Celio, o el mismo Cicerón! 

»Y ahora quiero expresarme con más valentía y atre- 2 
vimiento, tras dejar sentado que se cambian con los 
tiempos las formas y los géneros de la oratoria. Así, 
Gayo Graco, comparado al viejo Catón, es de estilo 
más rico y exuberante; así, Craso 50 es más cuidadoso 
y elegante que Graco; Cicerón matiza más y es más 
distinguido y más elevado que cualquiera de los dos; 
Corvino es más suave, más dulce y trabaja más el vo¬ 
cabulario que Cicerón. No pregunto por el más elo- 3 
cuente: de momento me conformo con haber probado 
que el rostro de la oratoria no es único, sino que se 
pueden captar múltiples aspectos, incluso entre los 
que llamáis antiguos; que lo que es distinto no es ne¬ 
cesariamente peor, y que es un defecto propio de la 
malicia humana el alabar siempre lo antiguo y sentir 
repugnancia por lo actual. 


48 Cicerón y sus contemporáneos. 

49 Porque sólo está separada de Cicerón por una generación 
y, en cambio, dos de Galba y Carbón. Galba es famoso por sus 
incidentes con los lusitanos. Carbón fue aliado político de los 
Gracos. 

50 Considerado, junto con Antonio, el mejor orador de los 
anteriores a Cicerón. 



188 


TÁCITO 


DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES 


189 


4 «¿Podemos dudar que hay quienes admiran a Apio 
el Ciego por delante de Catón? Bien sabido es que ni 
siquiera a Cicerón le faltaron detractores, a los que les 
parecía vacío, ampuloso, poco preciso, demasiado en- 

5 fático, reiterativo y poco ático 51 . Habéis leído las cartas 
de Calvo y Bruto a Cicerón, de las que puede despren¬ 
derse fácilmente que Calvo le pareció a Cicerón débil 
y seco, y Bruto superficial y desordenado; y que, a la 
inversa, Cicerón oyó hablar mal de él a Calvo, por ser, 
en su opinión, flojo y sin vigor, y en la opinión de 
Bruto (y por utilizar sus mismas palabras), débil y 

6 deslomado’. Si me preguntas, me parece que todos 
han dicho verdad; pero examinaremos en seguida uno 
por uno. Ahora me voy a ocupar de todos en conjunto. 

19 »En efecto, mientras que los arcaizantes suelen 
fijar como confín de la antigüedad *** a Casio 5J , al que 
declaran culpable y afirman que fue el primero en 
apartarse de aquel viejo y recto sendero de la elo¬ 
cuencia, yo sostengo que adoptó otro tipo de estilo 
oratorio no por falta de facultades ni por falta de cul¬ 
tura literaria, sino tras meditarlo concienzudamente. 

2 «Vio, como decía hace un momento, que la forma 
y la presentación del discurso ha de cambiarse de 
acuerdo con las circunstancias históricas, que provocan 
la aparición de un auditorio diferente. Fácilmente so¬ 
portaba aquel público de antes, por ser ignorante y 
rudo, la duración interminable de aquellos discursos 
farragosos y hacía objeto de sus alabanzas justamente 

3 al que consumiera todo un día pronunciándolo. En 


5 1 Poco sobrio. Apio el Ciego, cónsul en 337 y 298, se opuso 

a Pirro. x , . . 

52 Hay una laguna, difícil de completar en cuanto al texto 
original, pero no en cuanto a la interpretación, si nos queda¬ 
mos con la lectura de Foumeaux. Tampoco si adoptamos la de 
Koestermann, aunque la traducción serla algo distinta, pero 
creemos que en ambos casos el sentido del pasaje es el mismo. 


efecto, tenían un puesto de honor la larga preparación 
de los exordios, el hilo de la narración buscado desde 
muy atrás, el alarde de las muchas divisiones, los mil 
grados de las pruebas, y todos los preceptos de los ari¬ 
dísimos libros de Hermágoras y Apolodoro 53 . Y si 
alguno parecía haber olfateado la filosofía, insertaba 
algún principio de ésta en su discurso y era ensalzado 
hasta el cielo. No es extraño: eran materias nuevas y 4 
desconocidas y muy pocos de los propios oradores sa¬ 
bían los preceptos de los retóricos o las sentencias de 
los filósofos. 

«Pero a fe que, al estar ya todo esto divulgado y no 5 
quedar fácilmente en el tribunal alguien que no esté, 
si no muy instruido en los fundamentos de estas dis¬ 
ciplinas, sí, por lo menos, bastante iniciado, son nece¬ 
sarios nuevos y escogidos caminos para la elocuencia, 
con los que el orador evite el hastío del auditorio; 
sobre todo ante esos jueces que actúan con la fuerza 
que les proporciona su cargo, no con arreglo a una 
preceptiva jurídica, y no aceptan cualquier duración 
del discurso, sino que la establecen ellos mismos, y no 
son partidarios de esperar al orador hasta que le plazca 
entrar en el meollo del asunto, sino que muchas veces 
lo amonestan y lo llaman al orden si se desvía a otro 
tema, y le dan claras muestras de que tienen prisa. 

»¿ Quién está hoy en día dispuesto a soportar a un 20 
orador que comienza su parlamento hablando de su 
poca salud? Esos son casi siempre los exordios de Cor¬ 
vino. ¿Quién tendrá la suficiente calma para escuchar 
cinco libros contra Verres? ¿Quién soportará pacien¬ 
temente aquellos inmensos volúmenes sobre excepcio- 


55 Famosos tratadistas de retórica; artificiosos. 



190 


TÁCITO 


DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES 


191 


nes y fórmulas 54 que leernos en las defensas de Marco 
Tulio o de Aulo Cécina 55 ? 

2 »En nuestros tiempos, el juez se adelanta al que está 
hablando y, si no queda convencido y seducido por el 
desarrollo de los argumentos, o por el colorido de las 
sentencias, o por el brillo y cuidado de las descripcio- 

3 nes, le vuelve la espalda. También el público que asiste 
y el oyente que de manera casual allí se asoma, se ha 
acostumbrado ya a exigir alegría y belleza en el dis¬ 
curso y no soporta el tristón y descuidado arcaísmo, 
como tampoco el que alguno quisiera reproducir en 
escena los gestos de Roscio o de Turpión Ambivio 56 . 

4 »Por otra parte, los jóvenes que se están forjando 
en el yunque de las mismas disciplinas, que siguen a 
los oradores para propio provecho, no se conforman 
con escucharlos, sino que además pretenden llevarse 
a casa algo ilustre y digno de recuerdo; hacen inter¬ 
cambios entre ellos y muchas veces escriben a sus co¬ 
lonias y provincias cualquier pensamiento que brille 
en una hábil y breve sentencia, o cualquier pasaje que 

5 resplandezca por su forma exquisitamente poética. Pues 
actualmente se exige del orador un adorno poético, no 
manchado por el moho de Accio o Pacuvio 57 , sino obte¬ 
nido del santuario de Horacio, Virgilio y Lucano. 

6 »En consecuencia, la actual generación de oradores 
se ha procurado más belleza y adorno por complacer 
a los oídos de tales gentes. Y no resultan menos efica¬ 
ces nuestros discursos por llegar a los oídos de los 


54 Términos de derecho procesal, campo muy farragoso y 
aburrido siempre. 

55 Discursos de Cicerón. 

54 Famosos actores de la época republicana. El primero fue 
defendido por Cicerón, en uno de los discursos más conocidos. 

57 Del siglo ii, son los dos autores trágicos más importan¬ 
tes de la literatura latina. Sus obras se representaron hasta 
bastante después de su muerte. 


jueces causándoles placer. ¿Pues qué? ¿Se puede creer 7 
que los templos actuales son menos sólidos porque no 
se levantan a base de ruda manipostería y tejas toscas, 
sino que brillan por el mármol y resplandecen con el 
oro? 

»Os confesaré, a decir verdad, que frente a algunos 21 
aspectos de los antiguos a duras penas contengo la 
risa, y el sueño frente a otros. Y no hablo de la caterva 
de Canucio o de Attio...*** Me refiero a Furnio y Tora- 
nio y otros que, en el mismo sanatorio, alaban estos 
huesos demacrados 58 . El mismo Calvo, a pesar de haber 
dejado, según tengo entendido, ciento veinte libros, 
apenas me convence en uno o dos discursillos. ¿Cuán- 2 
tos leen los discursos de Calvo contra Asicio o contra 
Druso? En cambio todos los estudiantes manejan habi¬ 
tualmente las acusaciones que llevan por título «Contra 
Vatinio» y, sobre todo, el segundo discurso; está dotado, 
sin duda, de gran belleza formal y conceptual, adap¬ 
tada a los oídos de los jueces, para que podamos saber 
que también Calvo comprendía qué era lo mejor y que 
para hablar con tono más elevado y elegante no le 
había faltado voluntad, sino el ingenio y las fuerzas. 

»En cuanto a los discursos de Celio, son agradables 3 
—enteros o en algunos pasajes— aquellos en los que 
reconocemos la brillantez y la elevación de nuestra 
época. En cambio, aquella sordidez de las palabras, 4 
aquella composición a saltos y las expresiones descui¬ 
dadas, desprenden un tufillo a viejo, y no me imagino 
a nadie tan aficionado a las antigüedades que alabe a 
Celio por lo que tiene de arcaico. 

•Perdonemos a Gayo César el que, por la magnitud s 
de sus proyectos y sus empresas, obtuviera menores 


58 Metáfora pitra aludir al estilo seco, probablemente ter¬ 
minología de escuela; la encontramos, p. ej., en Cicerón y Quin- 
tiliano. 



192 


TÁCITO 


DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES 


193 


logros en la elocuencia que lo que su divino ingenio 
le exigía. Asimismo, dejemos a Bruto con su filosofía, 
pues incluso sus admiradores reconocen que en sus 

6 discursos ocupa un lugar inferior a su fama. A no ser 
que alguien tal vez lea los libros de César en defensa 
de Decio el Samnita o de Bruto en defensa del rey 
Deyotaro, u otros de la misma frialdad y languidez; 
a no ser que haya quienes admiren también sus poesías. 
Hicieron, sí, poesías, y las hicieron llegar a las biblio¬ 
tecas con acierto no mayor que Cicerón, pero con más 
fortuna, porque son menos los que saben que las com¬ 
pusieron. 

7 «También Asinio, aunque sea de una época más re¬ 
ciente 59 , me parece que estudió con los Menenios y los 
Apios; en todo caso, imitó a Pacuvio y Accio no sólo 
sus tragedias, sino también sus discursos; hasta tal 

8 punto es duro y seco. Y es que el discurso, como el 
cuerpo humano, es hermoso únicamente cuando no re¬ 
saltan sus venas ni se pueden contar sus huesos, sino 
que una sangre pura y sana llena los miembros, brota 
de los músculos y un tono sonrosado cubre los ner¬ 
vios y hay una belleza que los realza. 

9 «No quiero enjuiciar a Corvino, pues no se le puede 
culpar de que no reprodujera la belleza y brillantez 
de nuestra época; podemos ver, desde luego, en qué 
grado su capacidad imaginativa e intelectual corres¬ 
pondió a sus criterios. 

22 «Paso a Cicerón, que tuvo con sus coetáneos la 
misma pugna que yo ahora con vosotros: aquéllos ad¬ 
miraban a los antiguos y él situaba en el primer lugar 
la elocuencia de su época; y en ninguna otra cosa dejó 
más atrás a los oradores de su tiempo que en su ati- 

2 nado criterio, pues fue el primero que pulió el discurso, 
el primero que lo dotó de un vocabulario seleccionado 


» Nació el 75 a. C. 


y de una técnica en su composición, amén de ensayar 
pasajes de un mayor colorido y hallar ciertas senten¬ 
cias sagaces, sobre todo en los discursos que escribió 
ya anciano y al final de su vida, esto es, después que 
su progreso había sido mayor y mejor había aprendido 
por la práctica cuál era el estilo ideal para la oratoria. 

«En efecto, sus discursos anteriores no están exen- 3 
tos de los vicios de la antigüedad:, es lento en los 
exordios, premioso en las narraciones, prolijo en las 
digresiones; tardo para conmoverse, raras veces se en¬ 
tusiasma; pocas frases acaban de manera armoniosa 
y con un cierto lustre; no puedes resumir ni retener 
nada y, como en un edificio tosco, las paredes son só¬ 
lidas y duraderas, pero no lo suficientemente pulidas 
ni brillantes. Como en el caso de un padre de familia 4 
rico y elegante, al orador no lo quiero yo cubierto 
únicamente por un techo que le evite la lluvia y el 
viento, sino que éste, además, sea vistoso y deleite la 
vista; que no esté dotado exclusivamente de aquel 
ajuar imprescindible, sino que su mobiliario contenga 
oro y piedras preciosas para que constituya un placer 
cogerlo, tenerlo en las manos y contemplarlo continua¬ 
mente. 

«Apártense lejos ciertas corruptelas, por obsoletas s 
y malolientes; que no haya ninguna palabra podrida 
por el moho; que no se componga ningún período con 
estructura lenta y sin arte, a manera de los Anales w ; 
evítense las chocarrerías ordinarias e insulsas, varíese 
la composición y que no se rematen todas las cláusu¬ 
las de un modo único e idéntico. 

«No quiero burlarme de la ‘rueda de la Fortuna’ y 23 
el 'derecho verrino’, ni de aquel famoso esse uideatur 
colocado en todos sus discursos como cláusula cada tres 


Se refiere a las obras de los analistas, precursores del 
género historiográfico. 


36.-13 



194 


TÁCITO 


DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES 


195 


frases 61 . Porque de no muy buen grado he recordado 
esto y he omitido mucho que, sin embargo, es lo único 
que a dmiran y reproducen los que suelen llamarse a 

2 sí mismos oradores de la antigua ola. No citaré a nadie 
en concreto; bastará con haber indicado el tipo de 
personas. Pero vosotros, en cualquier caso, tenéis ante 
los ojos a ésos que leen a Lucilio en lugar de Horacio 
y a Lucrecio en lugar de Virgilio, para los que la elo¬ 
cuencia de Aufidio Baso o de Servilio Noniano es de 
ínfima calidad en comparación con la de Sisenna o 
Varrón 62 ; gente que rechaza y odia los coméntanos de 

3 nuestros retóricos y admira los de Calvo. No hay oyen¬ 
tes que les presten atención cuando peroran ante el 
juez al modo arcaico; no los escucha el público, ape¬ 
nas los aguanta el propio litigante; así de tristes y 
desaliñados, consiguen aquella salud de la que se jac- 

4 tan, no por su vitalidad, sino por el ayuno. Así y todo, 
los médicos tampoco dan su aprobación a una salud 
corporal lograda a base de tensión anímica; poca cosa 
es no estar enfermo: lo ideal es estar animoso, alegre 
y con moral. No está lejos de la enfermedad el que es 
elogiado sólo por su buena salud. 

5 »Pero vosotros, hombres muy elocuentes, dado que 
podéis —y de hecho lo hacéis—, dad lustre a nuestro 

6 siglo con el estilo oratorio más bello posible. Pues tam¬ 
bién a ti, Mésala, te veo imitando los mejores hallaz¬ 
gos de los antiguos, y vosotros. Materno y Secundo, 
unís de tal manera el brillo y la elegancia de vocabu- 

61 La primera expresión, tomada del In Pisonem, procede 
de los círculos que se describen al bailar. Ius Verrinum puede 
querer decir «justicia de Verres», pero también «jugo de cerdo». 
El esse uideatur es, por razones rítmicas, una cláusula favorita 
de Cicerón, aunque no tan utilizada como pretende hacemos ver 
Apro. Tal vez exagerasen su uso los ciceronianos del siglo I d. C. 

62 Baso y Noniano fueron historiadores del siglo I de C.; 
Sisenna, del siglo ii a. C., y Varrón fue el más grande emdito 
que tuvo Roma, contemporáneo de Cicerón. 


lario a la profundidad de los conceptos, es tal la se¬ 
lección de temas, tal el orden en la exposición, tal la 
riqueza expresiva cuando el asunto lo requiere, tal la 
concisión cuando lo permite, tal la belleza en la com¬ 
posición, tal la nitidez de las sentencias, de tal modo 
expresáis los estados de ánimo y moderáis vuestras 
ocasionales licencias que, aunque la envidia y la odio¬ 
sidad intentaran entorpecer nuestros juicios, la poste¬ 
ridad ha de decir la verdad sobre vosotros» 63 . 

Tras estas palabras de Apro habló Materno: «¿Os 24 
dais cuenta de la fuerza y la fogosidad de nuestro 
amigo Apro? ¡Con qué ímpetu torrencial ha defendido 
a nuestro siglo, con qué abundancia y variedad ha za¬ 
randeado a los antiguos, con qué genio inspirado, con 
qué erudición y arte ha tomado en préstamo armas de 
aquéllos, para atacarlos con ellas a renglón seguido! 
Sin embargo, Mésala, no debe modificarse tu promesa, 
pues ni pedimos defensor para los antiguos, ni compa- i 
ramos a alguno de nosotros con los que ha atacado 
Apro, aunque acabamos de ser elogiados. Tampoco él 
opina de esa manera, sino que, siguiendo una costum¬ 
bre antigua y muy utilizada por nuestros filósofos, ha 
asumido el papel de contradictor. Conque procura ex- 3 
ponernos, no la alabanza de los antiguos —bastante 
alabanza es su propia fama—, sino las causas por las 
que hemos retrocedido tanto respecto de su elocuen¬ 
cia, sobre todo si tenemos en cuenta que el cómputo 
del tiempo nos dice que han transcurrido hasta hoy 
ciento veinte años desde la muerte de Cicerón. 

Entonces dijo Mésala: «Seguiré el plan trazado por 25 
ti. Materno; pues no necesito mucho tiempo para re¬ 
futar a Apro, quien, según creo, suscitó en primer lugar 


63 Tácito parece querer dejar en ridículo a su personaje, 
quien tras atacar a Cicerón, desarrolla un parlamento final muy 
en la línea de su criticado. 



196 


TÁCITO 


DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES 


197 


la controversia sobre un nombre, porque, decía él, eran 
llamados con poca propiedad ‘antiguos’ los que se sabe 

2 perfectamente que vivieron hace cien años. No voy a 
discutir sobre tal palabra; llámelos antiguos, antepa¬ 
sados o cualquier otro nombre que prefiera, con tal de 
que reconozca que la oratoria de aquella época fue 
más destacada. Ni siquiera me opongo a esa parte de 
su intervención, si está de acuerdo en que se han dado 
diversas formas de hablar, incluso en una misma 
época; con mayor motivo se dará tal situación en épo¬ 
cas distintas. 

3 «Pero, así como entre los oradores áticos Demóste- 
nes ocupa el primer lugar y le siguen de cerca Esqui¬ 
nes, Hipérides, Lisias y Licurgo 64 , y el sentimiento ge¬ 
neral ratifica que ésta fue la época de mayor esplendor 
para la oratoria, así también entre nosotros Cicerón 
aventajó sin duda al resto de los oradores de su tiempo 
y Calvo, Asinio, César, Celio y Bruto son antepuestos 
con justicia a los que les preceden y a los que les 

4 siguen 65 . Lo de menos es que se diferencien por sus 
rasgos específicos, si coinciden en sus líneas generales, 
más ajustado, Calvo; más cadencioso, Asinio; más bri¬ 
llante, César; más mordaz, Celio; más trascendente, 
Bruto; más vehemente, pleno y vigoroso. Cicerón. En 
definitiva, todos muestran idéntica lozanía en su estilo, 
de modo que, si llegas a manejar conjuntamente los 
libros 66 de todos ellos, te darás cuenta que existe una 
cierta semejanza y parentesco de criterio e intenciones, 
aunque se desenvuelvan en talentos diferentes. 

5 «Respecto al hecho de que se criticaran recíproca¬ 
mente —y sus cartas incluyen alguna de estas críticas, 

6 * Adversario de Pisístrato en Atenas, en el siglo vi a. C. 

65 No están citados en orden cronológico; si es por su 
fama, extraña que César ocupe para Mésala el tercer lugar. 

m Libros quiere decir aquí los conjuntos de discursos edi¬ 
tados. 


por lo que parece descubrirse una recíproca malque¬ 
rencia—, tal defecto no es privativo de los oradores, 
sino común a los hombres, pues es indudable que 6 
tanto Calvo como Asinio y el mismo Cicerón cayeron 
con frecuencia en los celos y en la envidia y estaban 
afectados por los restantes vicios de la humana fla¬ 
queza. Pienso que de entre ellos Bruto fue el único 
que no exteriorizó sus opiniones con envidia ni male¬ 
volencia, sino con sencillez y sinceridad. ¿Sentía hosti- 7 
lidad hacia Cicerón alguien que ni siquiera, en mi opi¬ 
nión, la sintió hacia César? 

«En lo que se refiere a Servio Galba, Gayo Lelio y 
todos los oradores antiguos a los que no has cesado de 
atacar, no procede su defensa, porque confieso que les 
faltaron ciertas cualidades en su oratoria, incipiente 
aún y no lo suficientemente madura. 

«Por lo demás, si tras dejar a un lado aquel óptimo 26 
género de oratoria, tuviera que elegir una forma de 
hablar, a fe que preferiría el ímpetu de Gayo Graco o 
la madurez de Lucio Craso a las fiorituras de Mecenas 
o los perifollos de Galión 67 ; es mejor vestir el discurso 
con una toga, por áspera que sea, que adornarlo con 
prendas de colores llamativos y propios de una corte¬ 
sana. No es de oradores, ni siquiera varonil, a fe, ese 2 
estilo que utilizan la mayor parte de los abogados 
actuales, con el que imitan los ritmos de las pantomi¬ 
mas 68 en el amaneramiento de sus palabras, en sus 
conceptos intrascendentes y la excesiva libertad en la 


87 En latín tinnitus podría ser una onomatopeya de es¬ 
cuela. Quintiliano (lnst. Orat. 2, 3) usa tinnulos. La correspon¬ 
dencia castellana de «perifollos» tal vez no sea muy exacta, 
aunque la hemos visto empleada para estos casos. La onoma¬ 
topeya podría corresponder a una palabra como «tintineo»; 
también consideramos acertada «floreo». 

88 Esta música de acompañamiento tenía un carácter vo¬ 
luptuoso. 



198 


TÁCITO 


DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES 


199 


3 composición. Y lo que ni debería oírse: la mayoría se 
jacta, como motivo de fama y gloria e indicio de su 
talento, de que sus discursos se canten y se bailen. 
De aquí proviene aquella expresión desagradable y 
ofensiva, pero muy extendida, de que 'nuestros orado¬ 
res hablan melosamente, nuestros comediantes v bailan 
con elocuencia’. 

4 »De acuerdo, no voy a negar que Casio Severo, el 
único al que el amigo Apro ha osado citar, pueda ser 
llamado orador, si se compara con los que vinieron 
después, aunque gran parte de su obra contenga más 

s dosis de bilis que de sangre, pues, desdeñando el orden 
en la exposición, sin atender a la modestia y al decoro 
en las palabras, utilizando sin arte las armas de las 
que cabalmente se servía y derribado con frecuencia 
por su obsesión de herir, es el primero en mostrarse 

6 como un alborotador, y no como un luchador. Pero, 
como digo, comparado con los que le siguen, y a la 
vista de su rica erudición, de la gracia de su casti¬ 
cismo y de su propio vigor, supera con mucho a los 
demás, a ninguno de los cuales se ha atrevido Apro a 
nombrar o, por decirlo así, a sacarlo a la línea de 

7 combate. Yo esperaba que, tras acusar a Asinio, Celio 
y Calvo, nos presentaría otro escuadrón y nombraría 
a más, o, al menos, a otros tantos, de los que opon¬ 
dríamos uno a Cicerón, otro a César, y así todos en 
combates singulares. 

8 »Ahora, contento con haber criticado a ciertos ora¬ 
dores antiguos, no se ha arriesgado a elogiar a ninguno 
de los posteriores, a no ser en general y en bloque, por 
temor, supongo, a ofender a muchos si destacaba a 

9 unos pocos. Pues, ¿cuantos oradores de escuela no dis¬ 
frutan con el convencimiento de que se deben situar 
antes de Cicerón, si bien a todas luces después de 


Gabiniano 69 ? Yo, por mi parte, no sentiré temor en 
citar uno por uno para que, a la luz de los ejemplos 
propuestos, aparezca más diáfanamente a través de 
qué etapas ha quedado rota y disminuida la oratoria.» 

«No, déjalo —dijo Materno—; vale más que cum- 27 
pías tu promesa, puesto que no pretendemos concluir 
que los antiguos eran más elocuentes —de lo que estoy 
completamente seguro—, sino que inquirimos las cau¬ 
sas, cuestión que tú mismo tenías por costumbre tratar, 
según dijiste hace un momento, cuando hablabas en 
tono más suave y menos irritado contra la oratoria 
actual, antes de que Apro te ofendiera atacando a tus 
antepasados» 70 . 

«No me siento ofendido —replicó Mésala— por la 2 
controversia de mi amigo Apro, ni sería conveniente 
que vosotros lo estuvierais si algo llega a herir vues¬ 
tros oídos, sabiendo que hay una norma para este tipo 
de conversaciones: exponer cada opinión sin perjuicio 
de las relaciones de amistad.» 

«Continúa —dijo Materno—, y, puesto que hablas 3 
de los antiguos, utiliza su misma libertad, de la que 
hemos degenerado aún más que de su elocuencia.» 

«No buscas unas causas recónditas, Materno —con- 28 
tinuó Mésala—, ni desconocidas para ti o para Secun¬ 
do o para Apro, aquí presentes, aunque me asignéis el 
cometido de sacar a la luz lo que todos sabemos. En 2 
efecto, ¿quién ignora que la oratoria y las demás artes 
se han alejado de su pasada gloria no por falta de 
hombres capacitados, sino por la desidia de los jóve¬ 
nes, la negligencia de los padres, la ignorancia de los 
maestros y el olvido de las costumbres tradicionales? n . 

« Retórico elogiado por Suetonio, que lo prefiere a Quin- 
tiliano. 

70 Es decir, a los antiguos oradores romanos, puesto que 
Mésala era el único de los interlocutores nacido en Roma. 

71 Ideas que ya están en Séneca el Viejo. 



200 


TÁCITO 


DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES 


201 


Estos males surgieron primero en la Ciudad, se exten¬ 
dieron en seguida por Italia y se están propagando ya 
i a las provincias. Lo que os concierne es más familiar 
para vosotros 72 . Yo hablaré de la Ciudad y de estos 
vicios propios y típicos que nos reciben nada más nacer 
y van acumulándose a lo largo de cada una de las 
etapas de nuestra vida; si bien voy a exponer antes 
algunas ideas sobre la vigorosa disciplina de nuestros 
antepasados en el terreno de la educación y de la for¬ 
mación de sus hijos. 

4 »Pues antaño los hijos nacidos de madre honrada 
no se criaban en el cuartucho de una nodriza alqui¬ 
lada, sino en el regazo y en el seno de su propia madre, 
y ésta tenía como principal motivo de orgullo velar 
s por la casa y ser una esclava para sus hijos. Se elegía 
alguna pariente de edad, y a sus probadas y compro¬ 
badas costumbres se confiaba toda la prole de la 
misma familia. En su presencia no se permitía nada 
que pudiera parecer expresión grosera o acción ver- 

6 gonzosa. Con una virtud que infundía respeto, mode¬ 
raba incluso los esparcimientos y juegos de los niños, 
no ya sólo sus aficiones e inquietudes. Así se ocupó 
Cornelia 73 , la madre de los Gracos, de la educación de 
sus hijos —según se nos ha dicho—y consiguió que 
llegaran a ser personajes de primera fila; y lo mismo 

7 hizo Aurelia con César y Acia con Augusto. Este rigor 
en la disciplina tenía como mira el que las cualidades 
individuales, puras e intactas y sin desviarse por nin¬ 
guna corrupción, se lanzasen abiertamente al cultivo 
de las artes nobles y, ya se inclinase su vocación a la 
milicia, ya a la ciencia jurídica o a la oratoria, se dedi- 


72 Lo referente a las provincias. 

73 En Roma llegó a ser apelativo de estimación «madre de 
los Gracos». 


cara sólo a un campo y penetrara en él hasta sus últi¬ 
mas consecuencias. 

«Pero ahora el niño recién nacido se entrega a 29 
cualquier criadilla griega, a la que se agregan uno o dos 
siervos del montón, en general los peores e incapaces 
para ningún quehacer serio. Aquellas almas tiernas y 
sin cultivar se impregnan al instante de los chismes y 
aberraciones de esta gente y nadie en toda la casa se 
preocupa de lo que diga o haga en presencia del joven 
dueño. Es más, ni siquiera sus mismos padres acos- 2 
tumbran a los pequeños a la honradez ni a la modes¬ 
tia, sino a la broma y a la chacota, medios a través de 
los que, poco a poco, penetra furtivamente la falta de 
pudor y el desprecio de lo propio y de lo ajeno. 

«Me da la impresión de que se contraen casi en el 3 
vientre de la madre los vicios exclusivos y peculiares 
de esta ciudad: me refiero a la afición por el teatro y 
el entusiasmo por los espectáculos de gladiadores y de 
caballos; ocupado y obsesionado por ellos, ¿qué res¬ 
quicio deja el ánimo para ocupaciones más dignas?, 
¿cuántos hallarás que en casa hablen de alguna otra 
cosa?, ¿qué otras conversaciones sorprendemos en los 
jóvenes al entrar en las salas de lectura? Ni siquiera 4 
los maestros mantienen con sus oyentes otro tema de 
conversación más frecuente; no atraen a sus discípulos 
con el rigor de sus enseñanzas ni dando muestras de 
su talento. Se valen de los saludos y del cebo de las 
lisonjas 74 . 

«Excluyo los rudimentos de la educación, en los que 30 
tampoco se trabaja casi nada. Ni en el estudio de los 
autores, ni en el progreso hacia el conocimiento del 
pasado, ni en las nociones de hechos, hombres o épo¬ 
cas se aplica el esfuerzo suficiente; se busca, en cam- 2 
bio, a los que llaman retóricos. Como a continuación 


74 Parece que Roma fue precursora hasta en esto. 



202 


TÁCITO 


DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES 


203 


voy a referir cuándo se introdujo esta profesión en la 
Ciudad y cómo no tuvo ningún prestigio entre nuestros 
antepasados, es necesario que fije la atención en aquella 
disciplina que, así se nos ha dicho, utilizaron aquellos 
oradores cuyos libros encierran su inmensa labor, su 
cotidiana reflexión y su práctica asidua en todo tipo 
de estudios. 

3 »No ignoráis que el libro de Cicerón titulado Bruto 
relata en su parte final —pues la primera incluye la 
enumeración de los oradores antiguos los comienzos, 
las etapas y lo que podría ser la evolución de su elocuen¬ 
cia. Nos dice que aprendió Derecho civil con Quinto Mu- 
cio 75 ; que estudió concienzudamente todos los aspectos 
de la filosofía con Filón el académico y con Diódoto el 
estoico. Que no contento con estos maestros, con gran 
número de los cuales había coincidido en la Ciudad, 
recorrió también Grecia y Asia para abarcar toda la 

4 gama de conocimientos. Así es como se puede ver en 
los libros de Cicerón que no le faltaron nociones de 
geometría, música, gramática ni, en definitiva, de nin¬ 
guna arte liberal. Conocía la sutileza de la dialéctica, 
el terreno práctico de la ética, los procesos de la natu¬ 
raleza y sus causas. 

5 »Así es, mis buenos amigos, así es. Aquella oratoria 
admirable rebosa y se desborda con su gran erudición 
y su saber enciclopédico. La fuerza y las facultades del 
orador no están reducidas a límites cortos y estrechos 
como las demás cosas: es orador el que puede hablar 
bella y elegantemente sobre cualquier cuestión, de 
forma apropiada para convencer, acorde con la digni¬ 
dad del tema y con las circunstancias, y sabiendo 
agradar a sus oyentes. 

31 »De esto estaban convencidos aquellos antepasados 
y comprendían que para conseguirlo no era necesario 


declamar en las escuelas de los retóricos ni forzar la 
lengua y la voz en controversias fingidas y de ningún 
modo cercanas a la realidad, sino llenar la mente con 
aquellas ciencias en las que se discute sobre lo bueno 
y lo malo, lo honesto y lo deshonesto, lo justo y lo in¬ 
justo. Esta materia es la que está a disposición del 
orador para sus elocuciones. En efecto, normalmente 2 
disertamos sobre la equidad en los juicios; en las asam¬ 
bleas, sobre la utilidad; sobre la honestidad en los pa¬ 
negíricos. Y no obstante, estos mismos temas se entre¬ 
mezclan con frecuencia. Nadie puede hablar sobre ellos 
con amplitud, variedad y elegancia, salvo quien conoce 
la naturaleza humana, la fuerza de las virtudes, la de¬ 
pravación de los vicios y el significado de lo que no 
se incluye ni entre las virtudes ni entre los vicios 76 . 
De estas fuentes emana, además, la ventaja de que se 3 
excita más fácilmente la ira del juez o la suaviza, si 
se sabe qué es la ira; y asimismo se le induce mejor a 
la misericordia si se sabe qué es la misericordia y con 
qué sentimientos se suscita. El orador familiarizado 4 
con estos estudios y prácticas, según tenga que hablar 
ante jueces hostiles o parciales, o ante envidiosos, mal¬ 
humorados y tímidos, tomará el pulso a los ánimos y, 
según pida el carácter de cada cual, cargará la mano 
y templará el discurso, teniendo a mano todo tipo de 
instrumentos auxiliares dispuestos para cualquier even¬ 
tualidad. 

»Hay a quienes les merece más confianza el estilo 5 
oratorio conciso, apretado y que redondee cada argu¬ 
mento con prontitud: ante éstos será provechoso haber 
ejercitado la dialéctica. A otros gusta más un discurso 
amplio, uniforme y sacado de la experiencia común: 
para influir sobre estos otros tomaremos prestados de 
los peripatéticos los argumentos apropiados y perfecta- 


75 Escévola, llamado el Augur; cónsul en el 117. 


76 Pasaje imitado de Cicerón, De Oratore I 12, 53. 



204 


TÁCITO 


. mentó dispuestos para todo tipo de «iiscMtón. Los *=a- 
démicos nos surtirán de combatividad; Platón, de dis- 
tinción; Jenofonte, de encanto. Tampoco le e! J orba * 
al orador tomar ciertas máximas honestas de Epicuro 
o de Metrodoro 77 y utilizarlas cuando el caso lo re- 

7 quiera, pues no estamos describiendo a un sabio ni a 
un seguidor del estoicismo, sino a una persona que 
debe apurar hasta el final algunas disciplinas, pero 
probar de todas. Por este motivo los antiguos oradores 
incluían entre su saber la ciencia del Derecho civd y 
salían del paso con unas ligeras nociones de gramática, 

8 música y geometría, dado que se presentan procesos 
-la mayoría, por no decir prácticamente todos- en 
los que es conveniente un conocimiento del derecho y 
también muchos en los que se necesita ese según o 
campo de materias. 

32 »Y no responda nadie que basta con una instrucción 
sencilla y específica para cada circunstancia. En primer 
lugar, utilizamos el caudal propio de una manera y el 
prestado de otra distinta, y está claro que hay gran 
diferencia entre que alguien aporte conocimientos que 
le son propios o que los tome de otro. Además, el 
minio de múltiples campos nos distingue al hablar 
incluso sobre otros temas, nos hace sobresalir y nos 
proporciona brillantez en los momentos más inespe- 

2 ^^Esto lo comprende no sólo el oyente entendido y 
preparado, sino el vulgo, y lo elogia al instante, recono¬ 
ciendo que se ha instruido debidamente, que ha reco¬ 
rrido todas las etapas de la elocuencia, que es, en defi¬ 
nitiva, un orador. Y afirmo que no puede existir ni 
haber existido alguien así si no acude al foro armado 

77 El "más célebre discípulo de Epicuro EJ 

curo»)- Murió en el 227. Sus obras se han perdido. Los e*>u^ 
^os tenían la costumbre de dar a sus máximas una forma 
exclamativa, de ahí el latín exclamationes. 


DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES 


205 


de todo tipo de conocimientos, a semejanza del que 
entra en combate con todas sus armas. 

«Esta circunstancia está tan descuidada por los de- a 
clamadores de nuestra época que, en sus alegatos, pue¬ 
den descubrirse los vicios feos y desagradables de 
nuestro lenguaje coloquial, ignoran las leyes, no re¬ 
cuerdan los senadoconsultos 7S , hasta se burlan del De¬ 
recho civil y sienten un profundo terror por el estudio 
de la filosofía y por los preceptos de los sabios. Redu- 4 
ciándola a unos pocos conceptos y a unas sentencias 
estrechas, han degradado la elocuencia como expulsán¬ 
dola de su reino, y la que antes, señora de todas las 
ciencias, henchía los espíritus con su bellísimo cortejo, 
ahora, recortada y amputada, sin su gala y distinción, 
casi diría sin su libertad, se aprende como uno de los 
oficios más pedestres. 

«En resumidas cuentas, creo que ésta es la primera s 
y principal causa de habernos alejado tanto de la elo¬ 
cuencia de los antiguos oradores. Si se quieren testigos, 
¿qué otro mejor citaré que Demóstenes entre los grie¬ 
gos, quien, según la tradición, fue uno de los seguidores 
más entusiastas de Platón? Y Cicerón nos dice con 6 
estas mismas palabras, creo, que lo que logró en la 
oratoria no lo consiguió en los talleres de los retóricos, 
sino en los paseos de la Academia 79 . 

«Existen otras causas, importantes y graves, pero lo 7 
justo es que seáis vosotros los que las pongáis de ma¬ 
nifiesto, porque yo ya he cumplido mi misión y, si¬ 
guiendo mi costumbre, he ofendido a muchos que, si 
oyeran lo que acabo de decir, tengo por cierto me obje¬ 
tarían que, mientras elogio el conocimiento del derecho 


78 A partir del principado, una de las fuentes más impor¬ 
tantes de derecho privado. 

79 En Orator 12. 



206 


TÁCITO 


DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES 


207 


y la filosofía como algo necesario para el orador, he 
aplaudido las tonterías en las que me ocupo»®°. 

33 «Me parece —dijo Materno— que aún no has cum¬ 
plido el cometido que asumiste: da la sensación de que 
han quedado marcados sólo los comienzos y de que 
has mostrado unos ciertos trazos y contornos de la 

2 cuestión. Has dicho, es cierto, en qué materias estaban 
instruidos, por lo común, los antiguos oradores, y has 
puesto de manifiesto la diferencia de nuestra desidia e 
ignorancia frente a la actividad entusiasta y prolífica 
de aquéllos. Pero estoy esperando el resto, es decir, al 
igual que he aprendido de ti qué sabían aquéllos o qué 
no sabemos nosotros, asimismo quisiera enterarme de 
con qué prácticas solían robustecer y alimentar sus 

3 mentes los jóvenes que debutaban en el foro; pues no 
creo que tú niegues —y éstos parecen confirmarlo con 
la expresión de sus rostros— que el dominio de la elo¬ 
cuencia comprende la técnica y los conocimientos, 
pero en mayor grado las facultades individuales y la 
práctica.» 

4 Apro y Secundo manifestaron estar de acuerdo en 
este punto y Mésala habló, como si empezara de nuevo: 
«Puesto que me parece haber dejado muy claros los 
principios y orígenes de la antigua elocuencia, mostran¬ 
do en qué disciplinas solían instruirse y perfeccionarse 
los antiguos oradores, expondré ahora sus prácticas, 

5 si bien es cierto que en la instrucción misma va in¬ 
cluida la práctica y nadie puede penetrar en materias 
tan complejas y distintas, a no ser que la reflexión 
acompañe a la ciencia, a la reflexión las dotes innatas 
y a éstas la práctica oratoria: con lo cual se llega a la 
conclusión de que el sistema de aprender lo que se va 
a exponer y de exponer lo que se ha aprendido es idén- 

80 El derecho y la filosofía son tonterías para los retó¬ 
ricos, que se apoyan sólo en reglas de escuela. 


tico. Pero, aun en el caso de que a alguien le parezca 6 
esto muy poco claro y pretenda separar la teoría de 
la práctica, estará de acuerdo, al menos, en que el 
espíritu formado y enriquecido con estos conocimien¬ 
tos logrará estar perfectamente preparado para las 
prácticas que parecen ser específicas de un orador. 

»Así pues, entre nuestros antepasados, el joven que 34 
se preparaba para el foro y la oratoria, bien instruido 
ya por el aprendizaje doméstico y alimentado con no¬ 
bles estudios, era llevado por su padre o pariente más 
allegado til orador que ocupaba un lugar preeminente 
en la ciudad. Acostumbraba a seguir siempre a éste, a 2 
acompañarlo a todas partes y a asistir a todos sus 
parlamentos, en juicios o en asambleas, hasta tal punto 
que tomaba parte en sus disputas e intervenía en las 
discusiones violentas y, por decirlo así, aprendía a lu¬ 
char en combate. Gracias a esto, los jóvenes adquirían 3 
con prontitud gran experiencia, mucha seguridad y alta 
capacidad de juicio, al actuar a la luz del día y en los 
momentos álgidos de los procesos, donde nadie habla 
de manera necia o inapropiada impunemente sin que 
el juez se lo repruebe, el contrario lo rebata y lo des¬ 
precien sus mismos valedores. Es decir, quedaban im- 4 
pregnados al instante de la verdadera y pura elocuen¬ 
cia y, aunque siguieran a uno solo, conocían a todos 
los abogados de su época en muchas causas civiles y 
penales, y tenían la posibilidad de confrontar las dis¬ 
tintas preferencias del público mismo, con lo que po¬ 
dían averiguar fácilmente qué gustaba o disgustaba de 
cada orador. 

»De este modo, ni le faltaba preceptor, el mejor y 5 
el más selecto que le mostrase el rostro auténtico de 
la elocuencia, no una imagen falsa, ni adversarios y 
contrincantes que luchaban con armas, no con palos® 1 , 

si Bastones con bolas que usaban soldados y gladiadores 
para entrenarse. 



208 


TÁCITO 


ni un auditorio, siempre numeroso, siempre renovado, 
con detractores y seguidores, para que no pudieran 
camuflarse ni los aciertos ni los errores. Sabéis que 
aquella grande y duradera fama que proporciona la elo¬ 
cuencia se adquiere no menos en los bancos de la 
parte contraria que en los propios; más aún, de aqué¬ 
llos surge con más firmeza, allí se ratifica con mayor 
seguridad. 

6 »A fe que aquel joven de que estamos hablando, 
bajo preceptores de tal talla, discípulo de oradores, 
oyente del foro, asiduo asistente a los procesos, ins¬ 
truido y avezado con las experiencias ajenas, al que 
las leyes le eran familiares por oírlas cada día, que no 
le eran desconocidos los rostros de los jueces, habi¬ 
tuado a presenciar las asambleas y que conocía el sen¬ 
tir del pueblo, pronto quedaba capacitado para actuar 
en cualquier causa solo y sin ayuda, ya asumiera la acu- 

■7 sación, ya la defensa. Con diecinueve años Lucio Craso 
persiguió judicialmente a Gayo Carbón; a los vein¬ 
tiuno, César a Dolabela; a los veintidós, Asinio Polión 
a Gayo Catón 82 ; poca más edad contaba Calvo cuando 
acusó a Vatinio; sus discursos aún hoy los leemos con 
admiración. 

35 «Pero ahora llevan a nuestros muchachos a las es¬ 
cuelas de esos que llaman retóricos, que aparecieron 
poco antes de la época de Cicerón y que repugnaban a 
nuestros antepasados, punto éste claramente apreciable 
por el hecho de que los censores Craso y Domicio 
les ordenaran cerrar «la escuela de desvergüenza», 
3 como dice Cicerón. Pero, tal como había empezado a 
señalar, se los lleva a escuelas en las que no me sería 
fácil decir si provocan mayor perjuicio a sus dotes 
naturales el propio lugar, los condiscípulos o el tipo 

82 Tribuno de la plebe en el 56 a. C. Craso tenía veintiún 
años; César, veintitrés; Calvo, veinticuatro. 


DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES 


209 


de estudios. Pues en el lugar no hay nada digno de 3 
respeto: todos entran allí con igual grado de ignorancia; 
nada aprovechable hay en los condiscípulos, puesto 
que los niños hablan ante un auditorio de niños y los 
jóvenes ante los jóvenes, sin ningún riesgo de crítica. 
Las mismas prácticas son, en gran parte, contraprodu¬ 
centes. En efecto, dos clases de temas se tratan con 4 
los retóricos, las suasorias y las controversias u . De 
ellas, aunque las suasorias son claramente más ligeras 
y exigen menos juicio —se ponen en manos de los ni¬ 
ños— y las controversias se asignan a los mayores, 
¡por los dioses, qué pobre calidad y cuán inverosímil¬ 
mente están compuestas! Y, por si fuera poco, a estas 
materias, que chocan con la realidad, se les une un 
estilo declamatorio. Y así sucede que 'los premios de 5 
los tiranicidas’, ‘la situación crítica de las mujeres vio¬ 
ladas’, ‘los remedios para una peste, ‘los incestos de 
los hijos con sus madres', o cualquier otro tema que se 
trata a diario en la escuela, raras veces o nunca se 
discuten en el foro con estas palabras altisonantes. 
Cuando se acude ante un tribunal auténtico...***». 

«***... piensan el asunto. Nada bajo, nada pedes- 3* 
tre podía decirse. La gran oratoria, al igual que la 
llama, se alimenta con combustible, se aviva con el 
movimiento y brilla mientras se quema. La elocuencia 
de los antiguos en nuestra ciudad se ha desarrollado 
de idéntico modo. En efecto, aunque los oradores ac- 2 
tuales han conseguido lo que era posible en una si¬ 
tuación política estable, tranquila y feliz, parece, en 
todo caso, que podían obtener mayores logros con aque¬ 
llas turbulencias y anarquía, porque en medio del 
desorden general y careciendo de un jefe único, cada 

*3 Las suasorias son pequeños ensayos orales justificando 
la decisión de un personaje imaginario. Las controversias son 
ya discursos judiciales, con pros y contras. 


36. —14 



210 


TÁCITO 


DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES 


211 


orador tenía tanta habilidad cuanta podía emplear en 

3 ganarse a un pueblo desorientado. De ahí las continuas 
propuestas de ley y la etiqueta de hombre popular; 
de ahí los alegatos de magistrados que casi pernocta¬ 
ban en las tribunas; de ahí las acusaciones a reos in¬ 
fluyentes y las enemistades que caían hasta sobre fa¬ 
milias enteras; de ahí las facciones de los poderosos 
y el frecuente antagonismo entre el senado y la plebe. 

4 »Todo esto, si bien desgarraba al estado, proporcio¬ 
naba ejercicio a la elocuencia y parecía que la colmaba 
de grandes recompensas, porque, cuanto más podía 
conseguir cada cual con su palabra, tanto más fácil¬ 
mente obtenía cargos públicos; cuanto más superaba 
a sus colegas en el ejercicio de esos mismos cargos, 
tanta más influencia conseguía ante los príncipes, mayor 
prestigio entre los senadores, tanto mayor fama y re- 

s nombre entre el pueblo. Abundante era su clientela, 
incluso extranjera. Los magistrados los cumplimenta¬ 
ban al marchar al frente de sus provincias y, al volver, 
les presentaban sus respetos; parecía que las preturas 
y los consulados los reclamaban sin solicitarlos ellos. 
Tampoco carecían de poder como simples particulares, 
porque con su consejo y autoridad regían al pueblo y 

6 al senado. Es más, estaban convencidos de que sin 
elocuencia nadie podía conseguir y conservar en la 
Ciudad un lugar notable e influyente. 

7 »No es extraño, ya que debían presentarse ante el 
pueblo aun en contra de su voluntad; porque en el se¬ 
nado no bastaba con una opinión expresada en breves 
palabras, sino que se defendían las posturas con ta¬ 
lento y elocuencia, al tener que responder por sí mismos 
si eran objeto de alguna calumnia o acusación: in¬ 
cluso en los juicios por motivos políticos no podían 
testificar estando ausentes o mediante escrito, sino com¬ 


pareciendo personalmente M . De este modo a las gran- 8 
des recompensas a la elocuencia se unía una dura 
necesidad, y así como el tener fama de elocuente se 
consideraba honor y gloria, por el contrario, el parecer 
mudo e incapaz de articular palabra se veía como un 
gran defecto. 

»Y así con el incentivo del pundonor se estimu- 37 
laba no menos que con el de las recompensas, no fuera 
uno a contarse en el grupo de los infortunados clien¬ 
tes en lugar de en el de los patronos, o bien las amis¬ 
tades heredadas de los antepasados pasasen a otros, 
o, por ser ineptos e incapaces para los cargos públi¬ 
cos, no los consiguieran o los desempeñaran mal una 
vez conseguidos. 

»No sé si han llegado a vuestras manos aquellos 2 
libros que se conservan todavía en las bibliotecas de 
los coleccionistas de antigüedades, recogidos por Mu- 
ciano 85 precisamente ahora. De ellos han sido escritos 
y editados, según creo, once tomos de actas y trece 
de cartas 84 . Con este material puede deducirse que 3 
Gneo Pompeyo y Marco Craso no sobresalieron exclu¬ 
sivamente por su poderío militar; también utilizaron 
su talento oratorio; que los Léntulos, Mételos, Lucu- 
los, Curiones y aquel extenso grupo de próceres pusie¬ 
ron gran empeño y cuidado en estos estudios; y que 
ningún personaje de la época consiguió una influencia 
decisiva sin un mínimo de facultades para la oratoria. 

»A estos factores se unía el alto rango de los acu- 4 
sados y la importancia del objeto material de los pro- 


84 En el ordenamiento español, ciertas personas (p. ej., el 
rey) no están obligadas a comparecer para deponer testimonio. 

88 Hombre fundamental en los primeros pasos del gobierno 
de Vespasiano (véase el Agrícola), se dedicó después a que¬ 
haceres literarios. 

84 Las actas serían extractos de discursos y las cartas se¬ 
rían las cruzadas entre Cicerón y los defensores del aticismo. 


36. —14* 



212 


TÁCITO 


DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES 


213 


cesos, circunstancias que por sí solas proporcionan un 
mayor realce a la oratoria. Pues hay gran diferencia 
entre tener que hablar sobre hurto o sobre una fór¬ 
mula o un interdicto 87 o sobre la corrupción de los co¬ 
micios **, sobre el pillaje a los aliados o la muerte de 

5 ciudadanos. Males éstos que, si bien es mejor que no 
sucedan y hay que reputar de óptima la situación de 
la ciudad en la que no suframos tales desmanes, tam¬ 
bién es verdad que, si sucedían, suministraban ingente 
material para la oratoria. Pues la fuerza del ingenio 
crece en proporción a la importancia del asunto y nadie 
puede lograr un discurso brillante y memorable sino 
el que encuentra una causa adecuada para inspirarlo. 

6 En mi opinión no dan lustre a Demóstenes los discur¬ 
sos que pronunció contra sus tutores ni convierten a 
Cicerón en un gran orador las defensas de Publio Quin- 
cio o Licinio Arquias: su fama la construyeron Cati- 
lina, Milón, Verres y Antonio* 9 ; con esto no pretendo 
decir que interese a la república el engendrar ciuda¬ 
danos malvados a fin de que los oradores tengan abun¬ 
dante materia para sus alegatos, sino que, como no me 
ranm de recalcar, debemos acordamos del alcance del 
asunto y enteramos bien de que hablamos de algo que 
se dio más fácilmente en épocas de turbulencias y 
convulsiones. 

7 »¿Quién ignora que es más útil y mejor disfrutar 

de paz que estar sufriendo los males de la guerra? 

87 Medio legal que se da a los particulares para defender 
un derecho subjetivo de carácter civil; el más frecuente es el 
posesorio en nuestro ordenamiento. 

88 Asambleas del pueblo con funciones electorales y legis¬ 
lativas. 

8 » Catilina se sublevó contra el Estado en el 63 a. C., año 
en el que Cicerón fue cónsul. Verres ya ha sido citado en notas 
anteriores. Contra Marco Antonio lanzó las Filípicas. A Milón 
lo defendió en una causa criminal (homicidio), pero con claras 
implicaciones políticas. 


sin embargo las guerras producen más guerreros ex¬ 
celentes que la paz. Semejante es la condición de la 8 
elocuencia: cuanto más frecuentemente se mantiene, 
por decirlo así, en línea de combate y cuantas más he¬ 
ridas ocasiona y recibe, cuanto mayores son los enemi¬ 
gos y más duras las batallas que afronta, tanto más 
elevada, sublime y ennoblecida por esos trances se 
mantiene a los ojos de los hombres, cuya condición 
natural impulsa a < preferir contemplar los peligros 
ajenos, mientras ellos mismos están a salvo > 90 . 

•Paso a examinar la forma y el funcionamiento de 3 & 
los antiguos tribunales. Aunque el sistema actual re¬ 
sulta más adecuado, sin embargo adiestraba más para 
la elocuencia aquel foro en el que nadie estaba obli¬ 
gado a hablar con un límite de muy pocas horas, los 
aplazamientos de las causas eran libres, cada cual se 
tomaba el tiempo que quería para hablar y no estaba 
tasado el número de días ni el de abogados. 

»Gneo Pompeyo, en su tercer consulado, fue el pri- 2 
mero que eliminó esta libertad y, valga la expresión, 
puso frenos a la elocuencia, aunque todo se trataba 
en el foro, según las leyes, y ante los pretores. La 
mejor prueba de cuánto más importantes eran los asun¬ 
tos que se trataban ante estos últimos es el hecho de 
que las causas reservadas a los centúmviros, que hoy 
son las más importantes, quedaban ensombrecidas por 
la brillantez de otros tribunales, hasta el punto de que 
no leemos ningún discurso de Cicerón, César, Bruto, 
Celio, Calvo ni, en fin, de ningún gran orador, que se 
haya pronunciado ante los centúmviros, excepto los dis¬ 
cursos de Asinio titulados En defensa de los herederos 
de Urbinia, pronunciados, no obstante, por Polión a 
mediados del mandato del divino Augusto 91 , después 


90 He adoptado aquí la conjetura de Koestermann. 

91 Hacia el 15 a. C. 



214 


TÁCITO 


DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES 


215 


que el prolongado sosiego de los tiempos, la ininte¬ 
rrumpida falta de participación del pueblo y la habi¬ 
tual inercia del senado y, sobre todo, la disciplina po¬ 
lítica impuesta por el Príncipe, habían conseguido 
domesticar la elocuencia, lo mismo que todo lo demas. 

9 »Lo que voy a decir quizá parezca poco serio y ri¬ 
dículo, pero lo diré, aunque nada más sea que para 
provocar la risa. ¡Cuánta degradación, a mi parecer, 
imprimen a la oratoria esas casacas 92 con las que muy 
ceñidos y como aprisionados hablamos ante los jueces. 
¡Cuánto vigor, creemos, han robado al discurso las salas 
de lectura y los archivos en los que se despachan ahora 

2 casi todas las causas! Pues lo mismo que la distancia 
en las carreras distingue a los buenos caballos, los ora¬ 
dores necesitan un espacio, y su elocuencia se debilita 
y desgasta si no se mueven en él libremente y sin 

3 trabas. Más aún, sabemos por experiencia que el mismo 
cuidado y escrúpulo por lograr un estilo pulcro es 
contraproducente, porque el juez te pregunta con fre¬ 
cuencia cuándo vas a empezar realmente y has de ha¬ 
cerlo cuando te haga esa pregunta. También es fre¬ 
cuente que el patrono interrumpa nuestras pruebas 
documentales y testificales. Mientras tanto, sólo hay 
uno o dos que escuchan al que habla y el asunto se 
desarrolla como en un paraje desolado. 

4 »E1 orador, por el contrario, necesita que le acla¬ 
men, que le aplaudan, encontrarse, yo diría, en un 
escenario teatral. Esto es lo que les ocurría diaria¬ 
mente a los oradores antiguos cuando la coincidencia 
de tantos personajes principales atestaba el foro, 
cuando las clientelas, tribus, embajadas de munici¬ 
pios, media Italia, en fin, alentaba con su presencia 

92 Idea tomada también de Quintiliano <u opinión común), 
quien no admitía las casacas con capuchón sino por motivos 
de salud. 


a los acusados y en la mayor parte de los juicios el 
pueblo romano creía que sus propios intereses depen¬ 
dían del resultado del juicio. Sabemos muy bien que 5 
Gayo Comelio, Marco Escauro, Tito Milón, Lucio Bes¬ 
tia 93 y Publio Vatio fueron acusados o defendidos por 
toda la ciudad de común acuerdo, hasta el punto que 
el mismo entusiasmo del pueblo apasionado pudo ex¬ 
citar e inflamar a los oradores más insensibles. Por 
cierto que se conservan libros de este tenor, y los que 
pronunciaron tales discursos no son celebrados más 
por ningún otro. 

•Los continuos mítines y el derecho libremente *0 
otorgado de atacar a cualquier personaje influyente, 
y la gloria que proporcionaban tales enemistades, dado 
que la mayoría de los oradores no se abstenían de 
atacar ni a Publio Escipión 94 , Lucio Sila o Gneo Pom- 
peyo y, para emprender sus ataques contra los hombres 
de primera fila —así es la envidia—, hasta los come¬ 
diantes se servían de los gustos del pueblo, ¡cuánto 
ardor aportaban a los ingenios y qué llama a los ora¬ 
dores!...***» 

«***... No hablamos de algo tranquilo y sin proble- 2 
mas, que se complace con la honradez y la modera¬ 
ción, sino que se trata de aquella grande y notable 
elocuencia hija del libertinaje al que los imbéciles se 
empeñan en llamar libertad, compañera de sediciones, 
aguijón del pueblo sin freno, desleal, sin disciplina, 
rebelde, temeraria, arrogante, que no surge en las Ciu¬ 
dades 95 con buenos cimientos institucionales. ¿Qué 3 
orador lacedemonio o cretense conocemos? La historia 


« Comelio, acusado de lesa majestad, Escauro de concusión 
y Bestia de intriga, fueron defendidos por Cicerón. 

w Alusión al proceso intentado contra el primer Africano 
tras la guerra contra Antíoco. 

95 La palabra, con mayúscula, por tener Tácito en la mente 
el régimen de Estado-Ciudad, que fue el germen de Roma. 



216 


TÁCITO 


DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES 


217 


nos habla de la disciplina y las leyes severísimas de 
ambas naciones. Ni siquiera tenemos noticia de ora¬ 
toria en los macedonios, persas o algún pueblo refre¬ 
nado por un sistema de gobierno estable. Existieron 
algunos oradores rodios y muchos atenienses entre 
los que todo lo podía el pueblo, todo los ignorantes, 

4 todo, por así decirlo, todos. También nuestra Ciudad, 
mientras caminó sin rumbo, mientras se agotaba con 
los partidismos, rivalidades y discordias, mientras no 
existió paz en el foro, ninguna concordia en el senado, 
nin gún control en los juicios, ningún respeto al supe¬ 
rior, ninguna traba a los magistrados, produjo, sin 
duda, una oratoria más vigorosa, lo mismo que un 
campo sin cultivar presenta algunas hierbas más vis¬ 
tosas. Pero la elocuencia de los Gracos no fue tan bene- 
ñciosa a la república como para que ésta soportase 
también sus leyes ni a Cicerón le compensó su fama de 
orador su triste final. 

41 »De igual modo, el tipo de oratoria que sobrevive 
es prueba suficiente de que la Ciudad no ha corregido 

2 sus defectos ni ha alcanzado su estructura ideal. En 
realidad, ¿quién acude a nosotros sino el culpable y el 
infortunado? ¿Qué municipio engrosa nuestra clientela 
sino al que perturba un pueblo vecino o sus diferen¬ 
cias internas? ¿Qué provincia nos encargamos de de¬ 
fender a no ser la que ha sido saqueada y maltratada? 
Pues bien, hubiera sido mejor no tener motivos de 

3 queja que reclamar justicia. Porque si pudiera lograrse 
una ciudad en la que nadie cometiera faltas, super- 
fluo resultaría el orador entre inocentes, lo mismo que 
un médico entre gente sana; igual que el arte del mé¬ 
dico no encuentra ninguna posibilidad de práctica y 
perfeccionamiento entre personas que disfrutan de 
una salud robusta y de unos cuerpos muy sanos, en 
el mismo grado es menor el prestigio de los oradores 
y más oscura su gloria entre gente de buena conducta 


y bien dispuesta para obedecer a sus gobernantes. ¿Qué 4 
necesidad tiene el senado de largos debates cuando los 
optimates llegan a un rápido acuerdo? ¿Qué necesidad 
de continuas peroratas en la asamblea del pueblo cuan¬ 
do en las deliberaciones no participa la masa igno¬ 
rante, sino un caudillo de enorme categoría? ¿Qué ne¬ 
cesidad de acusaciones particulares*®, cuando se delin¬ 
que tan escasa y levemente? ¿Qué necesidad de defen¬ 
sas odiosas y abusivas, cuando la clemencia del juez 
acude en ayuda de los acusados? 

•Creedme, hombres excelentes, vosotros que sois s 
todo lo elocuentes que la ocasión requiere, si hubierais 
nacido en épocas anteriores o aquéllos a los que admi¬ 
ramos lo hubieran hecho en nuestros días y algún dios 
hubiera cambiado de repente vuestras vidas y épocas, 
ni a vosotros os hubiera faltado aquella gran alabanza 
y gloria en la oratoria, ni a ellos una actitud mesu¬ 
rada; ahora, puesto que nadie puede conseguir al 
tiempo gran fama y una tranquilidad absoluta, apro¬ 
veche cada cual las ventajas de su tiempo, sin criticar 
a los otros.» 

Cuando acabó Materno, intervino Mésala: «Cabría 42 
objetar algunas cosas y ampliar otras, pero se nos ha 
psisado el día.» 

Materno respondió: «En otra ocasión se hará a tu 
manera y, si algunas de mis palabras te han resultado 
oscuras, volveremos sobre ellas.» 

Y al tiempo que se levantó y abrazó a Apro, le dijo: 2 
«Te acusaré ante los poetas y Mésala ante los partida¬ 
rios de la antigüedad.» 

«Y yo a vosotros ante los retóricos y los maestros 
de declamación» —dijo Apro. 

Se echaron a reír y nos separamos. 


96 Sólo en caso de injuria (perseguíble e instancia de parte). 
En otro caso, se incoaba de oficio por el emperador. 



INDICE ONOMASTICO 


Academias y Académicos: 30, 
3; 31, 6; 32, 6. 

Accio: 20, 5; 21, 7. 

Acia: 28, 6. 

Agamenón: 9, 2. 

Alejandro: 16, 5. 

Ambivio Turpión: 20, 3. 
Antonio: 37, 6. 

Apio el Ciego: 18, 4; 21, 7. 
Apolo: 12, 4. 

Apolodoro: 19, 3. 

Apro, Marco: 2, 1-2; 3, 4; 5, 1 
y 3; 11, 1; 12, 1-2 y 5; 14, 2 
y 4; 15, 1-2; 16, 34; 24, 1-2; 
25, 1; 26, 4 y 6; 27, 1-2; 28, 
1; 33, 4; 42, 2. 

Asia: 10, 2; 30, 3. 

Asido: 21, 2. 

Asinio: 12, 6; 15, 3; 17, 1 y 7; 
21, 7; 25, 34 y 6; 26, 7; 34, 7; 
38, 2. 

Attio: 21, 1. 

Aufidio Baso: 23, 2. 

Augusto: 13, 2; 17, 2-3 y 6-7; 

28, 6; 38, 2. 

Aurelia: 28, 6. 


Baso (v. Aufidio y Saleyo). 
Bestia, Lucio: 39, 5. 

Britania: 17, 4. 

Bruto: 17, 1; 18, 5; 21, 5í; 25, 
34 y 6; 30, 3; 38, 2. 

Calvo: 17, 1; 18, 1 y 5; 21, 1-2; 
23, 2; 25, 34 y 6; 26, 7; 34, 
7; 38, 2. 

Canudo: 21, 1. 

Capua: 8, 1. 

Carbón, Gayo: 18, 1; 34, 7. 
Casio Severo: 19, 1; 26, 4. 
Catilina: 37, 6. 

Catón, Gayo: 34, 7. 

Catón (el censor): 18, 2 y 4. 
Catán (tragedia de Materno): 

2, 1; 3, 24; 10, 6. 

Cecina, Aulo: 20, 1. 

Celio: 17, 1; 18, 1; 21, 34; 25, 
34; 26, 7; 38, 2. 

Cicerón: 12, 6; 15, 3; 16, 7; 17, 
1-3 y 5; 18, 1-2 y 45; 21, 6; 
22, 1; 24, 3; 25, 34 y 6-7; 26, 
7 y 9; 30, 34; 32, 6; 35, 1; 
37, 6; 38, 2; 40, 4. 

Claudio: 17, 3. 



220 


DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORES 


ÍNDICE ONOMÁSTICO 


221 


Cornelia: 28, 6. 

Comelio, Gayo: 39, 5. 

Corvino (v. Mésala Corvino). 
Craso, Lucio (el censor): 18, 
2; 26, 1; 34, 7; 35, 1. 

Craso, Marco: 37, 3. 

Curiado Materno: 2, 1; 3, 1-2; 
4, 1; 5, 3 y 6; 9, 1-3; 11, 1; 
14, 1-2; 15, 2; 16, 3; 23, 6; 
24, 1; 25, 1; 27, 1 y 3; 28, 1; 
33, 1; 42, 1. 

Curiones: 37, 3. 

Dedo (el samnita): 21, 6. 
Demóstenes: 12, 5; 15, 3; 16, 
5-7; 25, 3; 32, 5; 37, 6. 
Deyotaro (el rey): 21, 6. 
Diódoto (el estoico): 30, 3. 
Dolabela, 34, 7. 

Domido Afro: 13, 3; 15, 3. 
Domido (censor), 35, 1. 
Domido (tragedia de Mater¬ 
no): 3, 4. 

Druso: 21, 2. 

fifeso: 15, 3. 

Epicuro: 31, 6. 

Eprio Marcelo: 5, 6; 8, 1 y 3; 
13, 4. 

Escauro, Marco: 39, 5. 
Esdpión, Publio: 40, 1. 
Esquines: 15, 3; 25, 3. 
Eurípides: 12, 5. 

Fabio Justo: 1, 1. 

FUipo: 16, 5. 

Filón: 30, 3. 

Fortuna (diosa): 23, 1. 

Furnio: 21, 1. 


Gabiniano: 26, 9. 

Galba: 17, 3. 

Galión: 26, 1. 

Galos: 10, 2. 

Gayo César: 17, 3. 

Graco, Gayo: 18, 2; 26, 1. 
Gracos: 28, 6; 40, 4. 

Grecia: 10, 5; 30, 3. 

Helvidio Prisco: 5, 6. 
Hermágoras: 19, 3. 

Hipérides: 12, 5; 16, 5; 25, 3. 
Hircio: 17, 2. 

Hispania: 10, 2. 

Homero: 12, 5. 

Horacio: 20, 5; 23, 2. 
Hortensio: 16, 7. 

Italia: 28, 2; 39, 4. 

Jasón: 9, 2. 

Jenofonte: 31, 6. 

Julio Africano: 14, 4; 15, 3. 
(Julio) César: 17, 1 y 4-5; 21, 
5-6; 25, 34 y 7; 26, 7; 28, 6; 
34, 7; 38, 2. 

Julio Secundo: 2, 1-2; 3, 2; 5, 
1; 9, 3; 14, 2 y 4; 15, 2; 16, 
1 y 13; 23, 6; 28, 1; 33, 4 . 

Lelio, Gayo: 25, 7. 

Léntulos: 37, 3. 

Licinio Arquias: 37, 6. 
Licurgo: 25, 3. 

Lino: 12, 4. 

Lisias: 12, 5; 25, 3. 

Lucano: 20, 5. 

Lucillo: 23, 2. 


Lucrecio: 23, 2. 

Lucillos: 37, 3. 

Materno (v. Curiado Materno). 
Mecenas: 26, 1. 

Medea: 3, 4; 12, 6. 

Menenio Agripa: 17, 1. 

Mésala (v. Vipstano Mésala). 
Mésala Corvino: 12, 6; 17, 1-7; 

18, 2; 20, 1; 21, 9. 

Mételos: 37, 3. 

Metrodoio: 31, 6. 

Milón, Tito: 37, 6; 39, 5. 
MitUene: 15, 3. 

Muciano: 37, 2. 

Mucio, Quinto: 30, 3. 

Musas: 13, 5. 

Nerón: 11, 2; 17, 3. 

Néstor: 16, 5. 

Nicóstrato: 10, 5. 

Orfeo: 12, 4. 

Otón: 17, 3. 

Ovidio: 12, 6. 

Pacuvio: 20, 5; 21, 7. 

Pansa: 17, 2. 

Pedio, Quinto: 17, 2. 

Platón: 31, 6; 32, 5. 

Polión (v. Asinio [Polión]). 
Pompeyo, Gneo: 37, 3; 38, 2; 
40, 1. 

Pomponio Secundo: 13, 3. 
Quincio, Publio: 37, 6. 

Roma: 5, 3; 13, 2. 


Roscio: 20, 3. 

Sacerdote Nicetes: 15, 3. 
Saleyo Baso: 5, 2-3; 9, 2-3 y 5; 
10 , 2 . 

Secundo (v. Julio y Pompo¬ 
nio). 

Servilio Noniano: 23, 2. 

Servio Galba: 18, 1; 25, 7. 

Sila, Lucio: 40, 1. 

Sisenna: 23, 2. 

Sófocles: 12, 5. 

Tiberio: 17, 3. 

Tiestes: 3, 34; 12, 6. 

Tirón: 17, 2. 

Toranio: 21, 1. 

Tulio, Marco: 20, 1. 

Ulises: 16, 5. 

Urbinia: 38, 2. 

Vario: 12, 6. 

Varrón: 23, 2. 

Vatlnio: 11, 2. 

Vatinio, Publio: 21, 2; 34, 7; 
39, 5. 

Vercelli: 8, 1. 

Verres: 20, 1; 37, 6. 

Vespasiano: 8, 3; 9, 5; 17, 3. 
Vibio Crispo: 8, 1 y 3; 13, 4. 
Vipstano Mésala: 14, 1 y 3; 15, 
1-2; 16, 2; 23, 6; 24, 1; 25, 1; 
27, 2; 28, 1; 33, 4; 42, 1-2. 
Virgilio: 12, 6; 13, 1-2 y 5; 20, 
5; 23, 2. 

Vitelio: 17, 3. 




ÍNDICE DE MATERIAS 


Abogacía: 4, 1; 14, 2. 

Abogados: 1, 1; 10, 6; 26, 2; 34, 
4; 38, 1. 

Acusaciones: 12, 3; 21, 2; 34, 6; 

36, 3 y 7; 41, 4. 

Acusado: 12, 1; 37, 4; 39, 4; 
41. 4. 

Alegatos: 36, 3; 37, 6. 

Árbitro: 5, 3. 

Argumentos: 20, 2; 31, 5. 
Auditorio: 19, 5; 34, 5; 35, 3. 

Calumnia: 36, 7. 

Caso judicial: 14, 1. 

Causas civiles y penales: 34, 
4 y 6. 

Causas judiciales: 3, 4; 4, 2; 

38, 1-2; 39, 1. 

Causídico: 12, 4. 

Centúmviros: 7, 1; 38, 2. 
Cláusulas: 22, 5; 23, 1. 
Clientelas: 3, 4; 9, 4; 36, 5. 
Clientes: 37, 1; 39, 4; 41, 2. 
Composición: 22, 5; 23, 6; 26, 2. 
Conflicto: 11, 4. 

Consorcio: 5, 3. 

Contradictor: 24, 2. 


Contrario: 34, 3. 

Controversias de escuelas: 14, 
4; 25, 1; 27, 2; 31, 1; 35, 4. 


Declamadores: 32, 3. 

Defensa: 20, 1; 25, 7; 34, 6; 


37, 6. 

Dialéctica: 30, 4; 31, 5. 
Digresiones: 22, 3. 
Discursillos: 21, 1. 
Discursos: 3, 4; 6, 5; 19, 2 y 
20, 2 y 6; 21, 2-3, 5 y 7-8; 
2-3; 23, 1; 26, 1 y 3; 31, 5; 
7; 37, 5; 38, 2; 39, 1 y 5. 


Elocuciones: 31, 1. 

Elocuencia: 1, 1 y 4; 5, 5; 6, 1; 
8 , 2; 10, 5; 11, 4; 12, 2; 15, 1; 
19, 1 y 5; 21, 5; 22, 1; 23, 2: 
24, 3; 26, 3; 27, 3; 30, 3; 32, 2 
y 4-5; 33, 3-4; 34, 4-5; 36, 1, 4 
y 68; 37, 8; 38, 1-2; 39, 2; 
40, 4. 

Emperador: 13, 6. 

Estilo: 14, 2; 19, 1; 23, 5; 31, 5; 

35, 4; 39, 3. 

Excepciones: 20, 1. 


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224 


DIÁLOGO SOBRE LOS ORADORBS 


Exordios: 19, 3; 20, 1; 22, 3. 
Exposición: 23, 5; 26, 5. 

Forenses (causas): 8, 4; (asun¬ 
tos): 14, 3. 

Fórmulas: 20, 1; 37, 4. 

Foro: 2, 1; 8, 3; 10, 5; 13, 5; 32, 

2; 33, 2; 34, 1 y 6; 35, 5; 38, 
1-2; 39, 4 ; 40, 4. 

Frases: 22, 3; 23, 1. 

Interdicto: 37, 4. 

Juez: 4, 2; 5, 1; 19, 5; 20, 2 y 
6 ; 21, 2; 23, 3; 31, 34; 34, 3 
y 6; 39, 1 y 3; 41, 4. 

Juicios: 2, 1; 31, 2; 34, 2; 36, 7; 
39, 4; 40, 4. 

Litigante: 12, 1; 23, 3. 

Litigios: 5, 3; 11, 2. 

Magistrados: 40, 4. 

Narraciones: 22, 3. 

Orador (es): 1, 1; 6, 4-5; 7, 3; 
10, 1 y 5; 11, 1; 12, 3; 13, 1; 
14, 34; 15, 1; 17, 1 y 7; 18, 1; 
19, 4-5; 20, 1 y 44; 22, 1 y 4; 
23, 1; 25, 3, 5 y 7; 26, 24, 6, 
8-9; 30, 2 y 5; 31, 1. 4, 6 y 7; 
32, 2, 5 y 7; 33, 2, 4 y 6; 34, 


1 , 4 y 6; 36, 2; 37, 6; 38, 2; 
39, 2 y 4-5; 40, 34; 41, 3. 
Oratoria: 5, 3; 8, 3 y 4; 14, 2; 
18, 2-3; 22, 2; 25, 2-3 y 7; 26, 

1 y 9; 27, 1; 28, 2 y 7; 30, 5; 
32, 6; 34, 1; 36, 1; 37, 35; 39, 

1 ; 40, 34; 41, 1 y 5. 

Parlamento: 20, 1; 34, 2. 

Partes: 5, 1. 

Patrocinio: 4, 1. 

Patronos: 1, 1; 37, 1. 

Pleitos: 10, 5; 11, 1; 18, 5. 
Períodos: 22, 2-5. 

Pretores: 38, 2. 

Príncipe: 5, 5; 7, 1. 

Procesos: 3, 4; 31, 8; 34, 6; 
37, 4. 

Pruebas: 39, 3. 

Refutar: 25, 1. 

Reo: 5, 2-5; 7, 1; 36, 3. 
Retóricos: 14, 4; 19, 4' 23, 2; 
30, 2; 31, 1; 32, 6; 35, 1 y 4; 
42, 2. 

Senado: 5, 5; 11, 4; 13, 6. 
Sentencias: 19, 4; 20, 2 y 4; 
22 , 2 . 

Suasorias: 35, 4. 

Testificar: 36, 7. 

Tribunal: 5, 5; 6, 4; 19, 5; 35, 
5; 38, 1-2. 


INDICE GENERAL 


Págs. 


Introducción general . 7 

Vida y época . 8 

Ideología. 13 

Ideario como historiador. 18 

Aspectos literarios. 21 

Presencia de Tácito en España. 22 

Traducciones anteriores . 27 

Otras ediciones y traducciones de las Obras 
Menores . 28 

Bibliografía. 31 


AGRICOLA 


Introducción 


43 


Fecha de composición, 43.—Fuentes, 44.— 
Tema y contenido, 44.—Carácter e intención 
de la obra, 45.—Vida de Agrícola, 48.—Brita- 
nia hasta la llegada de Agrícola. Campañas 
de éste, 49.—Aspectos científicos de la obra, 
51.—Historia del texto, 52. 


Agrícola . 

Indice onomástico 


53 

101 















226 


TÁCITO. «OBRAS MENORES» 


Págs. 


GERMANIA 


Introducción. 

Fecha de composición, 107.—Fuentes, 
108.—Carácter e intención de la obra, 109.— 
El texto, 111. 


Germania . 

Indice onomástico. 

Indice etnográfico e institucional 


113 

151 

153 


DIALOGO SOBRE LOS ORADORES 


Introducción 


159 


Paternidad del Diálogo, 159.—Fecha de 
composición y publicación, 160. Los inter¬ 
locutores, 162—Estructura y asunto de la 
obra, 162.—El texto, 165. 


Diálogo sobre los oradores 

Indice onomástico . 

Indice de materias. 


167 

219 

223